martes, 31 de marzo de 2020

Seguíamos viajando, parando sólo para dormir y satisfacer necesidades. Íbamos viajando a un ritmo muy lento debido a la calidad de los caminos por los que transitábamos y a las vueltas que teníamos que dar para evitar las poblaciones. En un par de ocasiones tuvimos que cruzar carreteras nacionales. Era una estampa horrible. Todos esos coches abandonados, toda esa gente que ya no está dentro de ellos. Cuando creces en un mundo modernizado, repleto de máquinas y tecnología, la quietud te hace sentir extraña.
En el interior de un bonito todoterreno vimos a un Zfir que, al vernos cruzar la carretera, nos miró enseñando los dientes y entrecerrando los ojos. Acto seguido comenzó a aporrear incansablemente el cristal con sus propios puños. Nos tocaba acelerar de nuevo. 



Esta mañana llegamos a un pantano y pensamos que podía ser un buen lugar para establecernos. Sólo quedaba encontrar un techo bajo el que vivir. Cruzamos el pantano y seguimos conduciendo por los caminos, buscando algún edificio en el que establecernos. Cada vez nos alejábamos más del agua y no nos pareció buena idea, así que cambiamos el camino de tierra por el que transitábamos con uno asfaltado buscando volver al pantano. Fue entonces cuando nos encontramos de frente con una valla. Paula y yo nos miramos curiosas.
-Bordéala -dije, nerviosa, mientras ella ponía el coche en movimiento.
A punto estuve de salirme  por la ventanilla intentando ver bien lo que había allí dentro. Se distinguían los tejados de un par de construcciones pero estaban muy tapadas por los árboles que había junto a la carretera. Podía ser perfecto.
Unos cientos de metros más adelante, la valla se curvaba hacia el campo. Seguimos su recorrido y nos encontramos dos edificios fuera del recinto.

-No podemos seguir bordeando la valla con el coche – dijo Paula- No cabe entre esos árboles.
-Podemos dejarlo cerca de esos dos edificios. Si nos quedamos aquí, quizás incluso podamos usar alguno de garaje.
Bajamos del coche y seguimos bordeando el recinto a pie. La parte trasera tenía una arboleda muy frondosa. Me gustaba aquel sitio. Los tejados que habíamos visto sólo eran una parte de lo que había. Primero apareció un edificio alargado, como unas cuadras. Después llegamos a una especie de palacete campestre, ubicado en la parte más alejada de la carretera. No habíamos notado su presencia desde el coche. Pensé que este podía ser nuestro lugar.

En el extremo opuesto al coche había una casa muy antigua y justo detrás la carretera por la que habíamos llegado. Volvimos al coche en silencio, observando, pero creo que Paula estaba igual de ilusionada que yo con nuestro descubrimiento.
-¿Cómo lo ves? -Pregunté al llegar al coche. No pude contener la emoción en mi voz.
-Bien, pero, creo que toca noche de coche, ¿no?
-Sí pero aparte, ¿no te gusta?
-Sí mucho -dijo soltando una carcajada - pero no quiero ilusionarme hasta que veamos cómo de seguro es y qué hay ahí dentro.
-Vale, vale. Intentaré hacerlo yo también.
Comenzamos a comer mientras caía la tarde.
-Pero está muy chulo eh. ¿No crees que podríamos plantar un huerto?
Intentó mirarme seria, pero no pudo evitar otra carcajada.
-Mañana lo vemos, ¿vale?
-Vale... - Contesté con fastidio.

domingo, 29 de marzo de 2020

Nos levantamos con el amanecer. Cuando aún no había salido el sol ya habíamos cargado el coche y preparado a mano todo lo que íbamos a necesitar. Estábamos listas para salir.

En menos de quince minutos vimos las primeras casas del barrio que íbamos a bordear. Pisé el acelerador a fondo para perderme de vista lo más rápido posible. Quizás tuviera suerte y ningún ser me viera pasar por allí.
Cinco minutos después estábamos en la gasolinera. El sol comenzaba a calentar y el cuerpo lo agradecía. Ninguna de las dos nos sentíamos a salvo, así que íbamos a intentar que todo fuera lo más rápido y metódico posible.

-¿Cómo lo ves? – pregunté a Paula mirando a mi alrededor.
-Es una gasolinera antigua... Debería haber bombas manuales en los surtidores.
Comenzamos a buscar las bombas. En el lateral de un surtidor, encontré una puerta pequeña con unas instrucciones en inglés, pero tenían una cerradura especial. Nada de ganzúas. Paula decidió que iba a abrirla igualmente y comenzó a forzarla con las tijeras telescópicas. Pero estaba resultando casi imposible acceder a la maldita bomba.
La impotencia comenzó a apoderarse de mí. Era el primer plan que llevábamos a cabo y antes de empezar ya salía mal. Forcé mi cabeza a pensar, pensar, pensar. Paula seguía forcejeando. De repente una idea tomo forma en mi cabeza. Fui corriendo a coger una pequeña caja autoclé que siempre he llevado conmigo en el coche. Puse la llave que más se me parecía en la carraca y aparté a Paula. Bingo. Se abrió.
-Voy a ver si consigo algo de la tienda. ¿Podrás con el bombeo tú sola?
-Sí, sí. Venga vete.

Me acerqué a la tienda, golpeé el cristal con los nudillos y observé el interior. No parecía que hubiera ningún movimiento. Perfecto. Cogí impulso, destrocé el cristal de la puerta con el bate y entré. Aún quedaba algo de comida en los estantes. Sinceramente, creo que cuando la mala suerte equilibre esta racha que estoy teniendo, voy a acabar comida por un Zfir. Guardé todo lo que pude coger en una bolsa de la misma gasolinera y lo llevé corriendo al coche. Paula seguía bombeando.
-Te tomo el relevo. Sube tú a vigilar.

Sin mediar más palabra dejó lo que estaba haciendo y subió por las escaleras laterales al techo de la cubierta de la gasolinera. Mientras, yo comencé a subir y bajar esa maldita manivela. Subir y bajar. Subir y bajar. Estuve bombeando unos eternos quince minutos hasta que Paula volvió para relevarme, pero parecieron dos horas. Cuando comenzó a bombear, subí yo a la cubierta. Al ponerme de pie ahí arriba me mareé y lo último que necesitábamos era un accidente. Puse una rodilla en el suelo y miré a mi alrededor hasta llegar a la carretera por la que habíamos llegado. A los pocos minutos visualicé algo de movimiento, pero no tenía claro qué podía ser, varios árboles me tapaban la visión. Seguí con la vista fija en aquel punto hasta que vi aparecer el primer Zfir, que iba seguido de varios más. Me arrastré hacia las escaleras.
-¡Paula!- grité desde arriba- ¿Qué te queda?
-¡Acabando!
-Tenemos que irnos. ¡Ya! – grité mientras bajaba las escaleras.

Cambié el bate por la escopeta y miré en la dirección que había visto venir a los Zfir. Su grupo estaba a punto de llegar a la curva desde la que nos verían. Paula terminó con el depósito y se subió corriendo al coche. Salí de allí como alma que lleva el diablo, viendo por el retrovisor a los Zfir que venían en nuestra busca. Incluso me pareció ver que aceleraban el paso cuando nos vieron huir.
En un minuto llegamos a la armería. Paula abrió la puerta enseguida, entramos y cerraramos de nuevo. Había de todo. Comenzamos a meter armas y munición en nuestras mochilas.
-Vaya monada - dije cogiendo una ballesta.
-Pero, ¿tú vas a saber usar eso?
-Pues si no sé, aprendo.
Guarde en mi bolsa la ballesta y varios packs de flechas. Cuando estábamos dentro, los Zfir comenzaron a rodearnos. El asunto se estaba poniendo feo para nosotras. Desde una ventana vi que Perita estaba tumbada en el maletero del coche, supongo que pasando desapercibida. Perra lista. Los Zfir aporreaban con sus puños la puerta haciendo un ruido demencial. Me iba a estallar la cabeza.

-Alba, escóndete donde no te vean. Voy a salir por esta ventana y los voy a atraer hacia mí. En cuanto se hayan alejado unos metros, sal corriendo y súbete en el coche. Y por favor, rapidito en mi busca.
-No puedes hacer eso.
-Sí. No voy a cargar con nada y soy más rápida que ellos. Pero no tardes en venir a buscarme.
Paula se encaramó al alfeizar de una ventana elevada, en el lateral de la tienda.
-Ah, una cosa, - dijo girándose hacia mí- cuando vengas a por mi baja la ventana de atrás para que pueda saltar dentro del coche. Si no, no podré entrar. -Terminó forzando una sonrisa.
Asentí. No pude contestarle. Ni siquiera reírme. Era una locura. Antes de que pudiera reaccionar, ella ya había saltado. Escuché sus pisadas corriendo por el asfalto. Comencé a contar diez segundos y miré por la puerta de la tienda. Los Zfir se estaban alejando. Ahora o nunca. Abrí la puerta y corrí hacia el coche con las dos bolsas cargadas. Cuando cubría el trayecto entre la tienda y el coche, los Zfir que se habían quedado más rezagados comenzaron a andar en mi dirección con no muy buenas intenciones. No había marcha atrás. Me monté en el coche, los esquivé y aceleré en busca de Paula. Se encontraba a unos cientos de metros de mí corriendo como si fuera Usain Bolt. Al final, cuando corremos por nuestra vida incluso podemos volar, ¿no? Pisé a fondo. Los Zfir que iba adelantando arañaban mi coche mientras, Perita en el maletero, les ladraba para que se alejaran. Aún no era momento de bajar la ventanilla. Aún no. Seguí acercándome hasta Paula. Había dejado los Zfir unos metros atrasados, así que, esta vez sí, bajé la ventanilla.
Paula se concentró para no fallar y saltó, agarrándose al hueco del cristal. Con un último impulso saltó dentro. Se recompuso como pudo mientras yo subía la ventanilla y me ponía a 120 kilómetros por hora dejando atrás a la pandilla de Zfir.
En ese momento no sabía ni por donde me venían las hostias. 
-¡Joder Paula! ¿Cómo me haces esto? Me cago en la puta. -Creo que me encontraba al borde del infarto.
-¿Crees que teníamos muchas más opciones?
-¿Y si te pasa algo? Joder nos dejas tiradas en este mundo de mierda.
-Vale calma. Estamos bien. La próxima ya lo veremos, ¿vale?

Seguimos en silencio conduciendo lo más rápido que podíamos, intentando andar precavidas para evitar zonas que hubieran estado pobladas. Los caminos de tierra no nos daban grandes posibilidades de aumentar en velocidad, pero sí pensábamos que eran más seguros.
Hicimos noche junto al río Guadalmellato para abastecernos bien de agua antes de seguir. Tantas emociones te acaban secando la boca.

Después de comer algo para desayunar, estamos preparadas para seguir nuestro viaje, no podemos rezagarnos, tengo la sensación de que siempre habrá alguien que venga tras nuestra pista.

viernes, 27 de marzo de 2020

Desplegamos el mapa sobre la mesa del comedor.
-Creo que lo mejor que podemos hacer, ahora mismo, es ir a Cerro Muriano y abastecernos –dijo Paula.- De gasolina vamos a la mitad, aguantamos. Quizás allí podamos encontrar armas nuevas o munición para las que tenemos.
-Pero, ¿y si la base militar aún sigue estando habitada?
-Lo importante es no acercarnos a ella. Conozco Cerro Muriano, mi un amigo trabajaba allí. El cuartel de la Guardia Civil está fuera de la base y justo al lado hay una gasolinera. Si la memoria no me falla, cerca hay una armería.
-¿Una gasolinera junto a un complejo militar? La han arrasado ya seguro.
-Ya… Seguramente tengas razón.
-Aquí está Trasierra -señalé en el mapa -  no es muy lejos. Allí hay una gasolinera y creo recordar que una armería. Es un pequeño barrio de casas de verano. Serían diez o quince minutos por esta carretera.

