jueves, 30 de abril de 2020

Nuestro viaje ha vuelto a retrasarse.

Teníamos gran cantidad de carne deshidratada. La lechuga estaba preparada para ser cortada y teníamos una tomatera transportable. Esto listo para viajar, pero muchas otras verduras seguían creciendo.
La que no estaba lista para viajar es Perita. Desde ayer por la mañana no para de vomitar, como si se hubiera intoxicado. Pero, ¿con qué podría intoxicarse aquí? Supongo que un veterinario sabría qué tipo de sustancia ha sido la culpable. Pero ahora es diferente.
Al llegar esta mañana ha dejado de vomitar, pero está cada vez más apagada. Sólo bebe agua que Paula o yo le acercamos de vez en cuando. Estoy desesperada y frustrada porque no sé que hacer. No sé nada sobre veterinaria y Paula menos aún.

-¿Crees que se va a morir? -me ha preguntado Paula acariciando a Perita, sentada junto a ella.
-Espero que no... Vamos a hacer todo lo posible para que se recupere.
-Nunca tuve perro, ¿sabes? Mi madre no quiso cuando yo era más pequeña y cuando fui mayor, no tenía tiempo. Nunca supe lo que me perdía.
-Nunca es tarde. -Sonreí.
Me acerqué a darle también mimos a Perita. Esto es el fin del la civilización. Esto es un mundo postapocalíptico. Casi sin conocimientos, ni tecnología, ni medicinas. Sin esa omnipotencia del ser humano. Una purga. La naturaleza se impone y, de nuevo, el más fuerte física y mentalmente es el que sobrevive para volver a construir un progreso.

El renacer de la civilización, a poder ser, habiendo aprendido de los errores del pasado. A poder ser.

lunes, 27 de abril de 2020

Los días siguen pasando y el clima no mejora. Miro hacia el exterior con la cabeza apoyada en el cristal empapado, quizás esto es una señal para no ir hasta el Doce de Octubre. ¿Cómo podríamos saberlo? A veces las decisiones de la vida son así. Dos caminos, tan diferentes, tan decisivos.

Hablando de caminos, hemos estado decidiendo qué rutas podemos seguir. Lo más directo sería la autovía pero hay muchas posibilidades de que esté intransitable. No sabemos que vamos a encontrar. Otra opción sería retroceder bastantes kilómetros y subir por una carretera secundaria. Eso contando con que pudiéramos ir en coche, el depósito no aguantará un viaje a Madrid como el que hicimos para llegar aquí y no sabemos si encontraremos gasolina. Tampoco sabemos si las carreteras estarán transitables. Ir andando es una opción que tenemos que tener presente.
Para ello tenemos que controlar mucho el peso que llevamos, por si nos viéramos obligadas a hacer el camino andando. Tenemos que repartir el peso en botiquín, verduras, carne y agua. Aparte de los utensilios que debamos llevar. Vamos a tener que economizar mucho.
Por otro lado, es increíble como la carne que hemos preparado se va secando poco a poco. Nunca hubiera esperado conseguir comida de esa forma. Otro conejo ha caído en nuestras trampas esta mañana, así que lo hemos dejado preparado hoy.

A última hora hemos subido a la torre de las cristaleras y hemos vuelto a buscar la retransmisión del Hospital Doce de Octubre. El mensaje sigue ahí, inmutable.
Sólo espero que mi esperanza se convierta en un hecho real.