Fui señalando en el mapa el recorrido, hasta que llegué a una urbanización bastante grande que tendríamos que bordear. ¿Qué posibilidades había de que quedaran Zfir por allí? Tendríamos que darnos mucha prisa. La armería no sería difícil, pero estaba en el punto por donde debíamos salir de allí. La gasolinera tenía que se la primera parada. Eso no sería tan fácil.

-¿Qué tal llevas el robo de gasolina?
-Fatal. Sólo aprendí la lección de las cerraduras, no la de los surtidores de gasolina. Pero tenemos que jugárnosla. O eso o comenzar a caminar.
-Vale, bueno. La pregunta del millón. ¿Después, a dónde? Porque de allí vamos a salir con prisa.
-Estas montañas de aquí podrían estar bien. – Señaló un punto en Sierra Morena.- Se supone que por allí pasa un riachuelo, ¿cómo lo ves? ¿Será demasiado cerca?
-Yo te diría que sí. ¿Qué te parece por aquí?
-Cerca de Despeñaperros. Es buena opción, está lejos, hay montañas y estará plagado de arroyos. Cuando acabemos en el barrio que dices, ¿Trassierra? – asentí- salimos pitando en aquella dirección. ¿Qué carretera tendríamos que coger?
-Deberíamos ir por carreteras comarcales. Dame un segundo.

Enlazar las carreteras y caminos que debíamos transitar para evitar los sitios poblados era un tetris, pero los mapas se me habían dado bien desde pequeña. Cogí un papel, porque el GPS iba a servirnos de poco, y me dispuse a ir apuntando la lista de carreteras y desvíos por los que debíamos conducir para llegar a aquel trozo de geografía verde. Comencé a dibujar un croquis mientras iba señalando en nuestro mapa y explicándoselo a Paula.
Tendríamos que conducir, mayoritariamente por caminos de tierra. Eso haría que el viaje fuera lento. En su mayoría sería línea recta hacia el este, pero tendríamos que hacer desvíos y dar algunas vueltas para evitar poblaciones como Adamuz y algunos embalses. Hace tres meses, llegar allí habría conllevado un par de horas. Ahora nos llevaría incluso un día o dos, descansando de vez en cuando y parando cuando no hubiera luz solar.

Una vez decididos nuestros siguientes pasos, volvimos a preparar nuestra carga. Juntamos con nuestras provisiones lo poco que habíamos encontrado en la cocina. No había mucho para aprovechar, lo mejor, un tarro de azúcar, unas latas de atún y tres brick de tomate frito.
Mi adquisición favorita: el bate de béisbol sin dudarlo.


En breves iremos a la cama. Saldremos mañana por la mañana, más nos vale descansar porque van a ser unos días complicados.

jueves, 26 de marzo de 2020

Estuvimos durante varias horas observando el lugar en el que nos encontrábamos. Había una casa principal, la que estaba delante de nuestro coche. Desde fuera parecía tranquila, durante todo el día no llegamos a observar ningún movimiento a través de las ventanas. Además, si hubiera un Zfir dentro habría venido en nuestra busca a toda costa.
Al lado había una casa mucho más pequeña y una especie de almacén o casa de herramientas. Era una finca.
Por la tarde decidimos rodear todos los edificios para ver su tamaño y los alrededores, necesitábamos estirar las piernas. Alrededor de los edificios todo era tierra yerma, exceptuando unos árboles dispersos. Cuando vio toda la tierra disponible, Perita comenzó a correr y a correr como si fuera la primera vez. Después de tanto tiempo recluida, se notaba que estaba disfrutando de cada salto y era una maravilla verla así. El tiempo se paró, por un momento desaparecieron los Zfir y el firiovirus. Perita nos contagió de esa felicidad que estaba sintiendo al soltar toda la tensión y todo el miedo con su ejercicio físico.
Pero debíamos intentar no llamar la atención, porque el mundo seguía siendo una porquería.
-Perita – susurré en dirección a la corredora de maratón- Perita, ven aquí.

Cuando conseguí hacerme con ella, nos acercamos a los edificios para investigar más de cerca. Decidimos que nuestro refugio sería la casa más grande. Las ventanas de los balcones no estaban enrejadas, lo que nos daba una forma de entrar. Incluso tenía garaje para esconder nuestro coche, pero antes debíamos cerciorarnos de que en su interior todo estaba correcto.
-¿Crees que deberíamos entrar? – preguntó Paula.
-Se nos va a hacer de noche a la mitad. Creo que deberíamos asegurar la casa con la luz del sol. No seré yo quien se quede ahí de noche sin haber registrado cada rincón.
-Entonces, ¿noche de coche?
-Yo, por lo menos, sí.
-Pues venga, vamos al hostal Mazda.

Comimos una lata de albóndigas a medias y una zanahoria cada una. Al poco rato, Paula cayó rendida. Parecía que nadie podía quitarle el sueño a esta chica. Por mi parte, tuve los ojos abiertos hasta bien entrada la madrugada. Tiempo atrás me habría aterrorizado estar en el campo en mitad de la noche, con los animales salvajes, las personas que pudieran andar en la oscuridad queriendo asesinarme. Pero ahora son otras criaturas las que me dan miedo.
-Paula.
Silencio.
-Paula -volví a llamarla mientras le daba un codazo.
-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?
-No puedo dormirme.
-Ah. Uf. ¿Qué ocurre?
-Me da miedo que el Zfir que vimos cuando salíamos con el coche nos persiga y traiga un ejército hasta nosotras.
-Vamos a estar poco tiempo aquí, pero te necesito descansada y atenta para salir cuanto antes y que estemos a salvo.
-Lo intentaré. ¿Me arropas con la manta?
-Sí claro. Intenta dormirte.

A las nueve los rayos de Sol que daban pleno sobre el coche, comimos un par de zanahorias y nos dirigimos a la casa en cuestión. Tras debatirlo decidimos que sería más factible forzar la puerta, por si necesitábamos una huida rápida. En quince minutos Paula había solucionado el tema de la puerta. Me miró y me hizo señas. Al abrir cada una nos echamos a un lado.
Silencio.
Asomamos la cabeza.
Ningún movimiento dentro.
Comenzamos a revisar la planta inferior de la casa arrugado la nariz, el olor a cerrado lo inundaba todo. Encontramos una puerta que daba al garaje antes de llegar a un salón que daba un patio. Suspiré con nostalgia. Un baño, la cocina y una despensa. Esos había que revisarlos a fondo más tarde. En la planta superior había dos dormitorios, otro cuarto de baño y un vestidor. A nuestro paso veíamos a trasluz levantarse el polvo. No había ninguna señal de vida reciente, hacía tiempo que no pasaba nadie por allí. Quizás los dueños finalmente enfermaron antes de volver a disfrutar de la primavera en su segunda vivienda.
En uno de los dormitorios encontré un bate de béisbol de madera. Lo cogí con la intención de quedármelo. Ahora las dos llevábamos un arma de distancias cortas. No sé si sería muy útil, pero me sentía más segura. Buscamos alguna forma de asegurar las ventanas y la puerta durante la noche. No nos sería difícil, las ventanas tenían unas celosías de madera maciza y la puerta contaba con buenos cerrojos. Lo siguiente fue guardar el coche y asegurar también el garaje.

No conformes con tenrr un edificio seguro en el que guarnecernos, decidimos que asegurar toda la finca sería nuestra mejor opción.
Por la tarde echamos un vistazo en la casa lateral. Era una casa antigua, sin nada de valor ni nada que pudiera sernos útil. Parecía que allí hubiera vivido alguna persona mayor, acostumbradas a casas de la vieja usanza, dejando el chalet la juventud de la familia. Salimos de allí como alma que lleva el diablo y volvimos a la casa grande. Necesitábamos descansar, sentirnos seguras.
Para terminar el día, nos jugamos quién dormiría en cada habitación. Miré a los ojos a Paula. Iba a ser un duelo reñido.

-Piedra... Papel... ¡Tijera!
-Oh, ¡mierda! Soy una gafe -dije regordeándome en mi mala suerte. Paula me había aplastado con un papel. Con un papel. Increíble.
-Venga, si vas a caer rendida sea como sea tu cama.
-Eso es verdad.

Y fue verdad. No duré despierta ni dos minutos. Lo mejor fue volver a dormir sin luz. He amanecido a las doce de la mañana y totalmente nueva.
Justo lo que necesitaba. 

martes, 24 de marzo de 2020

Hemos pasado la noche en el coche, a las puertas de una casa al norte de Córdoba. Los acontecimientos se precipitaron a última hora y hemos tenido que adelantar nuestros planes de huida.
Ayer pasamos el día en la misma tónica que el domingo. También preparamos algunas cosas junto al coche, en casa de Fran. La lluvia no dio descanso durante el día, convirtiéndose en tormenta durante la noche. Cerca de la una de la madrugada, Perita se subió a mi cama llorando. Intenté calmarla pero no fue posible, lloraba sin parar y arañaba mi brazo con su pata.
Aunque los truenos eran ensordecedores, era raro que estuviera asustada por la tormenta, tanto que ni siquiera cuando la acaricié entre mis brazos se calmó.
-¿Alba?
-¿Qué ocurre?- Paula venía por el pasillo.
-No puedo dormir. ¿Perita está llorando?
-Sí. Entra. No sé que le pasa. No para de llorar y de intentar esconderse debajo de la cama.
Estaba comenzando a desesperarme. Suspiré mirando por la ventana, sintiendo como caía la lluvia. Un relámpago de tantos iluminó la noche. La visión, aunque fugaz, me heló la sangre.
-Me cago en la puta.
Paula se puso a mi lado mirando por la ventana, esperando otro relámpago para poder ver algo. La luz llegó a los pocos segundos y vio lo mismo que yo. Cientos de Zfir al final de nuestra calle, avanzando en nuestra dirección.
-Coge las mochilas. Nos vamos. – dijo levantándose de la cama.
Lo siguiente fue la locura. Corríamos por la casa cogiendo la ropa que teníamos preparada para nuestra salida, subiendo las mochilas y bolsas que habíamos preparado. Desde la ventana de mi dormitorio saldríamos hacia la casa de Fran. Una de las veces que nos cruzamos en nuestras carreras, le di un chubasquero a Paula. Yo me había puesto otro. Aunque no habíamos pensado cogerlos, estaba diluviando y la salud es un bien escaso estos días.

Cuando ya estaba todo y Paula se dispuso a salir, recordé las tijeras de poda telescópica. Estaban fuera, donde descansaban siempre. Baje corriendo. Abrir la puerta eran escasos segundos, pero a mí me pareció un siglo. Cuando las cogí, recordé las semillas. Mis semillas. ¿Y si…? Cogí todas mis bolsas de semillas. Pese a la lluvia podía escuchar la multitud de Zfir andando sobre la grava. Antes de cerrar la puerta que conectaba la casa con el patio eché un último vistazo. Hasta aquí. Se acabó. Quién sabe si volvería a disfrutar de mi pequeño remanso de paz. Mi sitio favorito. La puerta de la calle se tambaleó, como por el peso de alguien subiéndose, y apareció justo encima del rostro de un Zfir. Exactamente igual que aquel maldito que se encaramó a esa puerta hace casi dos semanas. En un relámpago me pareció ver que era el mismo, pero fueron milésimas de segundo. Esto era de locos. Lo que si era seguro es que él sí me había visto a mí y se estaba enfadando de esa forma tan odiosa en que se enfadan los Zfir. Atranqué la puerta y subí corriendo. Vi a Paula, que estaba terminando de dar viajes sobre el tejado llevando nuestros enseres a casa del vecino. Justo cuando volvía se resbaló. Me dio un vuelco el corazón. Esto no era ningún juego. Tras incorporarse, se acercó a la ventana y me hizo gestos para que saliera, ya sólo quedaba una mochila que iba a llevar yo. Cogí mis armas de fuego  con su munición y le di la correa de Perita, que estaba acojonada. Antes de salir comencé a bajar la persiana.
-Sujeta la persiana – le grité haciéndole gestos. La tormenta seguía azotando con fuerza.
-¡¿Qué?!
-¡Que me sujetes la persiana!
La bajé todo lo que pude y me arrastré por el pequeño hueco que quedaba. Desde ese mismo hueco cerré el cristal de la ventana y le hice señas a Paula para que dejara caer la persiana. Ya podíamos irnos.

Los primeros Zfir estaban entrando en el patio, siguiendo nuestro rastro, así que comenzamos a cruzar el tejadillo del porche. Mantener el equilibrio en un tejado en mitad de una tormenta no era tarea sencilla, pero llegamos ilesas a casa de Fran. Entrando en du casa pudimos escuchar como los Zfir tiraban la puerta metálica del patio bajo su peso. Eran muchos. Muchísimos. Cargamos el coche a toda velocidad. 
-Yo conduzco. –dije sentándome en el lado del conductor.
-Vale. Espera, espera. No arranques aún. Vamos a intentar que se reconcentren en casa.
Bajamos las ventanillas y esperamos, hasta que escuchamos como destrozaban la puerta de entrada a la casa. La mayoría de Zfir debían estar ya en nuestro patio, amontonados unos encima de otros. Paula asintió con la cabeza y arranqué el coche. No encendí las luces así que iba bastante despacio, viendo el camino sólo con el resplandor de la luna.
-Tenemos que salir por el norte.
-Confío en ti – dijo Paula- conoces este barrio mejor que yo. ¡Cuidado!
Había un Zfir despistado en mitad del camino, justo por donde íbamos a salir. Lo esquive a poca velocidad. Si nos veía subir por la avenida del Brillante subiría en busca nuestra y nos encontraría… O no.
Subí por la avenida hasta el Hospital San Juan de Dios, donde, tras un cambio de rasante, giré a la izquierda para coger la Carretera de las Ermitas. Las calles estaban desiertas, fantasmagóricas. Era el resultado del firiovirus. Seguimos subiendo, la carretera se convirtió en un camino de tierra que finalmente desembocó en una carretera secundaria. A los pocos metros de carretera vimos la silueta de un edificio.
-Mira Paula, ¿crees que puede ser un buen sitio para respirar y organizarnos?
-Sí, pero no es momento de asegurar la casa. Tendremos que quedarnos dentro del coche.
 
Miré alrededor, todo era noche y campo. Asentí.

Casi no pudimos dormir hasta que comenzó a amanecer. Entonces caímos rendidas hasta media mañana. Estábamos destrozadas y no sabíamos que iba a ser de nosotras tres. Era el momento de tomar muchas decisiones.

domingo, 22 de marzo de 2020

-¿Qué tal un barco?
-¿Y si nos quedamos sin agua? – repuse.
-También podemos estar en el agua, pero cerca de tierra.
-Uhm… No sé. ¿Crees que podríamos encontrar alguna playa en Andalucía que esté muy poco poblada?
-Deja que le de una vuelta.
-De todas formas, es más importante tener cerca agua dulce que agua salada.

Después de un pequeño descanso, habíamos vuelto a nuestra vida en el punto en el que lo dejamos: preparar una futura salida de casa.
-Vamos a ver – apunté- para sobrevivir necesitamos comida y agua, agua potable. ¿Dónde podríamos encontrar comida?
-Grandes superficies, agricultura, pesca y caza.
Resoplé. Esto no iba a ser fácil.

-Podríamos quedarnos en un barco, cerca de la orilla, en algún sitio poco poblado. Tener un huerto en la tierra y pescar y tal. ¿Sabes de pesca? –Negó con la cabeza.- Bueno yo he escuchado algo. Quizás hasta haya cerca un supermercado que no esté saqueado.
-Sí. Seguro que, además, encontramos un lugar con electricidad, nevera, lavadora y secadora. Para nosotras. Barco, huerto… La vida que siempre quise me la va a dar el fin del mundo y ¡gratis! Yo diría que no va a ser tan sencillo.
-Bueno, esa sería la situación ideal. ¿Cuánto de esa situación podríamos conseguir? –Hice una pausa.- Toma, pesa esta mochila, yo creo que ya no deberíamos cargarla más.
-Once doscientos.
-Nos hemos pasado un poco. Pruébatela. ¿Qué tal?
-Bien. Va bien.
-Perfecto, vamos con la otra.

Cargamos mi mochila mientras discutíamos cuáles son las prioridades en un apocalipsis. En mi carga metimos, aparte de comida y agua, un botiquín especialmente preparado con los útiles más esenciales y el tratamiento de mi bronquitis. Podría haberlo cogido todo, pero creía que era más importante llevar comida que un enema de un litro.
Había una serie de objetos que eran imprescindibles: mechero, crema solar (el sol de Andalucía no perdona), cuerdas, pilas, linternas, recambio de ropa, cuentagotas, rotulador permanente, cinta aislante…
Pero cabían tantas posibilidades distintas… Cualquier situación podía pasar y nuestro espacio era muy limitado.
Dejamos hablado un atuendo, buscando la máxima comodidad en un clima que se preveía cambiante. Una primavera movidita.

A última hora de la tarde caímos rendidas. Habíamos tenido diferencias a la hora de pensar en prioridades. Somos dos personas diferentes, con dos experiencias distintas y prioridades diferentes. Comprensible. Hemos intentado llegar a un acercamiento y, probablemente, ha sido la mejor opción de todas. Al final, ella aportaba una visión y yo otra. Ambas son válidas.
Aún así esto es sólo el principio, aún queda mucho trabajo por hacer.

jueves, 19 de marzo de 2020

Por la mañana me encontré con mejor cuerpo para seguir adelante. Cuando bajé, Paula estaba leyendo en el sofá con Perita. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Yo aquí, pensando que tengo el monopolio del dolor, mientras Paula se ocupaba de todo. No sólo eso, además intentaba sacarme una sonrisa. Dios, menos mal que estaba aquí. Sino, no sé si hubiera dejado que todo se fuera a la mierda, perdiendo lo poco que me queda. Qué cojones, soy una de las personas más afortunadas del mundo actual. Estoy viva, tengo comida y agua, tengo a Perita y tengo a Paula. Y tengo un lugar donde sobrevivir con todo esto.
Paula se acababa de dar cuenta de que yo estaba bajando las escaleras.
-¿Cómo estás? – preguntó mientras me acercaba.
Como respuesta le di un abrazo mientras le daba las gracias en bucle. Me respondió devolviéndome el abrazo y estuvimos así hasta que dejé de llorar.
-Siento no haber estado aquí. Lo siento. Siento que hayas tenido que encargarte de todo. Sé que tú también lo has pasado mal por Rati. Aunque estuvisteis poco tiempo juntas, te adoraba. No lo olvides.
Ahora fueron sus ojos los que se llenaron de lágrimas.
Hablamos de Rati hasta la tarde. Me contó todo lo que había sentido con ella. Le conté las trastadas que había hecho de pequeña. Cómo había puesto a Perita en su lugar desde el primer momento, la primera vez que se encontraron. Un homenaje lleno de mil historias.

-Oye, perdóname por enfadarme ayer con tu broma. Me asusté. Pero sé que sólo querías animarme.
-Probablemente no estuve acertada en el momento de hacer una broma así. Te asusté en vez de animarte. Pero, ¿realmente pensabas que podría matarte?
-O robarme. O hacerle algo a Perita. O llevártela.
Soltó una carcajada.
-Estaría bien llevármela.
Yo también me reí.
-Siento haberte asustado.
Asentí con la cabeza.
Nos quedamos ahí, hablando de todo y de nada, con nuestras mantas combatiendo al frío. Acariciando a Perita y recordando a Rati. Y nada más. Nada más.

Sólo necesito, y creo que necesitamos, un día de tranquilidad. Que no ocurra nada. Que no haya dramas ni trabas. Coger un poco de fuerzas para poder salir adelante.

¿Es tan difícil?

miércoles, 18 de marzo de 2020

Sigo sin muchas fuerzas para nada. Esta mañana me levanté, bebí un poco de agua y me volví a la cama. Prácticamente ni siquiera saludé a Paula. Seguía muy triste y enfadada con toda la mierda del firiovirus. No podía dejar de pensar qué era lo que había hecho para encontrarme en una situación así.
Sobre mediodía me dormí, pero todo fueron pesadillas. Paula muerta. Mi padre muerto. Nando muerto. Mis compañeros de trabajo muertos. Perita convertida en un Zfir perruno intentando matarme.
Me desperté mucho peor de lo que estaba antes de dormirme.
Volví a bajar porque la casa se me estaba cayendo encima. Me sentía encerrada. Paula estaba allí con Perita, preparando agua para regar las plantas. Me senté en el sofá, pero todo me venía mal. Todo. Me levanté y me puse a rebuscar en el cajón que había debajo de la tele, creía recordar que allí tenía una foto de Rati. Noté una presencia a mi espalda, supuse que Paula quería decirme algo.
-No te muevas. –Ordenó Paula cuando comencé a girarme. Su voz sonó fría. Me quedé quieta. – Levanta las manos.
Estaba de coña. Tenía que estarlo.
-Te he dicho que levantes las manos.
No. No estaba de broma. Súbitamente, ejerció presión en mi espalda con algo que parecía… ¿El cañón de un arma? No me lo podía creer. Había esperado paciente su momento para traicionarme. ¿Me habría robado el arma? ¿O tenía un arma que había escondido en el patio antes del requisamiento? Sólo quería pedirle que cuidara bien Perita. Sólo eso. Escuché un “clack” a mi espalda y me derrumbé mentalmente. Noté como se empapó mi espalda. Iba a desangrarme. Pero en realidad no dolía. Nunca imaginéun disparo así. Quizás estaba soñando, o ya muerta.
Yo seguí sintiendo mis brazos y mis piernas. ¿Por qué no dolía? Aún con los brazos en alto me giré y vi a Paula. No, más bien vi a la gilipollas de Paula apuntándome con una pistola de agua. ¿Pero qué cojones estaba haciendo?

Estoy segura de que mi cara era peor que la de un Zfir. Le eché una mirada asesina y ella me respondió con un chorro de agua en la cara. Joder. Me cago en la puta. ¿Qué cojones estaba haciendo?
Ni siquiera le dirigí la palabra. Me fui a mi habitación y cerré de un portazo. ¿Quién cojones se creía esta niñata para asustarme así?
Me subí a la cama y me senté en el alféizar de la ventana de mi habitación, la única sin barrotes. Puse los pies en el tejado del porche. Necesitaba un poco de aire. Estaba anocheciendo, así que me quedé viendo como el sol se iba escondiendo poco a poco. Hacía viento y ahí arriba azotaba con más fuerza. Me gustaba esa furia, iba en consonancia con la mía. 
La noche llegó y casi todo fue oscuridad. Había pocas nubes y las estrellas brillaban como nunca. A lo lejos podían distinguirse algunas luces. Supervivientes arriesgados.
Un chasquido acaba de romper el silencio de la noche. Paula, cerrando la puerta de casa. Paula.