sábado, 25 de abril de 2020

Hemos estado dedicándonos cien por cien a la preparación de nuestra salida. Habíamos puesto varias trampas, intentando incrementar nuestras posibilidades de obtener carne. También seguimos mimando a nuestras plantas, que crecen por días.
-Vale- dije ayer, cuando recogimos nuestro botín- tenemos cuatro conejos completos. No tenemos frigorífico ni congelador. ¿Qué hacemos con ellos?
Paula se había empeñado en cazar más y más, pero parece que no recuerda que nos hemos remontado a unos cientos de años atrás en cuanto a electricidad se refiere. La carne se estropea.
-¿Has comido cecina alguna vez?
-No sé qué es eso - dije extrañada.
-Es carne seca. Vamos a deshidratar la carne. No vamos a conseguir la carne más rica el mundo, pero tiene proteínas, alimenta y no se estropea.
-Vaya, todo son ventajas. ¿Dónde está el pero?
-Creo que deberíamos cocinarla antes de dejarla secar.
-¿Se deja secar cruda? Madre mía, eso es muy peligroso. No vamos a hacerlo así –dije todo lo seria que pude.
-Estoy de acuerdo, por eso creo que tendremos que cocinarla un poco antes. Eso significa que llevará más tiempo de lo normal.
Pasamos todo el día haciendo un trabajo en equipo sin descanso. Preparamos un conejo y lo fileteamos bien. Mientras yo salaba los cortes y los pasaba por la sartén, Paula iba preparando el otro. A pesar de que conseguimos bastante carne, el clima no estaba siendo propicio. Lluvia, tormentas y lluvia. Muchas nubes y poco sol. Así que decidimos dejar la carne secar dentro de casa. A mi todo esto me parecía imposible, pero era una especie de experimento. Nadie me había garantizado que fuera a salir bien.
Aparte de carne, también conseguimos varias pieles que no podíamos usar porque no sabíamos como. Desperdiciar recursos así me quemaba la sangre, me sentí frustrada en impotente por no poder aprovecharlo todo.
Realmente fue un acierto poner la carne a secar dentro, desde anoche no paran de sucederse una tormenta tras otra. Pasamos la noche entre truenos y relámpagos y no parece que vaya a mejorar. La carne no ha progresado, pero tampoco se ha podrido. Tendremos que esperar. He estado limpiando las pieles que apartamos ayer. Me ha llevado todo el día. No sé como se realizan los encurtidos, pero si sé que lo primero es retirar los restos humanos de la piel. Mañana las pondré en remojo. No sé como tratarlas pero sí conozco los primeros pasos del proceso. Quizás algún día nos sirvan para algo.

Por mi parte, unas veces me siento nerviosa por saber qué encontraremos en Madrid y otras me siento contrariada por no saber si conseguiremos llegar. Si no estaríamos mejor viviendo una vida de abuelas campestres junto con Perita en esta finca. Cuando me asaltan esas ideas, sólo consigo tranquilizarme recordando que, pase lo que pase, nuestro pequeño grupo seguirá unido.

martes, 21 de abril de 2020

No sé en que momento de la noche me dormí.
Me desperté mientras amanecía, sola, en una cama que no era mía. Perita debió asustarse con nuestra discusión y habría pasado la noche en el sofá. Por otro lado supongo que Paula no había vuelto. Sentí una desazón justo en el centro del pecho, tan profunda, que creí que me partiría por la mitad. ¿Y si le había pasado algo allí fuera?

Me levanté de su cama con el corazón partido. Sabía que Paula no iba a abandonar la finca, al menos no para siempre. Pero sí podía haberse ido unos días para no tener que despedirse de mí, no ver mi partida. No sé cuándo volvería, pero al menos, iba a intentar que todo estuviera cuidado a su regreso. No pensaba dejarla tirada, como ella decía.
Salí de la habitación como un zombie epiléptico. Me dolía todo el cuerpo. Anduve como pude por el pasillo y me asomé al porche trasero. Iba a necesitar agua. Tendría que ir sin el carro, traerla poco a poco en varios viajes. No nos quedaba mucha comida y pensaba dejarle el huerto cuidado a Paula. Iba a tener que buscar provisiones fuera de aquí. Arriesgado.

Como un alma en pena me arrastré hacia la entrada. Los brotes crecían por días y las lechugas baby empezaban a tener una pinta deliciosa. Tenía ganas de ver si esta noche habían crecido. Llegué a la puerta y al abrir, me encontré de frente con al espalda de Paula, sentada en los escalones de la entrada. ¡Estaba aquí! No se había ido, estaba aquí. Ya no me dolía nada gracias a la alegría que se instauraba en mi cuerpo, corrí (tres pasos) y la abracé con fuerza. En mi emoción, no había tenido en cuenta la inercia de mi carrera y salimos volando. Durante el breve proceso de vuelo pasaron varias cosas:
1. Paula me dio un puñetazo en la mandíbula mientras se giraba como reacción primaria, haciendo que me separase de ella.
2. Cuando terminó de girarse y me reconoció, me cogió en el aire y me abrazó para amortiguar mi caída.
Y caímos en el suelo, al final de los escalones. Ahora me dolían más partes del cuerpo que cuando me había despertado.