Si ya ha cerrado significa que es tarde. Es hora de intentar dormir.

lunes, 16 de marzo de 2020

Rati falleció esta mañana. Su enfermedad había avanzado demasiado rápido, debía ser algo más fuerte que un resfriado. ¿Una neumonía? ¿Una gripe? ¿Las ratas podían tener gripe? ¿El mismo firiovirus?
Supongo que no lo sabremos nunca.
Enterramos a Rati en el arriate del patio, donde hay un naranjo. No podíamos arriesgarnos a salir, pero aún así, ese sería un buen lugar de descanso. Al enterrarla, Paula quiso dejarle una nota y un par de monedas. 
-Por si Caronte se pone tontorrón - su boca sonreía pero sus ojos estaban húmedos. Personalmente creo que el barquero no le cobrará nada, cabe en cualquier huequecito.

Cada día podía ver má claramente que Paula tenía una sensibilidad especial. Debió haber sido una persona muy tierna antes de que ocurriera todo esto.
Pero ha ocurrido.
La humanidad se está yendo a la mierda, probablemente todos los que conocimos han muerto o están ahí fuera, intentando encontrar a los que quedamos para asesinarnos.
Y no es justo. No es justo que no quede ninguna de las personas a las que queríamos, ni que lo poco que nos queda muera sin que podamos hacer nada al respecto. No es justo que tengamos que volvernos fríos para sobrevivir. No es justo, tampoco, que nuestra mayor aspiración sea sobrevivir cuando no te han enseñado a aprovechar los recursos de la naturaleza y los artificiales son tan limitados. No es justo pelear y pelear sin saber si mañana estarás viva.
Estoy enfadada. Estoy muy enfadada y destrozada. No quiero dormir ni comer. No quiero nada.
No quiero saber nada de esta mierda que me ha tocado vivir.

sábado, 14 de marzo de 2020

-Las verduras y los frescos no pueden viajar. Los huevos, las patatas...
-Puedo hacer alguna tortilla de patatas más con el aceite que reciclé de la última.
-Ay sí, que rica.
-Pues disfrútala, Paula, porque a no ser que consigamos gallinas no sé cuando podremos hacer otra.
-Ah - se quedó pensativa- y, ¿dónde crees que podríamos conseguir unas gallinitas?
-Quizás consigamos que Perita ponga huevos. ¿Has mirado en ese mueble?
-Sí, miré antes. No había.

Estábamos en casa de Fran, haciendo un recuento de las provisiones que habíamos dejado allí y mirando si mi vecino tenía algún mapa por su casa. Ya casi habíamos repasado la casa de arriba a abajo y no habíamos encontrado ningún mapa. Tampoco podíamos tener tanta suerte, sobretodo después del hallazgo de principio de semana. Seguramente ahí agotamos toda la suerte que teníamos para el mes de Marzo. O no, una idea se abrió camino en mi mente.
-Fran es muy joven, seguramente si necesitaba un mapa lo buscaba por internet. Pero el vecino de la siguiente casa era cazador. Era bastante más mayor que Fran, seguramente usara mapas de carretera.
-Sí, pero lo llevaría en el coche, además no recuerdo haber visto ninguno cuando estuvimos allí. Pero no perdemos nada por echar un vistazo.

Dentro de la casa del cazador comenzamos a mirar en todos los muebles y cajones. Dentro de la cocina, del armario. En la despensa, hasta en la habitación de los niños. Pensé que no sería capaz de entrar allí, pero haciendo de tripas corazón y tras un empujón de ánimos en forma de una mano conocida en mi hombro, lo conseguí. Una vez estuve dentro, se disiparon todas las malas sensaciones que había tenido justo en la puerta.
Seguidamente entramos en la habitación donde dormían los dueños de la casa, y aquel despacho-exposición donde en su momento encontré las armas.
Revisamos todos los muebles sin encontrar nada. Si aún no habíamos encontrado un mapa, era el momento de darnos por vencidas y volver a casa. Paula salió de la habitación y comenzó a bajar las escaleras. Suspiré y levanté la cabeza. No me lo podía creer. Siempre estuvo ahí. Llame a Paula con tal grito que llegó a mi lado casi infartada.
-¡Joder! ¿Qué pasa?
No le contesté, estaba embelesada con mi descubrimiento. Cuando recuperó el ritmo cardíaco normal siguió mi mirada.
-No me lo puedo creer. - Dijo.
Había un mapa enorme de Andalucía, sus carreteras y sus montes enmarcado en la pared.
Nos miramos con una sonrisa y los ojos llenos de ilusión. Las cosas podían seguir yendo bien. ¿Qué cojones? ¿De dónde había salido tanta suerte? Sólo podía pedir que no nos abandonara.

Cogimos el mapa y volvimos a casa. Lo dejamos preparado para echarle un vistazo justo después de comer, acababa de salir el sol y eso significaba que íbamos a tener más horas productivas. Con el jaleo del mapa se nos había hecho tarde para la comida y, aunque comemos poco, sabemos que tenemos que hacer las comidas que establecimos.
-¿Reposamos un poco? -Pregunté a Paula tras comer, mientras Perita se subía al sofá. La verdad es que necesitaba descansar un poco el cuerpo y la mente.
-¡Vale! Voy a por Rati.
Normalmente, cuando nos acercamos a la jaula de Rati, hacemos un ruido con los barrotes superiores para que ella suba a la planta de arriba de su chalet a cotillear a ver qué pasa. Pero esta vez, Rati no subió.
-¿Alba? Alba. Por favor, ven. Rati no responde, no viene. - Llegué hasta ella-. No viene, ¿por qué no sube?
-Oye calma, está subiendo, ¿vale? Mira.
Sí, Rati estaba subiendo, pero algo no iba bien. Iba muy despacio, además estaba sucia. Las ratas son animales muy higiénicos, si una rata está sucia es porque no se encuentra bien y no tiene fuerzas para asearse. Un dolor me atravesó el pecho. Rati había sido mi pequeña desde hacía dos años.
Nos sentamos en el sofá con ella. Le estuvimos dando mimos toda la tarde, hasta Perita estuvo dándole amor. Por la noche le dimos de comer un poco de patata y ajo, que es un antibiótico natural. Estará enferma, pero el hambre no se lo quita nadie. Intentamos alargar un poco la noche, para dejarla más rato en libertad junto a nosotras.
No sé si conseguiremos sacarla adelante es que estoy segura de que se ha sentido muy arropada por nosotros durante esta noche.

viernes, 13 de marzo de 2020

Siguen apareciendo grupos de Zfir por nuestra calle. Parece que el enjambre se haya disgregado por toda la ciudad. Quizás funcionan así y están peinando zonas diferentes, como un ejército perfectamente coordinado. Creo que estoy empezando a perder la cabeza.
Cuando todo era soledad estaba muy bien, nadie aparecía por esta calle y sólo tenia que dedicarme a mantener mis provisiones y no volverme loca. Ahora siento la presencia de los Zfir rondando por aquí, me siento acechada. Como si cualquier ruido más alto de la cuenta o cualquier salida a controlar las plantas, pudiera hacer que nos descubrieran y se terminara este remanso de paz. Estoy muy inquieta
Paula está más callada de la cuenta, preocupada. Rati está peor y creo que eso le está afectando. Gran parte del día la tiene encima y, aunque Rati tiene bastante energía, estornuda mucho. Las ratas son muy propensas a los problemas respiratorios y con estos cambios de tiempo era imposible que no se resfriara. A cada rato las veo juntas por la casa, veo a Paula pendiente de ella y mimándola con migas de comida.
-¿Qué tal está?
-Pachuchina. - Me regaló una sonrisa triste-. Tú sabes más de esto, ¿qué podemos hacer?
-Quitarle las corrientes de aire. Darle amor y quererla mucho, aunque eso lo haces muy bien.
Me miró con la derrota de no poder hacer nada más, pero con la satisfacción de estar haciendo todo lo que podía hacer.
Froté su espalda, intentando transmitirle fuerza para afrontar la situación y me fui a potabilizar un par de botellas de agua.
Desde hace unos días, el agua que sale del grifo contiene muchísimas impurezas, así que he comenzado a filtrarla. Después de probar con varias telas, finalmente decidí filtrar el agua con una bandera del Córdoba que compré antes de irme a Santander. Ha sido la tela con la que sale el agua más limpia. Después la potabilizo con lejía y, aunque le echo un par de granos de sal, el sabor deja mucho que desear. El fin del mundo, que le da mal sabor al agua.

-Alba.
Di un respingo y tiré algo de agua fuera. ¿De dónde cojones había salido? Ni siquiera me había enterado de que estaba detrás de mí. Suspiré.
-Dime- dije mientras me giraba. Paula tenía un gesto muy serio, algo no pintaba bien.
-No tengo claro que estemos seguras aquí.
Vaya, parece que no me estaba volviendo loca. Volví a suspirar y me apoyé contra la encimera de la cocina antes de contestar.
-¿Qué crees que debemos hacer?-Pregunté.
-Buscar un plan B.
-Yo ya tenía un plan B.
-Pero no está completo. Deberíamos terminarlo.
-¿Te refieres a...?
-A dónde vamos a ir.
Asentí. ¿A dónde podríamos ir?
-¿Has pensado algo?
-Estoy en ello.
-Vale, voy a terminar con el agua y le doy una vuelta.
Es cierto que en algún momento tendremos que movernos de aquí pero, ¿cuál puede ser nuestro siguiente destino?
Cualquiera que fuera el destino, íbamos a tener que tener muy clara la comida y el agua que tendríamos que llevar, los kilos que cada una podríamos transportar. He pasado el resto del día echando cuentas hasta bien entrada la noche, siempre pendiente de Paula y Rati, que va empeorando poco a poco. 

Nuestra situación se está complicando y necesitaba hacerme a la idea de que el abandono de nuestra zona de confort estaba cerca. Muy cerca.

jueves, 12 de marzo de 2020

La mañana ha estado revoltosa, supongo que por la marcha de Zfir que vimos ayer. Desde primera hora de la mañana escuchamos, a lo lejos, disparos y explosiones. Supongo que los insurrectos estaban defendiendo su campamento. ¿Sabrían los Zfir que se dirigían hacia los insurrectos? Y si fuera así, ¿cómo habían sabido dónde estaban?
-¿Crees que nos huelen? ¿Qué nos escuchan?
-Supongo que sí. Igual que nos ven, Alba.
-¿Crees que podríamos investigar si sus sentidos son más agudos que los nuestros?
-¿Sin jugárnosla a que vengan a por nosotros? No creo. Pero de todas formas la de las ciencias eres tú.
Cierto.

Estuvimos comprobando el estado de la comida, organizando en qué orden comerla. Escribimos un calendario, intentando estirar lo máximo posible la cantidad de comida que teníamos. Volvemos a tener frescos, así que tienen prioridad. A media tarde escuchamos un ruido fuera. Nos miramos y subimos a mi sala de estudio. Estaba justo al lado de mi habitación, igualmente se veía toda la calle. Era un grupo de Zfir. Iban como despistados, despacio. Indiqué a Paula con gestos que se agachara y que no hablara. Íbamos a ver si esos Zfir eran capaces de saber que estábamos aquí.
Eran 4 Zfir. ¿Habrían sido los vencedores de la batalla campal que se había librado? Dos de ellos iban más adelantados, uno justo detrás y otro más atrasado. El último parecía que seguía menos al grupo. Miraban aquí, allá, al infinito. Levantaban la cabeza como mirando al cielo. ¿Estarían oliendo? Cuando llegaron a la altura de la casa del vecino que se había levantado, en la que estuvimos el martes, se acercaron a la puerta. Su despiste se disipó un poco, pero no del todo, y continuaron andando por la zona más pegada a las casas. Esas casas en las que habíamos estado durante la última semana. Lo sabían. Pero, ¿cómo? Si interpretaran claramente la información que les estaba llegando, se pondrían a buscarnos como locos. Una característica muy marcada de los Zfir es su insistencia para con sus víctimas. ¿Sería nuestro rastro muy flojo? Perita estaba con nosotras y, cuando los Zfir llegaron a la altura de la casa de Fran, comenzó a gruñir muy bajo. Igual que cuando se coló el "vecino" en casa. Ella también notaba su presencia. No aparté la vista de ellos y no parecía que se hubieran percatado del gruñido de Perita. Hice que se callara. Cuando los dos primeros llegaron a nuestra puerta, se pararon ahí y se giraron. Al poco, el tercero les dio alcance. Parecían confundidos, como si esperaran que sucediera algo, quizás les había llegado algún rastro de nuestra presencia. Después de investigar la puerta de entrada al patio por varios minutos, siguieron su camino con el mismo aire de despiste. O falso despiste. Enseguida pasó el último por nuestra casa. Ese que parecía que no se enteraba de nada. Al igual que los otros Zfir se colocó frente a la puerta de entrada, pero tenía una postura muy recta, tensa. Desde la ventana podíamos ver su cara, llena de excoriaciones, cuyo gesto no era de confusión, sino de enfado. Incluso enseñaba un poco los dientes. Se agarró a la puerta, intentando mirar por los huecos que dejaba el metal. La escena que ocurrió a continuación creo que no se borrará de mi memoria jamás. El Zfir se encaramó a la puerta y escaló hasta que pudo asomar la cabeza por encima y ver nuestro patio. Se me cortó la respiración. ¿Sería más fuerte nuestro rastro allí? Hizo un barrido visual del patio y, con la cara llena de odio, bajó de la puerta. Siguió por detrás a sus compañeros, pero ya no iba como despistado, tenía cara de frustración.

Nos quedamos sentadas en el suelo, bajo la ventana, en silencio hasta que creímos que estaban suficientemente lejos.
-¿A dónde irán?
-No lo sé. ¿Tú crees que aquí estamos a salvo? - Pregunté.
-No lo sé, la verdad. ¿Vamos?
El cansancio mental y el estrés hizo que no tardara mucho en acostarme, habiendo comido algo previamente. El hambre no perdona.

Ha habido grupos de Zfir rondando por los alrededores. Perita nos avisaba cada vez que se acercaban a casa con sus gruñidos y, automáticamente, nos quedábamos quietas y en silencio. No sé si estamos seguras aquí, probablemente la fecha de caducidad de nuestro aislamiento está cada vez más cerca, pero acabamos de encontrar provisiones para seguir aguantando. Aún no habíamos celebrado nuestra suerte, así que he hecho una tortilla de patatas en el almorzar. Tortilla de patatas. No es fácil hacer una tortilla de patatas en un Camping Gaz, pero con paciencia lo conseguí. Teníamos comida, fresca y recién cocinada para unos días.

Rati está resfriada. Estos cambios de tiempo no le vienen bien. Frío, calor, frío, calor. Le ha pasado otras veces, pero había un veterinario al que ir. Probablemente ya no esté vivo.

martes, 10 de marzo de 2020

El domingo fue un respiro completamente necesario. Me sentía como si mi cuerpo acabara de salir de fábrica, pero mi cabeza era otra historia. Me estaba jugando una mala pasada y cada vez que pensaba en la tarea que teníamos pendiente, un vértigo recorría mi estómago. No se me olvidaba que teníamos que ir a la casa de mi vecino el asaltahogares. Así es el miedo. Te susurra en el oído hasta que consigue hacerte suyo. Y ahí estás perdido. Estaba siendo difícil pelear contra ese enemigo tan volátil. En realidad no estaba, no podía dispararle ni machacarlo con una tijera de podar. Paula ayer me dio una buena arma para enfrentarme a él, pero aquí estaba de nuevo. No me había comido, pero lo estaba intentando.
La verdad es que no quería salir de la habitación. No sabía como decirle a Paula que no me atrevía a seguir buscando provisiones. A seguir descubriendo horrores.
Unos nudillos resonaron en la puerta. Paula. Suspiré.
-Pasa.
Se quedó en el marco de la puerta.
-¿Qué tal?
-Bueno, he estado mejor. -Acompañé mi respuesta con una sonrisa. Me ponía muy nerviosa tener que decirle que quería quedarme aquí. Creo que con los nervios mi intento de sonrisa se quedó en una mueca rara.
-Tampoco tienes que tomarte tan a pecho perder en un juego de mesa, ¿eh?
Vale, esa segunda sonrisa ya si fue de verdad.
-Oye... - Comencé a decirle.
-Escucha. He estado en el patio antes, como ahora te ha dado por no madrugar... -Sonrió- Bueno, he visto que tienes algunas plantas un poco deprimidas. Si quieres podemos echarles un vistazo y así me enseñas a cuidarlas. La verdad es que me ha llamado mucho la atención esa faceta tuya.
No me lo podía creer. Me estaba echando un cable, ¿verdad? Sí. Me estaba ayudando. Me estaba dando un tiempo de adaptación que no se le ha permitido mucha gente. Seguramente ella no lo tuvo, pero está teniendo la amabilidad de concedérmelo a mí. Y yo no sabía cómo mostrarle mi agradecimiento.
Estaba haciendo un día de maravilla así que bajé con una manga corta para disfrutar del sol.
-Vamos Alba, que se nos hace de noche.
-Pues venga, muévete. Coge de ese primer cajón las herramientas. Debajo del sofá está la tierra, cógela también.
-Ah, ah. Espera. Que voy a ser la mano de obra barata.
-¡No! Eres la aprendiza, así que también debes aprender dónde está todo.
Le enseñé a trasplantar y a regar según el tipo de maceta y planta. Cortamos un poco de perejil y de albahaca para echarle a alguna comida, quizás así perdiera un poco el sabor a lata.

-Paula, ¿qué quieres plantar?
-¿Podemos plantar?
-Claro, está llegando el buen tiempo. ¿Qué te parecen unas lechugas? Salen medianamente pronto.
-Hostia, sí, sí quiero. ¿Tú crees que podremos comérnoslas?
-Espero que si. ¿Pimientos?
-Vale. ¿Podemos plantar tomates?
Oye pues la veía entusiasmada, iba a ser divertido.
-Sí, tengo semillas de varias clases, podemos probar a plantar diferentes.
Pasamos el resto del día plantando, teníamos quince semilleros nuevos. Simplemente le encantó. Los pusimos a buen recaudo y es que a veces a Perita le da por jugar con las macetas que no debe. Sobre las cinco estábamos llenas de tierra y cansadas, pero satisfechas. Nos habíamos sentado contra la pared en la que daban los últimos rayos de sol de la tarde con Rati y con Perita, hablando de todo y de nada.
-¿Cómo acabaste aquí? – me preguntó-. En este barrio. En esta casa enorme.
-Pues mira. No llegué aquí sola. Cuando me vine a vivir aquí tenía pareja. Alejandro. Él era arquitecto, de Las Palmas de Gran Canaria. Siempre andaba para arriba y para abajo, viajaba mucho para asistir a conferencias y congresos. Tenía mucho renombre, podía trabajar donde quisiera. Nos conocimos en Santander, unos meses antes de venir para Córdoba. Yo quería volver a mis orígenes y él aceptó.
-Braguetazo.
-Sí, de disgustos. Vimos algunos pisos y casas para alquilar y, entre nuestras mascotas y nuestros gustos, finalmente nos decidimos por esta casa. A mi personalmente me encantó ybme sigue encantando. Un día, durante uno de sus viajes, me fui a tomar algo con Perita al centro histórico. No lo visito mucho pero me gusta aparecer por allí alguna vez, es precioso. Allí me pareció ver a Alejandro en una terraza con una chica, bastante meloso. Me puse hecha un basilisco y para allá que fui a enterarme de quien era la otra. Imagínate mi cara cuando me enteré de que la otra era yo.
-¿Qué dices?
-Seis años llevaba con ella y dos conmigo. Liamos una bronca de la hostia. Nosotras gritando, Perita ladrando. Cogí lo que quedaba de mi amor propio y me vine a casa. Recogí sus cosas y se las puse en la puerta. Nunca más. Supongo que se fue a Canarias con ella, o a la Conchinchina. Me da igual.
-Madre mía, Alba. ¿Cuánto hace de eso?
-Casi un año. No si yo ya estoy genial, ¿sabes? Pero es verdad que vivo aquí por él.
Me frotó un brazo como muestra de empatía y la verdad es que me sentí reconfortada. El fin del mundo, que une mucho.
Estaba comenzando a refrescar así que entramos en casa. Me sentía renovada. Apoyada. Me sentía fuerte. Si hubiera tenido este bajón sola no sé que habría sido de mí.
Entraba la noche y estábamos en el sofá, medio dormidas por el cansancio.
-Oye Paula, mañana vamos a seguir con las casas de los vecinos.
-Vale – dijo medio adormilada - como quieras.
-Venga, vete a la cama.
Estuve un rato más despierta en el salón, pensando en cómo habíamos llegado a este punto, partiendo de una sociedad tan estructurada como la que había antes del firiovirus. Los que íbamos quedando estábamos cambiando. ¿Vamos a establecer un nuevo mundo? Pues no tiene muy buena pinta.

Por la mañana volví a despertarme temprano, mi rutina de siempre. Desayunamos juntas medio café cada una. Racionamiento y más racionamiento. Tenía hambre. Estoy segura de que Paula también. Pero estábamos vivas y relativamente tranquilas, que en estos tiempos ya era bastante. Comenzamos a pasar por las casas de los vecinos hasta que llegamos a la pared que tocaba saltar. Paula puso la escalera y saltó primera. Subí lentamente. Al llegar arriba me senté antes de bajar y lancé un suspiro. Con ayuda de Paula bajé. Tocaba volver a allanar una morada.
El primer quebradero de cabeza: cómo entrar. Buscamos llaves por todos los maceteros. Nada. Era la casa más grande de la comunidad de vecinos, tenía dos plantas y una especie de buhardilla. La ventana de la buhardilla no tenía barrotes, pero las demás estaban enrejadas. Iba a ser complicado entrar sin formar un escándalo.
-Lo veo complicado.
Paula, tras escucharme, se agachó y buscó algo en su mochila. Se acercó a la puerta con paso decidido y se puso a hurgar en la cerradura. Me acerqué a echar un vistazo y cuando vi lo que estaba haciendo no daba crédito.
-¿Estas abriendo? –Paula ni siquiera me miró- ¿Eso son ganzúas? ¿Sabes usar ganzúas? ¿En otra época has sido ladrona o algo así?
-Alba, necesito que estés en silencio y me dejes concentrarme.
-Vale, lo siento. – Susurré y anduve unos pasos hacia atrás. No mucho, quería ver cómo lo hacía.
Tras unos minutos, la puerta se abrió. El olor que salió de allí nos hizo retroceder de un salto.
-¿Pero qué cojones? Alba átate algo de ropa en la cara.
Así lo hice y entramos.
-¿Entonces eres una ladrona?
-No mujer, me lo enseñó un familiar que era un poco delincuente. Aprendí rápido, se me dan bien los juegos de manos.
-Ah. -Si Paula sabía forzar puertas, un mundo de posibilidades se abría ante nosotras.- Oye, ¿por qué huele así?
-Huele a que nos vamos a encontrar un cadáver y a comida podrida.
-Genial.
El cadáver estaba, claro que estaba. Creo que era una mujer, pero estaba realmente asqueroso. Era horrible. Estaba en un cuarto de baño de la planta superior. Paula tuvo la amabilidad de registrarlo sin mí. Encontró paracetamol, ibuprofeno, diazepam, amoxicilina, lorazepam, enantyum y algunas vendas. También cogimos productos del baño para llevarnos.
Paula cerró la puerta al salir y el olor disminuyó un poco en el resto de la casa. Comenzamos de arriba a abajo. La buhardilla era una pasada, había un ventanal que daba a la parte trasera de nuestras casas y desde donde se veía la avenida principal. Era como una especie de sala de estar con juegos, billar, diana y una mesa de hockey en aire. Tenían algunas bolsas de patatas fritas y aperitivos. Nos iba a venir de perlas. Antes de bajar fui a disfrutar de las vistas por última vez.
-Paula. Ven.
La contundencia de mis dos palabras hizo que Paula viniera rápidamente.
-¿Qué es eso? – Pregunté al aire.
En la avenida principal que daba nombre a mi barrio, había una especie de procesión de Zfir, bajando hacia el centro de la ciudad. Al principio parecían desperdigados, pero mientras más pasaban iban pareciendo una masa más compacta.
-¿Será uno de esos enjambres de los que hablaba tu vecino?
-No lo sé, pero da bastante miedo.
-Hay bastantes que llevan uniformes de la cárcel, ¿verdad?
-Sí... A saber qué ha ocurrido allí.
Nos quedamos un rato más mirando por la ventana hasta que volvieron a estar más desperdigados, supongo que porque la procesión estaba terminando.
-Vamos.