-¡¿Qué haces?! ¿En que piensas? ¡Me has asustado! Vaya golpe te he dado.
-Me he alegrado mucho de ver que sigues aquí...
-¿Dónde voy a estar?
-Pues no sé… Pensaba que te habías ido. No dormiste aquí.
-Si he dormido aquí, Alba. En otra habitación. 
No supe qué decir, mi estupidez había vuelto a hacer acto de presencia. De hecho en un rincón de mi cabeza sonaba una y otra vez “Sólo soy... Esa cara de idiotaaa”. Paula me sacó de mi letargo mental.
-Sigues pensando en irte, ¿verdad?
Me paré a pensar mi respuesta. Estábamos las dos sentadas en el suelo, magulladas y en silencio. Paula me miraba a mí mientras yo miraba al suelo.
-Creo que debo ir –las palabras salieron de mi boca como un susurro.
Paula asintió. Yo me estaba rompiendo por dentro. No sabía si al final del día reuniría mis pedazos, pero estas eran las palabras que tenía que decir, así que cogí fuerzas y tono para decir el resto.
-Ni en mil vidas me voy a perdonar irme dejando todo lo que hemos creado con tanto esfuerzo. Pero yo soy enfermera, Paula, prometí ayudar y cuidar a los demás. No es una profesión, es una forma de vida. Y esta es la forma en la que vivo yo. A ti también te ayudé y te cuidé un día. –Cogí aire y suspiré-. Vamos a ser honestos. El firiovirus fue una guerra que se libró, en su mayoría, en los hospitales. ¿Cuántos sanitarios crees que quedan vivos para escuchar ese mensaje? Tengo un coche, mi valentía y todo lo que tú me has enseñado, estaré bien. Eso sí, si te parece bien, preferiría que Perita se quedase contigo. Va a estar mejor aquí que allí fuera.
-Lo siento pero Perita no va a poder quedarse aquí. Me voy contigo.
-¿Cómo?
-¿Cuánto tiempo crees que duraría cuerda aquí sola? No, aún peor, con Perita. Acabaría siendo la Loca de los Perros. Voy a tener que irme contigo. Si aún deseas mi compañía, claro.
Como toda respuesta le di un abrazo.
-Sólo te voy a poner una condición: que no salgamos inmediatamente. Podíamos haber descubierto ese mensaje dentro de una semana o un mes. Pero la diferencia para nosotras es abismal. Podemos salir de aquí con un montón de comida del huerto y carne de las trampas, o sin nada.
-Me parece perfecto - contesté con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuidamos el huerto y echamos un vistazo a las trampas. Dejamos construida otra trampa de lazo cerca para intentar aumentar nuestras posibilidades de caza. Comenzaba la operación "Y Nos Fuimos Pa Madrid". No iba a ser fácil de preparar, pero no me importaba. 

Al comienzo de la tarde estábamos destrozadas, más después de la noche que habíamos pasado. Nos hemos quedado tranquilas en el sofá y, de hecho, al poco rato nos quedamos dormidas. Nos hemos despertadi, sólo para cambiar el lugar de descanso a la cama.
Pero esta noche es diferente, hoy me duermo feliz.

lunes, 20 de abril de 2020

-¿Estas de coña?
-¡No! Yo...- Me senté en el sofá a su lado, abatida -. ¿Y si puedo ayudar en algo?
-Es una grabación, Alba. No sabemos cuánto tiempo lleva emitiéndose. No sabemos si siguen estando abastecidos. Ni siquiera sabemos si queda alguien vivo detrás de esa grabación. Hace tres meses que comenzó la epidemia del firiovirus. Piénsalo. ¿Qué probabilidades hay?
-¿Y si contactamos con ellos?
-Desde aquí es imposible, por eso nos ha costado tanto acceder al mensaje. Han conseguido que llegue a más distancia por ser una grabación, pero para establecer contacto deberíamos estar más cerca.
-Yo sé que puede parecer una locura, pero se me necesita ahí fuera. Ahora soy uno de esos expertos de los que hablábamos ayer. ¿Qué parte de responsabilidad tendré si el mundo se va completamente a la mierda y yo no quise poner mis conocimientos a disposición de la solución?
-¿Y qué parte de responsabilidad tendrías si nos ocurre algo, si nos matan por el camino y nunca llegamos? Ni solución, ni vida con culpabilidad. Sólo unas muertes más.
-Eso es una visión un poco egoísta, ¿no crees?
-¿Sabes qué? -Se levantó para salir de la habitación-. Que vale. Que te vayas.
-¿Cómo?
Me había caído un jarro de agua fría.
-Que hagas lo que quieras. Por mi puedes pirarte hoy mismo. ¡Vamos! ¡Vete!
-¿Me dejas sola?
-No. Me dejas sola tú a mí. Que tú seas una niñata caprichosa no va ha hacer que yo abandone todo lo que hemos conseguido para cruzar medio país en busca de mi muerte. Estás muy equivocada. Si quieres irte, coge tus mierdas y corre en  busca de tu aventura suicida. Yo ya he perdido bastante como para perder también lo que me queda de vida.
Se dio la vuelta y se fue, no tengo muy claro dónde.