Bajamos y encontramos algunas cosas a las que podíamos sacar utilidad. Nos llevamos un bate de béisbol que había expuesto en una pared y más luces y velas. En el dormitorio encontramos un paquete de pilas.
En la planta de abajo estaba el premio gordo, en la cocina. Había fruta que estaba podrida, pero había muchas otras cosas que no lo estaban. Encontramos huevos que acababan de caducar, pero pensaba comprobarlo sumergiéndolos en agua. Zanahorias así un poco feas pero comestibles, un par de calabacines también medio feos y medio saco de patatas. No me lo podía creer, había un montón de comida. Qué triunfo. También había latas de champiñones, de atún, varios cartones de leche, café… No cabíamos en nosotras de la emoción. Supongo que compraron para estar un tiempo encerrados, pero se ve que ya estaban contagiados y murieron aquí. Uno no se levantó, pero el otro sí.

Volvimos a casa y hemos estados organizando nuestro botín. Me costó ir allí, pero ha valido la pena.

domingo, 8 de marzo de 2020

Por la mañana fui a despertar a Paula pronto, tenía un plan para ella. Hasta me hacía ilusión, la verdad. Esperaba que le gustase. 
Estaba de buen humor, así que preparé nuestro escueto desayuno. Supuse que Paula estaba dormida. No había dado ninguna señal de vida con el escándalo que había montado en la cocina, más sabiendo que su dormitorio estaba justo al lado. Llamé a su puerta.
-Uhm... Pasa- su voz parecía venir de un sueño bastante profundo.
-¡Buenos días!
Entre en su habitación llevando dos tazas y olor a café.
-Qué buen humor por la mañana.
-¡Vamos! - le apremié- Tenemos planes.
Se incorporó contra el cabecero y yo me senté en los pies de la cama. Miré alrededor. Llevaba sin entrar allí desde que se la cedí a Paula y no sabía muy bien que podía encontrarme. La verdad es que estaba todo muy bien ordenado.
-Cuéntame, ¿qué planes son esos?
-Vamos de investigación por las casas de los vecinos.
-Ah, que no tuviste suficiente con tu vecino asaltapatios.
-No idiota, las dos siguientes de la comunidad son seguras. La tercera se supone que también, sino habría tenido dos Zfir asaltando mi patio. Hacia el otro lado no he ido aún. Me gustaría que revisáramos las dos en la que yo estuve y que echáramos un vistazo en la que encontré al Zfir.
-Sus deseos son órdenes para mí. - Curvó la comisura de su boca en media sonrisa.
-Te espero fuera. 

Obviamente iba a dejarle intimidad para vestirse y todo eso. Mientras preparé una mochila con lo que nos haría falta para el día. Cuando Paula estuvo lista salimos.
-Escaleras, ¿no?
-Sí, vamos a ir primero a casa de Fran, el vecino que me prestó la máquina de gimnasio.
-Perfecto. ¿Vamos a ir desarmadas?
-Yo voy armada, con eso tenemos, ¿no?
-Con tu permiso, yo voy a llevarme esto.
Se giró y cogió algo de una esquina del patio. Las tijeras de poda telescópicas.
-Pero si eso es para podar.
-Y para hacer daño desde lejos.
Yo soy gilipollas. Paula tuvo un arma bastante aprovechable todo el tiempo que estuvo en el patio. Pude haberme cargado a aquel Zfir que asaltó mi casa desde encima de la tapia si hubiera llevado las tijeras de poda encima. Al final, tiene que venir alguien de fuera a enseñarme lo corta de miras que soy.

Como pensaba, Paula me dio ideas nuevas respecto a la casa de Fran. Encontró unos mosquetones y su botiquín. Nos llevamos un par de luces que funcionaban a pilas y todas las velas que tenía de decoración. Enseñé a Paula donde estaba el coche y lo arrancamos.
-¿Qué te parece si ponemos las provisiones del coche amontonadas junto a la puerta trasera? - Me preguntó - Si sigue haciendo calor se va a evaporar todo el agua.
Cambiamos todo de sitio y lo dejamos bien organizado para unas prisas. Durante ese rato dejamos el coche arrancado.
Cuando terminamos eran las cuatro de la tarde, quedaban unas 3 horas de luz solar. Nuestras mochilas aún no estaban completas, así que fuimos directamente a la siguiente casa.
-¿Tienes la llave?
-Uhm no. - Respondí mientras saltaba la pared.
-¿Entonces?
-La trampilla del perro - repuse sonriendo.
-Estás de coña.
-Qué va.
Fue bastante gracioso verla arrastrarse por la puertecita llenándose de pelos de perro. Volvimos a encontrar algunas cosas interesantes. Un par de linternas y un frontal bastante luminoso. Ropa térmica que nos quedaba grande pero que podíamos usar, unos bastones para caminar, un par de cantimploras y un saco de dormir. Amigo cazador, gracias por este nuevo botín.

En realidad no me sentía a gusto en esas casa que no eran mías mientras me llevaba pertenencias de otras personas. Sí, al final el mundo se ha estampado y a mí me vienen bien para mi supervivencia. Pero me sentía como si estuviera robando a un muerto. Como si tuviera un cadáver delante de mí y le estuviera registrando los bolsillos por si llevara la cartera encima. Sacudí la cabeza para sacar esa imagen de mi cabeza. Quería irme ya.
-¿Nos vamos ya? Pronto va a anochecer.
-Deja que mire en este armario.
Comenzó a abrir cajones que estaban llenos de ropa de niño. Genial, lo que necesitaba para que siguieran viniendo a mi mente pensamientos horribles. Yo no sé si esta chica ha perdido toda su sensibilidad o qué, pero era incapaz de comprender cómo podía estar ahí tan tranquila, rebuscando entre la ropa de un niño que probablemente está muerto. Noté como el vómito vino a mi boca y tuve que lanzarlo.
-¡Coño! ¿Estás bien, Alba?
-Si, perdona. Una arcadita.
-Venga, vayámonos, aquí no hay nada.
Antes de salir de la habitación, eché un último vistazo. Bueno, quizás ese niño no estuviera muerto, ¿no? Ni resucitado. Podía haberse ido a mitad del campo, a alguna casa que tuvieran en un terreno, o alguna caseta de cazador de su padre, a refugiarse. Sí. Era posible. No, era muy probable de hecho. Vaya, prácticamente seguro que había ocurrido así. Sí.
Respiré hondo y volví a casa detrás de Paula. Ya era casi de noche.
-Oye Paula, creo que no deberíamos usar las cosas que hemos encontrado. Las de las pilas y eso, las velas sí. Quizás nos hagan falta más adelante.
-Sí, claro. Es una buena idea. ¿Te encuentras mejor?
-Sí. Gracias.
-Mejor así. No te agobies, seguro que están bien.
Me guiñó el ojo y se levantó a por la mochila para que organizáramos las cosas que habíamos conseguido. Me quedé perpleja. ¿Tan evidente había sido?

Cuando lo dejamos todo organizado nos fuimos a dormir. Pensé que me costaría mucho conciliar el sueño, nada más lejos de la realidad. Caí rendida de tal forma, que por la mañana no era capaz de levantarme. Tuve pesadillas toda la noche, pero no me desperté en ningún momento. Normalmente me levanto a una hora decente, más o menos sobre las 9:30 o 10. Esta mañana, cerca de las 12 llamó Paula a la puerta de mi habitación.
-¿Estás bien, Alba?
-Sí. Pasa.
Se sentó a los pies de la cama.
-Qué cama más grande, dormirás bien a gusto, ¿eh?
-Jaja, sí, está bien. Es una historia larga, ya te la contaré algún día.
-Oye Alba... Sé que las cosas están siendo difíciles, lo son para todos. Yo he pasado mucho miedo. Tú vives apartada, pero al vivir en el centro, yo tuve que ver muchas cosas horribles. Con esto te quiero decir que, al final, uno se sobrepone a estas cosas, te haces fuerte y no te afectan.
-¿Tú también vomitabas?
-Vomité mucho, muchas veces. Incluso cuando no tenía nada en el estómago. Pero al final sobrevivir a un mundo difícil te convierte en metal: frío y duro.
-Ya. Sólo es un proceso.
-Sí. Por cierto, ¿tenemos planes hoy?
-La verdad es que no.
-Genial, por que yo si tengo planes para nosotras.-La miré con curiosidad- Relajarnos.
Oye, sonaba bien. Creo que Paula entendía bien el batido mental que yo tenía ese momento. Realmente le agradecía la empatía que tenía hacia mí.
-Hoy no hay firiovirus, ni Zfir - dijo-. Vale, hace mal día, tendremos que quedarnos en casa. ¿Qué te apetece que hagamos?
-Uhm... ¿Te gustan los juegos de mesa?
-Mucho -dijo sonriendo.
Otra sonrisa asomó en mis labios.

Tengo una buena colección de juegos de mesa, soy bastante fan de ellos. Tras debatirlo durante un rato terminamos jugando a uno de mis favoritos. En él, tomábamos el papel de unos enanos que viven en una cueva y tienen que conseguir comida, animales, recursos para ampliar sus cuevas, y formas de conseguir dinero para comprar las cosas necesarias. Pero ojo, los turnos eran limitados y las acciones también. Al final, la estrategia mejor definida sería la que conseguiría la victoria. Era largo, pero teníamos tiempo de sobra. Primero le expliqué como se jugaba. Entre el rato que tardamos en montar el tablero, la explicación detallada con sus preguntas incluidas y una primera partida de prueba, entramos en la tarde. Jugamos una primera partida, que gané yo, y una segunda partida que ganó Paula.

-Oye, a este ritmo me vas a desbancar de ganadora oficial.
-No lo dudes. En estos juegos soy la mejor.
-Ya lo veremos. Por cierto, gracias.
-Para eso estamos.