No sé cuanto tiempo estuve sentada en el sofá sin poder pensar.Sentía como si el interior de mi cabeza fuera un bloque de hormigón que no dejara circular ningún pensamiento. En algún momento conseguí levantarme. Comencé a andar por la casa un poco mareada. Una de las veces que pasé junto a la puerta de nuestro dormitorio me paré allí ¿cinco minutos? ¿Diez? ¿Cuarenta?
Recordé la primera noche que pasamos aquí. Estaba llena de ilusión imaginándome el huerto y soñando con el faro. Hacía sólo 20 días de nuestra llegada, pero parecía toda una vida. Recordé también aquella noche en la que, entre sueños, Paula me había pedido que durmiera con ella. Y el nombre de Lucía, claro. Recordé lo nerviosa que estaba, y lo feliz. El calor que desprendía su cuerpo junto al mío. ¿Sería el último contacto cercano que tendría con otra persona?
Sin darme cuenta había continuado con mi vagar. Me senté en los escalones de la entrada principal, observando los brotes de ese huerto que tanto nos había costado poner a punto. El sistema de riego. El carro para traer agua. Tanto esfuerzo acomodando nuestra nueva vivienda a nuestras necesidades... ¿Me estaría equivocando?
A la hora de siempre subí a la torre. Mi faro. ¿Alguna vez tuve un faro? ¿Una luz en la oscuridad que me ayudaría a no hundirme?
Allí me encontré con la radio. La maldita radio. Yo sabía que Paula tenía razón. Que era un mensaje grabado y no sabíamos ni cuándo se emitió, ni si las personas que lo grabaron siguen vivas. Pero, ¿cómo podría perdonarme que el mundo siga muriendo bajo el firiovirus, sabiendo que yo pude hacer algo?

La noche comenzó a cernirse sobre mí a través de las cuatro cristaleras. Recordé que no había comido, pero tampoco me apetecía. La tensión de la situación había destrozado mis nervios, así que mi siguiente destino fue la cama. La de Paula. Estaba preocupada por ella, ya había oscurecido y la noche era peligrosa.

Aún no he podido dormir y la cama de Paula sigue vacía. ¿Dónde estará?

domingo, 19 de abril de 2020

Nuestra rutina volvía a la normalidad. Las provisiones de comida mermaban rápido a pesar del racionamiento. Por suerte, nuestras semillas crecen a un ritmo espectacular. Es difícil tener hambre y no comer los primeros brotes, pero en este caso la paciencia es una virtud. Por suerte no escaseaba el agua, mucho menos después de las lluvias de la última semana.

Tras la comida de mediodía subimos a la torre, que sigue siendo mi lugar favorito. Al poco de subir pude ver a lo lejos, en la parte más alta de uno de los cerros que nos rodeaban, un ciervo en todo su esplendor. Nunca había visto uno real. En casa de mi padre había un puzzle de un ciervo altivo en un día tormentoso. A mi me encantaba. El que ahora tenía delante era real, con su cornamenta y toda su fortaleza.

-¿Qué esperabas de la vida, Paula?– Seguí mirando a través de la cristalera, esperando su respuesta-. Antes. Antes de que todo esto ocurriera.
-Esperaba ser feliz y tener suficiente dinero para conseguirlo. Me hubiera gustado formar una familia. Tener un hijo o un par de ellos. Nada del otro mundo, ¿sabes?
-Ya. –Abandoné la ventana para mirarla a ella-. ¿Y ahora? ¿Qué esperas de la vida ahora?
-¿Ahora? Sólo quiero que la comida dure suficiente. Que mañana tenga suficiente ánimo para seguir riendo. Que la semana que viene siga viva. Y que tú también sigas viva.
-¿No te olvidas de alguien?
-No, porque Perita es inmortal. -Se echó a reír.
El crepitar de la estética de la radio al compás de los diales acompañó el silencio posterior y nuestros pensamientos. También la huida del sol tras los cerros que nos rodeaban. La oscuridad se acercaba. Recordé todo el miedo, la tensión. Cuando estaba en casa teniendo una vida normal, con mi trabajo, mis mascotas, realmente no creía que alguna vez pudiera verme en una situación así.

-¿Sabes? Llevo mucho tiempo pensando en todo esto. La vida de antes... Tan sencilla. No te paras a pensar en lo que significa abrir un grifo y que, inmediatamente, salga agua ya lista para beber. Lo difícil que sería obtener la bandeja de carne que nos dan preparada en el supermercado.
-¿Y el aceite? ¿Sabes lo que nos va a costar conseguir aceite? – Su indignación era patente en sus palabras-. Y ni por asomo sería como el que compramos en el supermercado.
-Es volver a construir una civilización. Necesitaríamos a un experto en cada materia para intentar hacer algo parecido a lo que la vida era antes. Incluso así sería complicado que nuestra generación pudiera volver al mismo punto.
-Y aún así, Alba, ¿y si no quedará ningún informático? ¿O ningún…?
-“…OSOTROS O INTENTEN ACUDIR A NUE…”

Miramos la radio como su hubiéramos visto un fantasma. La sangre había abandonado el rostro de Paula y me aventuraría a decir que el mío también.
-¡Joder! He perdido la frecuencia al seguir girando el dial.
-Vale, espera Paula. Lo has desviado muy poco, vuelve lentamente.
Era casi imperceptible el movimiento de la mano de Paula intentando encontrar la voz. Esta vez la habíamos oído alta y clara, las dos. Era nuestro primer contacto con otra persona desde que comenzamos a formar equipo. No sabía si estaba emocionada, asustada, contenta… No lo sabía. Ni siquiera ahora lo sé.
Paula siguió intentándolo. Fuera cada vez estaba más oscuro y la noche se nos echaba encima ahí arriba. Comenzaba a dar miedo. De repente, apareció.
-“…AL SANITARIO O CIENTÍFICO PARA CONTINUAR NUESTRA INVESTIGACIÓN. ESTAMOS EN EL HOSPITAL DOCE DE OCTUBRE DE MADRID. ES UN LUGAR SEGURO Y CON SUMINISTROS. SI TIENEN ESTE TIPO DE FORMACIÓN PÓNGANSE EN CONTACTO CON NOSOTROS O INTENTEN ACUDIR A NUESTRAS INSTALACIONES. AQUÍ UN GRUPO DE SUPERVIVIENTES QUE INTENTAN SOBREVIVIR Y DOBLEGAR LA PANDEMIA DEL FIRIOVIRUS. ESTAMOS BUSCANDO PERSONAL SANITARIO O CIENTÍFICO PARA CONTINUAR…”

El mensaje se repetía una y otra vez. Ya era prácticamente de noche. Paula y yo nos miramos en silencio.
-¿Bajamos?
-Sí – respondí.
Apagamos la radio y bajamos a tientas, en silencio. Teníamos mucho que pensar.

sábado, 18 de abril de 2020

-¡Hay un conejo! ¡Has cazado! ¡Has cazado! – Abracé a Paula dando saltos.
Esta mañana encontramos al primer animal que caía en nuestras trampas. El sol brillaba  después de varios días de lluvia para felicitarnos por nuestra captura. Paula también sonreía dejándose llevar por mi alegría. Ya se encontraba mejor de ánimos. Ayer nos tomamos el día casi libre, improvisé una comida divertida e hice el payaso más de lo normal. Cada risa era un triunfo en mi batalla personal.
Según mis limitados conocimientos, había que desollar el conejo y sacarle las entrañas. Fue realmente asqueroso, incluso horrible, hurgar en las entrañas de ese animalillo, pero intenté hacerlo lo más divertido posible sin vomitar en el intento. Estoy segura de que podía haber sido una buena payasa de profesión, no entiendo cómo me decanté por la rama de las ciencias.
Cocinamos en el CampinGaz la poca carne de conejo que pudimos aprovechar, dado nuestro limitado conocimiento. Comerlo fue una experiencia indescriptible. Podía notar el frescor de la carne, las proteínas corriendo por mi cuerpo, dándome energía.

-¿Puedes creer que nunca me ha gustado la carne de conejo?
-Cualquiera lo diría – dijo Paula mirándome divertida.
Reímos con ganas. Tantas cosas habían cambiado... Cuántas veces mi padre me había puesto un plato de estofado de conejo en la mesa y yo no había probado bocado. Menudas broncas habíamos tenido. Ahora podría comerme un conejo recién cazado a la semana.