Esta noche pinta mucho mejor que la de ayer. Mucho mejor.

viernes, 6 de marzo de 2020

-¿Te cruzaste con alguno ahí fuera?
-¿Algún Zfir? - contestó a mi pregunta mientras cambiábamos el sitio en la máquina de pesas que cogí prestada de casa de mi vecino Fran.
-Sí.
-Sí, claro.
-¿Cómo fue?
Suspiró.
-Aterrador. Mi barrio es… Era muy transitado, está al lado del centro. Lo conoces, ¿verdad? – Asentí – Siempre podías ver gente por la calle, me gustaba ese bullicio. El chico que vivía justo en la puerta de al lado era un tanto especial. Friki quizás. Hablé un par de veces con él, le gustaban las películas de ciencia ficción, verlas a todo volumen. Creo que trabajaba desde casa, no salía mucho y tampoco tenía muchas visitas, pero le gustaba mucho ver a la gente desde el balcón. Con el firiovirus, sus horas de espectador aumentaron. Supongo que se obsesionó. Pasaba todo el día en el balcón apuntando cosas en una libreta. Yo no salía, no me sentía con fuerzas para ver más muerte, lo veía todo desde detrás de la ventana, se empezaba a notar que los Zfir eran inteligentes y, aunque a veces quisiera inmolarme, yo no soy ninguna kamikaze. No terminaba de convencerme que nos descubrieran por su culpa.

Vaya, si que debió de afectarle la llegada del firiovirus.
-¿Os descubrieron?
-Qué va. Su estado de vigilancia duró poco más de cinco días. Creo que fue perdiendo la cabeza poco a poco, porque de observar pasó a la acción. Una tardé sonó el timbre en mi casa. Yo ya estaba sola y no esperaba a nadie. Era él, claro, además estaba como disfrazado y llevaba una katana en la espalda y un par de cuchillos de cocina en el cinturón. Estaba un tanto ridículo. Me dijo que tenía que irse a luchar contra la plaga, que me dejaba el testigo para seguir con su investigación. Eso mientras me daba la libreta. Estaba flipando, Alba, flipando. El tipo se dio la vuelta con sus pintas y nunca más supe de él. Esa noche leí su diario, tenía un montón de hipótesis sin contrastar. Podían ser reales o falsas, pero la diferencia podía costarme la vida.

Un error, cualquier error, puede costarnos la vida en este momento. Mi cabeza viajó al momento en el que un error pudo matarme y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
-¿Crees que murió?
-Puede ser. Quién sabe. Quizás terminó encontrando el quid de la cuestión y se está alzando como el rey de los Zfir, con su ropa de camuflaje, su cara pintada y sus cuchillos de cocina.
-¿Tienes el diario aquí?
-Si claro. Ahora te lo doy para que le eches un vistazo. Continúo. Tenía una cantidad de comida normal, así que en una semana estaba bajo mínimos. Había un montón de tiendas en mi barrio, tenía que haber comida. Cogí lo poco que me quedaba y alguna cosa que pudiera serme útil ahí fuera y me largué en busca de algo para comer. Todas las tiendas estaban saqueadas, Alba, todas. Pasé el día recorriendo mi barrio y la zona del centro. A media tarde me encontré con un Zfir. Estaba golpeando la puerta de una librería insistentemente, probablemente había alguien dentro. Lanzaba gruñidos cortos, al aire. Estuve observándolo, escondida detrás de unos contenedores de basura. Unos quince minutos después, llego otro Zfir. Venía renqueando, no sólo con la descordinación típica de ellos, sino como si no pudiera usar la mitad de su cuerpo. Llegó directo a la puerta y se puso al golpearla. Ahora, ambos gruñían de la misma forma que lo hacía el primero. No tardó mucho tiempo en llega otra pareja de Zfir, directos a golpear la puerta. Se comunicaban, estaba claro. Decidí irme lo más discretamente posible, yo no podía hacer nada por quién estuviera allí dentro, tenían que salvarse solos.
-También tienen memoria. Si saben por donde te has ido… te buscarán hasta que den contigo.
-Lo sé.
-¿No se cansan? – Cuando terminé la pregunta, me di cuenta de que mi tono había sonado más abatido de lo que pensaba.
-No lo parece. ¿Te ha perseguido algún Zfir?
-El que viste, vivía dos casas más abajo. He estado entrando en las casas de mis vecinos para fortalecer mis reservas.
-Robarles.
-Cogerlas prestadas. Total, parece que este enfermó y se quedó en casa. Allí murió y se levantó. Me pilló intentando saltar la tapia de su patio, el hijo de puta vio por donde me fui y tardó unos días en llegar hasta mi puerta, dentro de mi mismo patio. Recordaba por dónde me había ido. ¿Te apetece que comamos fuera y me sigues contando?
Asintió con la cabeza y preparamos algo de comida. Ya se nos había hecho tarde y el sol estaba decayendo. Me había quedado embelesada en su relato.

-Encontré una tienda, en una calle minúscula sin salida, en el centro. Estaba abierta, pero no saqueada, al menos no por gente de fuera. Parece ser que los dueños se lo llevaron todo, excepto un par de latas de berberechos y pulpo que se habían caído bajo una estantería. Me resguardé allí durante dos días. Había una pequeña trampilla bajo el mostrador de la caja registradora, tapada con una alfombra que daba a un cuartucho con cuatro camas y un baño minúsculo. Era una ratonera, pero me daba la sensación que era la vivienda de los antiguos dueños. La tercera tarde, cerca del anochecer, escuché un motor que se acercaba. Me fui corriendo a mi cuartucho. Si lo descubrían, me descubrirían a mí, no tenía muchas más opciones. Cuando cerraba la trampilla acomodando la alfombra, pude ver que un URO se paraba en la puerta de la tienda. ¿Sabes lo que son?
-¿Toros extintos?
Soltó una carcajada. La verdad que yo no le veía la gracia.
-Son los vehículos militares que usamos aquí. Eran del ejército, iban con el uniforme. Dudé un momento si esconderme o salir a que me llevaran a un sitio seguro. Cuando abrieron la tienda de una patada cerré los últimos milímetros de trampilla y fui corriendo a esconderme bajo una cama. Llámalo intuición femenina. Supliqué y supliqué a todos los entes superiores que, por favor, no descubrieran la trampilla. Pude oírlos hablar desde mi escondite, pero no entendí casi nada. Sólo que vaya mierda que no había comida y que esperaban que los Zfir se carguen a todos los que se fueron, porque si volvían los matarían. Supuse que se refería a la movilización hacia Madrid de la que todo el mundo había estado hablando. Tardaron una media hora en destrozar la tienda y se fueron. Esa noche decidí salir en busca de comida y un refugio de verdad. Quizás mi vecino el friki tuviera razón, quizás de noche los Zfir se orientaran peor. Y obviamente los humanos veíamos mucho peor de noche.
-Madre mía Paula, qué pelotas tienes.
-Supervivencia. Esa noche fue cuando encontré la base de los insurrectos. Llegué a ellos por el ruido que estaban armando. Al parecer habían encontrado alcohol... Eso iba a ser una manifestación de Zfirs en poco rato. Desde lejos eché un vistazo. Tenían a dos chicos con fusiles vigilando las provisiones. Sólo dos para 8 palets de raciones del ejército. Encima los chavales estaban encabronados, todos sus compañeros poniéndose tibios y ellos allí pringando. Eso significa menos ganas de trabajar. Me la jugué. Me arrastré por la parte de atrás, apuñalé a uno de los vigilantes y cogí tres raciones, las que me cabían en la mochila. Estaba casi hecho, pero me incorporé para correr demasiado pronto y el otro vigilante me vio. Comenzó a dispararme. La suerte, su poca experiencia y la noche hicieron que yo siga aquí. Herida pero viva. Ahí comenzó mi huida. Corrí hacia El Brillante, donde por proporción iba a haber menos gente, eso significaba menos Zfir. Cuando había subido varias calles me crucé con un Zfir que estaba por ahí deambulando. Me vio. Su cara se llenó de ira y comenzó a andar, torpemente, hacia mí mientras gruñía. Continué corriendo. A la vez escuchaba de lejos los motores de los militares, ya organizados, que iban a comenzar mi búsqueda. Supongo que habrían encontrado el cuerpo y habían visto en que dirección había huido. Cuando perdí al Zfir de vista, me escondí bajo un coche. No podía más. Tal y como me has dicho, el Zfir recordaba por donde me había perdido de vista y venía en mi búsqueda. Desde mi escondite lo veía acercarse en mi dirección.
-Como lo de Barcelona.
-Exacto. La suerte volvió a sonreírme. De repente apareció al principio de la calle un URO y mis propios enemigos se cargaron a mi amenaza directa. Cuando se perdieron seguí huyendo. Escondiéndome bajo coches, en portales, tiendas. Por casualidad llegué hasta tu puerta. Lo siguiente ya lo sabes.

El silencio se instaló entre nosotras. La noche había caído y con ella había venido el frío.
-Vamos anda – le dije a Paula mientras me levantaba – necesitamos descansar. Mañana tengo un plan de día entretenido. Cuando nos despertemos te lo cuento. Nos fuimos a la cama pero tardé mucho en dormirme, la historia de Paula no dejaba de rondarme la cabeza.
Debió ser duro. Muy duro.

jueves, 5 de marzo de 2020

Desde que Paula entró en casa, la vida ha sido un poco más tranquila. La primera noche que durmió dentro casi no pude pegar ojo, pero anoche fue otro cantar. Además mis chicas la adoran. Realmente, poco a poco voy confiando más en ella, aunque una pequeña parte de mi cerebro sigue pensando que me va a dar una patada, a matarme o robarme. Incluso las tres cosas. Llámalo como quieras, pero hay cierto grado de desconfianza.

Desde la mañana siguiente a su llegada estoy muy pendiente de la herida que traía en su pierna izquierda. No tiene muy buena pinta, la verdad.
-¿Te hiciste curas con el material que te di? – Le pregunté cuando me la enseñó.
-Sí.
-¿Cuántos días hace desde la herida? ¿Antes de llegar hasta aquí te habías curado con algo?
-Fue la madrugada del día que llegué aquí. Por suerte, la oscuridad ayudó a que no hicieran diana, pero me jodieron.
Y tanto.
Fui a mi botiquín a por todo lo que iba a necesitar para curarle. Aunque más que un botiquín es una pequeña farmacia. Tengo mi abastecimiento farmacéutico debajo de la cama. En casa de mis vecinos encontré algunos medicamentos y productos sanitarios que podían serme muy útiles. Me los llevé, claro, pero la gran mayoría de provenían mi paranoia profesional. Siempre he intentando ir comprando suministros médicos que podían serme útiles en casa. Sobre todo teniendo una perrita tan bestia.
-¿Me dijiste que era un campamento militar? -Pregunté mientras le trataba la herida.
-No, qué va. Los militares fueron enviados a las grandes ciudades, donde la cantidad de gente que resucitaba era mayor. Aquí quedó… ¡Ah! Uff – la cura debía estar doliendo y la chica había tardado bastante en quejarse- quedó una pandilla de insurrectos que decidieron no seguir al Ejército y quedarse aquí a dar por el culo. Como si no tuviéramos bastante con los Zfir.
-Pero, ¿desde cuando estamos así? O sea, se ha ido todo a la mierda en… ¿dos semanas?
-Vives muy apartada. Además no están llegando hasta este barrio, no hay tiendas. La mitad de las casas son de fin de semana o de verano. No hay nada aquí que les interese. Menos mal que no saben que estás tu.
-Vaya, gracias. -No pude aguantarme la risa. Reímos y reímos, por su falta de tacto, por habernos salvado. Porque sí. Tuvimos un buen rato de risa exorcizante. Cuando por fin pudimos mirarnos sin reírnos, ya habíamos liberado parte de nuestro estrés y nuestro miedo. Era momento de seguir.
-¿Recuerdas la mañana que el presidente comenzó a emitir ese mensaje de mierda? Ese día él, su familia y sus colegas políticos más cercanos estaban cogiendo el avión presidencial con destino a Dios sabe dónde. Nos dejaron tirados. El Ejército se enfadó, con motivo, y gran parte se sublevó durante ese fin de semana.
-Supongo que en Córdoba también. Espera voy a por esparadrapo y malla. Sujeta aquí.
-También. -Contestó mientras terminaba la cura- Gran parte del Ejército se fue, como te dije. Los que se quedaron, fusilaron en el muro del Marrubial a sus mandos superiores.También asesinaron a quienes no quisieron sublevarse, que fueron pocos. Esa gentuza se quedó con los abastecimientos, los puestos de control, las armas y los vehículos militares.
-Y no son precisamente amigos nuestros.
Nos quedamos en silencio. Su gesto había cambiado. Quizás se sentía culpable por haberme metido en esta guerra, pero la verdad es que nunca hubieran sido amigables conmigo.
-Si no hubieras aparecido, ni siquiera habría sabido que eran más peligrosos que amigables. Cuéntame, ¿qué te apetece para comer?

Las siguientes horas fueron las más normales desde que empezó todo esto del firiovirus. Resulta que Paula siempre quiso estudiar arte, le encantaba el cine, pero su familia no le permitió estudiar esa rama. Al final dejó los estudios y se formó en la hostelería nocturna. Hablamos largo y tendido de cine. No no soy ninguna experta, ni sé de grandes directores, ni de clásicos, pero tenía mis películas favoritas. Sinceramente, no conocía ninguno de los títulos de los que hablaba con tanto entusiasmo, pero fue divertido escuchar sus conocimientos sobre cine. Siempre lo contaba todo con una sonrisa, haciendo una broma.
-El ángel exterminador suena a un ser como el de Resident...
-Cállate. - Dijo de repente. Me quedé quieta, muy quieta. También callada. Entonces yo también lo oí. Estaban aquí de nuevo, habían reanudado la búsqueda. Se acabó la normalidad. Estaban dando vueltas por esta manzana, de forma insistente.
-Nada de velas -susurré- ni de cocinar, ni de hablar.
Paula asintió. Nos quedaba como una hora de luz solar. Paula sacó a Rati de su chalet, la verdad es que la rata era una gran apoyo para ella, habían hecho buenas migas. Yo abracé a Perita.
-Paula -susurré de nuevo, ella giró su cabeza hacia mi- ¿por qué te buscan así?
¿Por comida? No creo. ¿Qué les habría hecho?
-Quieren encontrarme. Quieren matarme, porque yo maté a uno de los suyos.
Me quedé en blanco mirándola, no se cuanto tiempo pasé así. Supongo que no mucho.
-Lo siento. Era él o yo. -Concluyó.

Hasta esta mañana no han dejado de buscar a Paula por esta zona. Durante aquella noche y todo el día de ayer nos mantuvimos en silencio.Comimos una lata de atún y dormitamos, a ratos, durante gran parte del día. También volví a curar la pierna de Paula, tiene mejor aspecto, pero avanza lentamente. Vetamos la planta superior por miedo a que nos vieran a través de las ventanas, y obviamente no íbamos a ponernos a subir y bajar persianas, nos descubrirían. Creo, supongo y espero, que si nos mantenemos en silencio y pasamos desapercibidas, que nos encuentren sería como buscar una aguja en un pajar.
Aparte del nivel de estrés que nos ha provocado la presencia de esos indeseables, el clima no ha acompañado a nuestros ánimos, pero hemos tenido a las chicas, que son un encanto. Dando mimos no las supera nadie.
Hasta que no han pasado tres horas sin escuchar ningún vehículo cerca no hemos levantado nuestras restricciones, pero el mal sabor de boca nos ha acompañado todo el día.
Espero que esos pesados se olviden pronto de Paula y nos dejen vivir tranquilas. Sea como sea, necesito irme a la cama y que mañana sea otro día.

lunes, 2 de marzo de 2020

Llegó el momento. He decidido dar fin a la cuarentena de Paula porque no presenta ningún síntoma patológico, pero lo que puede que acabe consiguiendo es enfermar por vivir a la intemperie. Mucho más con el empeoramiento del tiempo estos días.
Me parecía peculiar ese interés que tenía por mis plantas. Esta mañana, cuando me desperté, de nuevo estaba frente a mi invernadero. Mis plantas eran pequeñitas, apenas acababan de nacer. Cualquier persona podría destrozarlas fácilmente si quisiera. Pero no era su caso, las miraba con cierta curiosidad. Al poco dejé de observarla por la ventana, no quería que influyera en mis pensamientos.
Esta mañana no desayuné con Paula, ni siquiera bajé a la planta inferior. Me quedé en mi dormitorio, dándole vueltas a lo que estaba a punto de hacer. Los miedos seguían en mi cabeza, pero la chica estaba sana y no podía dejarla ahí más tiempo. Si finalmente no quería que se quedara en casa, tendría que irse. ¿Cuánto de injusto sería eso? Pues mucho. Mucho. Y cruel también. Eso de arrojar a alguien a la calle... Si no quería que se quedara en casa, nunca debí haber abierto la puerta. En ese momento hice caso a mi instinto y dictaminé mi suerte. Espero que hacia el lado correcto.

Hasta el mediodía no bajé a la planta de abajo. Cuando iba por la escalera ya pude ver a Paula pegada a la ventana. Vaya, sí que había notado mi ausencia. Cuando abrí, pude ver en sus ojos que se había percatado de la seriedad en mi rostro.
-Hoy no hubo café, ¿eh?
Negué casi imperceptiblemente con la cabeza.
-Vaya. Es serio de verdad. Supongo que quieres que me vaya, ¿no?
La miré sin decir nada, sin hacer ningún gesto. Sólo la miré. Un segundo. Dos. Tres. Cuatro.
-No.
-¿No?
-No.
Ya estaba dicho. Alea iacta est. Me acerqué a la puerta y abrí echándome a un lado.
-Pasa. ¿Quieres sentarte en el sofá? Puedes dejar la mochila en el suelo mientras. Voy a preparar algo para que comamos.
Mientras preparaba la comida, pude ver como Paula miraba cada rincón del salón, sentada desde el sofá. La comida fue más bien escasa, había comenzado el racionamiento, pero tendríamos comida, que era lo importante.
-Puedes quedarte, mi casa es tu casa.
-¿En serio?
-Sí, pero habrá algunas normas. De día, la puerta estará sólo bloqueada, pero por la noche la cerraré con llave. ¿Estás de acuerdo? – Asintió con la cabeza – Tengo comida, hice algunas compras antes de encerrarme en casa, pero es limitada. Si quieres quedarte, tenemos que racionarla para evitar que se acabe demasiado pronto. Además, yo llevaré el control de la comida que va quedando. ¿Te parece bien?
-Es una idea lógica. La poca comida que tengo, obviamente, la añadiré a tus reservas. ¿Sigues bebiendo agua del grifo?
-Potabilizada con lejía.
-Bien hecho. No creo que dure mucho el agua corriente.
-Yo tampoco. –Hice una pausa- Tu dormitorio está abajo. Tienes un baño justo al lado. La limpieza de tu baño y tu dormitorio la haces tú, lógicamente. Sólo te pido higiene. El resto de la casa nos ocupamos a medias.
-Perfecto.

Crují mis nudillos, yo ya había terminado lo que tenía que decirle.
-¿Alguna pregunta?
-¿Ese de ahí fuera te lo cargaste tú?
-Sí, era mi vecino. Saltó las tapias hasta que se metió en mi patio.
-¿Él sabía que estabas aquí?
-Sí.
-Vaya. Le reventaste bien la cabeza. Tienes armas de fuego, ¿verdad?
-Sí.
Asintió con la cabeza.
-¿Has saltado tú las tapias para ir a casa de tus vecinos?
-Sí, pero te lo detallo mañana, se nos ha ido la tarde. Ve a acomodarte en tu dormitorio, supongo que estarás deseando dormir en una cama. Esa además es de 1'35. Cuando termines cenamos.

La cena fue breve, no hablamos mucho. Yo había tenido mucha tensión todo el día y ella estaba deseando probar su nueva cama. Me va a costar dormirme, pero creo que he hecho lo correcto. El tiempo me dará la razón. O me la quitará.

domingo, 1 de marzo de 2020

La verdad es que Paula era una chica bastante interesante y, sobre todo, buena compañía para el fin del mundo. Llevaba en mi patio más de 36 horas y no había mostrado ningún síntoma de contagio. Eso sí que era buena señal. El firiovirus tiene un periodo de incubación muy corto, de un par de días. Probablemente, Paula no estaba infectada.
Hablamos un buen rato, después comencé la ardua tarea de adecentar mi casa para tener una invitada.
-Tengo que hacer cosas aquí dentro. ¿Te aburrirás mucho?
-Nada no te preocupes. Siempre tengo la cabeza llena.
-Tengo una buena colección de libros, si me dices qué genero te gusta, puedo traerte algo mientras.
-¿Tienes algo de Eduardo Mendoza?
-¿Gurb?
-Gurb es perfecto.
Más tarde me enteré de que era de sus libros favoritos. Junto con el libro, le entregué otra manta y un abrigo. Estaba nublado, las temperaturas habían bajado y no debemos olvidar que ella está viviendo prácticamente a la intemperie.

Era obvio que iba a acoger a Paula. Una parte de mi desconfiaba de todo esto. ¿De verdad no me iba a robar y a darse el piro? Podía llevarse hasta a Perita... ¿Para comérsela? ¿Tenía yo alguna forma de evitar que me robara? Obviamente no podía dejarla encerrada en casa, sería casi un secuestro. Parecía buena persona pero, ¿cómo te fías de alguien en el fin de la humanidad? Cuando los valores y la sociedad pasan a ser secundarios. Cuando no hay autoridad que controle que las personas no saquen lo peor de sí mismas.
Decidí dar un salto de fe. Quizás no todo se estuviera yendo a la mierda. Quizás. También decidí ayudar a que, si me daba la hostia, fuera lo menos grave posible.
Ideé un plan de actuación:
A Paula se le asignaría la habitación de invitados que tenía montada para mis visitas. Yo iba a llevar siempre la Bersa encima, por si acaso hubiera que utilizarla. La escopeta iba a estar escondida en mi dormitorio. Por otro lado, cada noche la puerta de casa se cerraría, aparte de con el tablón que la bloqueaba, con llave. Durante la noche íbamos a estar encerradas. La verdad es que no se si era una decisión acertada y en cierta forma me producía intranquilidad, pero no podía arriesgarme a que, en mitad de la noche se llevara toda mi comida. Obviamente tampoco podía estar velando mi despensa durante todo el día y toda la noche. La decisión estaba tomada.

Pasé el resto de la tarde organizando su dormitorio para que estuviera lo más confortable posible. Intenté no molestar mucho a Paula, realmente creía que necesitaba descansar después de lo que había pasado, ya tendríamos tiempo de ponernos al día si todo salía bien. También he pasado parte de la tarde echando cuentas de la comida y el agua que aún tengo. Ahora vamos a ser dos, el tiempo de supervivencia se reduce. También tendremos que reducir nuestras raciones y buscar alguna solución de futuro, pero estaremos dos para aportar ideas.

Cada vez queda menos para mi salto de fe. Espero no equivocarme.

-ESCONDER ESCOPETA.