-Oye, siento mucho lo de estos días.
-Tranquila, no te preocupes. – Me levanté a limpiar los restos de la comida-. ¿Tú estás bien?
-Sí, bueno. Han sido unas fechas complicadas. Es como si fuera incapaz de dejar atrás la vida que tenía antes de esto.
-No tienes que darme explicaciones. Tú intenta darte tiempo. Todos lo necesitamos. –Asintió-. ¿Qué te parece si hoy pasamos de la radio y nos sentamos fuera a ver el atardecer? Si quieres podemos hablar de… la reproducción de las gallinas albinas.
-¡Perfecto! Si quieres vamos yendo, porque ya que lo comentas, tengo una teoría bastante interesante.
-¡No me digas! –Dije echándole un brazo por los hombros mientras salíamos de la habitación-. Cuéntame más, porque este tema me inquieta sobremanera…

jueves, 16 de abril de 2020

-¿Has oído eso?
-Sí, pero ha podido ser una interferencia.
-¿Y si no? Voy a intentar meterme en la frecuencia de nuevo.
Giré los diales retrocediendo y avanzando en la frecuencia. Nada.
Nada.
Y más nada.
-¡Joder!
-Venga, Alba, intenta no obsesionarte con algo que ni siquiera sabes si has oído.
-Sé perfectamente lo que he oído, incluso he podido entender lo que decía.
-Ah, ¿sí? ¿Qué ha dicho esa voz?
-"Cont". Ha dicho "cont".
-¿En serio?
-Sí, en serio.

Yo sabía perfectamente lo que había escuchado. Paula había estado ausente, en cierta forma, durante todo el día. Yo entiendo que todos necesitamos flaquear un poco y dejar de sostener tanto peso por un rato. Pero que ella estuviera despistada no significaba que yo no supiera lo que había oído. De todas formas, mi compañera está un poco cruzada hoy.

Nos fuimos pronto a la cama. Mi cabeza no me iba a dejar dormir, ni tampoco descansar. "Cont". ¿"Contacte con nosotros"? Quizás tengan una Zona Segura. ¿"Contactar con gente"? ¿Con supervivientes?
Paula en la cama de al lado daba vueltas sobre sí misma una y otra vez.
-¿Estás bien? No parece que puedas dormir.
-Sí. Es sólo... Hoy es era un día especial. Antes.
Joder, qué putada. Me levanté de la cama y me senté en la suya. Pasé mi mano por su espalda y le di un beso en la mejilla. Luego otro en la frente.
-Todo esto es una mierda y a veces no sé cómo sentirme, ¿sabes? A veces no sé si he ganado o he perdido -dijo levantando la vista para mirarme.
-Es compatible ganar y perder a la vez. Es válido estar triste y enfadada por lo que has perdido, y alegrarte por lo que has ganado. De todo eso, tú no has pedido nada. Ha ocurrido y no has podido hacer nada al respecto. Siente lo que tengas que sentir.
Nos quedamos en silencio. Tras unos minutos me fui a mi cama y la dejé tranquila, no sin antes darle un abrazo.

Todos habíamos ganado. Y todos habíamos perdido.

miércoles, 15 de abril de 2020

Los días pasan entre lluvias, claros, tormentas y nubes. Hemos puesto un bidón vacío junto a la puerta para recoger agua de lluvia. Un tópico, pero admito que estoy obsesionada con el agua. Quedarnos sin comida vale, pero ¿sin agua? Me aterra.

Ayer, durante la tarde, Paula estuvo recolectando madera. Pequeñas ramas de madera. No todas las que encontraba le eran útiles, así que pasó la mayor parte del tiempo seleccionando. Yo observaba desde el porche trasero como cogía la ramas, las miraba desde todos los ángulos y tiraba la mayoría. Aunque me encontraba mejor, prefería no forzarme más de lo justo para que mis músculos se recuperaran lo antes posible. A veces Perita me miraba, como preguntándome si Paula había perdido la cabeza y yo le acariciaba tras las orejas mientras le hablaba con voz suave para demostrarle que todo iba bien.

-¿Teníamos cordel? – Dijo Paula acercándose mientras se sacudía las manos llenas de tierra.
-Tenemos una cuerda fina. Está en el coche. Mira, a ver si te sirve. ¿Qué estás montando?
-Voy a intentar que comamos carne fresca.- Guiñó un ojo y se dio la vuelta para ir al coche.

¿Trampas? ¿También sabía cazar? ¿De dónde había salido esta chica? Sólo hacía falta que supiera disparar, fabricar una ballesta, tenga un trofeo de tiro con arco y su piel sea antirradiación para sobrevivir a una bomba nuclear. Seguro que además, tendría capacidad para salvarme a mí también. Incluso a Perita.
Directamente no me lo creo.
-¡Oye, espera! – grité mientras se dirigía de vuelta a su lugar de trabajo- ¿Sabes hacer trampas?
-No –dijo con una amplia sonrisa- pero una vez vi un documental y tengo tiempo para improvisar.
Agaché la cabeza y sonreí mientras negaba con la cabeza.
Eso ya era más normal.
Cuando terminó su “trampa improvisada” fuimos al huerto. Ha brotado todo excepto los pimientos. Así es la jardinería. Pero era increíble la forma en que, a partir de una pequeña semilla iban creciendo plantas, haciéndose fuertes. Llegamos aquí con un coche, un par de mochilas y una perra. Dos semanas después tenemos un huerto, un sistema de riego, un sistema de recolección de agua y estamos probando técnicas para conseguir carne. Tenemos todo lo que necesitamos para vivir, comenzando desde el nivel cero de tecnología. No era sencillo, pero así había venido.


Esta mañana, al salir el sol, fuimos directas a nuestra trampa. Había saltado, pero no había ningún animal dentro. Quizás había saltado por su propia presión, o el lazo no había podido alcanzar al animal.
-Voy a echarle un vistazo, quizás pueda afinarla. ¿Te quedas?
-Sólo si me enseñas cómo la has hecho.

A última hora de la tarde ya había comprendido el mecanismo de su trampa y había construido una parecida unos metros más al este. A ésta le había introducido algunos cambios, intentando suplir las carencias de la primera versión.
Aquí lo importante es comer.

domingo, 12 de abril de 2020

Mis hematomas necesitaban descansar, se acabó el huerto y los trabajos pesados unos días. Paula se ha ocupado a primera hora del riego, a ella también le iba a venir bien la pausa. Para hacer más ameno el día, subimos unas mantas y la radio a la parte superior, el mirador de la finca. Vamos a dedicarle el día a la búsqueda de transmisiones. Paula me comentó hace unos días que, conectando la radio sólo en una franja horaria estábamos reduciendo notablemente nuestras posibilidades de escuchar alguna emisión. Podía ser un buen momento para hacer un barrido durante más horas.

Las nubes se cernían sobre la torre y, tras las cristaleras redondas, podíamos ver cómo el viento azotaba las ramas de los árboles. Al poner la palma de la mano sobre el cristal lo noté helado. Helado como el interior de los supervivientes. Cristal. Metal. Miré a Paula saltando de una frecuencia a otra. Hemos tenido que adaptarnos a nuevas condiciones, nuevos retos, nuevos modos de vida. Nuevas formas de relacionarnos. También una nuevo habitat, más pura. El cielo luce limpio, la naturaleza recupera su espacio.
-¿Ideas un plan para conquistar un mundo devastado?
-¿Perdona?
Giré la cabeza hacia Paula, que sonreía negando con la cabeza.
-Estás ahí, mirando por la ventana mientras escribes a ratos. ¿Seguro que no estás planeando conquistar lo que queda de mundo? Puedo ser tu Amíntoros.
Reí con ganas.
-No... Es una especie de diario -enarcó las cejas-, empezó como otra cosa, ¿sabes? Por otros motivos. Ahora es una forma de no perder la cabeza y tener una visión global de todo lo que ha pasado. Y todo lo que sigue pasando.
-Lo cargas con la placa que pones en la ventana, ¿verdad? – Asentí -. ¿Y si se rompe, se pierde o deja de funcionar la placa?
-Tengo una libreta y un bolígrafo de repuesto- dije encogiendo los hombros-.

Paula volvió a los diales pensativa. Al final, situaciones extremas requieren medidas especiales para mantener la cordura. Paula debe tener unos pilares mentales bien cimentados para haber sobrevivido mentalmente a un mundo derruido. No sólo ha sobrevivido sola, también me ha ayudado a sobrevivir a mi. Nunca sabes cómo agradecerle a alguien que te haya salvado, ¿verdad?

Seguí observando las nubes en su movimiento hipnótico, con la estática de la radio de fondo, mientras pensaba en todo el camino hasta llegar a este punto. Mientras recordaba a mi familia, mi pueblo. Mi trabajo… qué lejano estaba. La pequeña Rati.
Las nubes se estaban acercando. Cada vez se cerraban más en torno a nuestra torre. Cuando las nubes entraron dentro con nosotras me levanté para arrastrar a Paula fuera de allí antes de que nos engulleran. Pero ella ya no estaba. ¿Dónde había ido? Bajé hasta el primer piso y lo recorrí hasta que di con ella, de espaldas a mí, mirando hacia el umbral de la puerta. Había comenzado a llover con fuerza. Las nubes tormentosas habían sumido la tarde en la oscuridad y los relámpagos iluminaban la silueta de Paula. Se giró despacio y, con un fogonazo de luz, pude ver su cara. Era un Zfir.

-Alba. Alba despierta. ¡Alba!
-No, no, no, no. Paula, no.
-Vale estoy aquí, calma. Te has dormido. Todo está bien.
Levante los ojos y me encontré con una mirada comprensiva. Incluso tierna.
-Te quedaste dormida. Sólo fue un sueño, ¿vale? Sólo un sueño.

Intenté respirar hondo para calmarme. Decidimos bajar, la tarde estaba muriendo y la torre cada vez estaba más oscura. Hice un esfuerzo por levantarme pero una mueca de dolor afloró en mi cara. Seguía hecha polvo, me dolían todos los músculos.
Paula me ayudó a bajar y fuimos directamente al dormitorio.
Mientras menos movimiento, mejor.

sábado, 11 de abril de 2020

Conseguimos crear una rutina diaria. La mayoría de nuestra atención estaba centrada en el huerto. Hemos ido plantando semilleros en macetas y garrafas vacías que encontramos, que esperan a ser trasplantados cuando broten. Aparte de los semilleros, tenemos zanahorias y lechugas plantadas directamente en el suelo. En unos días tendríamos los primeros brotes y si conseguíamos que los plantones salieran adelante, tendríamos comida fresca. No era ninguna tontería.
Por otro lado, comenzamos a encender la antigua radio que encontramos. Decidimos no emitir, sólo escuchar. Nunca sabes quién puede estar al otro lado. Todas las tardes, cuando el sol comenzaba a desaparecer, encendíamos la radio y una de nosotras iba paseando por todas las frecuencias. En ninguna ocasión conseguimos captar señal, pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad? 
Esperanza. 
¿Qué esperábamos? No lo tengo muy claro. ¿Una civilización segura? ¿No preocuparnos por la comida y el agua? En cierta forma me sentía culpable, ¿acaso no tenía suficiente con lo que ya tenía? Si y no. Me faltaba, y creo que puedo hablar por todas las integrantes de este grupo, seguridad. Necesitábamos la tranquilidad que te da la seguridad, vivir sin miedo. ¿Es acaso posible eso cuando ha llegado el fin del mundo?

Esta mañana volvimos al río. No se ha terminado el agua del último viaje, pero hemos encontrado un par de bidones más. Los dos bidones llenos significaban 50 litros de agua que nos vendrían muy bien para nuestras plantas y, aunque la lluvia está ayudando, íbamos a necesitar bastante agua.
Era un viaje duro y al volver estábamos cansadas, pero es notable que nuestro estado físico está mejorando bastante ¡y sin rutina de entrenamiento! Sólo hacía falta un poco de supervivencia. 
Tras una parada para comer, cogimos suficiente energía para plantar algunos semilleros más.

-Terminamos este y subimos, que tenemos que encender la radio.
-Vale pero vamos a necesitar más cantos. -Miré las tres piedras que los quedaban. - Entre aquellos árboles hay bastantes, voy a por unos cuantos.
-Vale.
Paula se quedó terminando el semillero y preparando el que sería el último de la tarde. El día estaba nublado, con ese tipo de clima, que hace que no te apetezca estar fuera de casa. Desde que el firiovirus apareció en escena hacía un  tiempo de locos: sol, frío, lluvia, calor, niebla. Bueno también podía ser la primavera. No lo tengo muy claro. La cuestión es que tanto cambio me da dolor de cabeza.

Cuando llegué a los primeros árboles comencé recoger piedras. Una. Dos. Tres. Vi una sombra oscura por el rabillo de ojo y, en un acto reflejo, me aparte hacia el otro lado. El problema fue que la sombra venía con mucha inercia y acabé en el suelo, notando en la caída como algo rasgaba la manga de mi camiseta. Caí a plomo y el dolor me paralizó un par de segundos. Tras otro par de segundos más, vi que la dichosa sombra era un Zfir que había acabado en el suelo también. Mierda. Joder. Joder, joder, joder. Le tiré las piedras que aún tenía en la mano, pero fue lo mismo que tirarle confeti. El Zfir, lleno de odio, lanzó una garra a mi pierna y me cogió del tobillo. Intenté arrastrarme clavando mis dedos y mis uñas en la tierra, pero él tiraba de mí con más fuerza. Desesperada, miré a mi alrededor durante lo que parecieron un par de minutos, pero no habían sido más de cinco segundos. Alcancé a ver una piedra algo más grande que los cantos. La cogí y comencé a golpear la mano del Zfir hasta que me soltó. Aunque creo que sólo me soltó por que le había fracturado prácticamente todos los huesos de la mano.
Cuando dejó de ejercer presión me levanté rápidamente y comencé a correr hacia la finca. Ni siquiera me di cuenta de que iba cojeando. El Zfir también se había levantado y corría unos metros tras de mí, con los brazos levantados en mi dirección buscando agarrarme con la mano que no le había destrozado. Era un espectáculo dantesco. Salí de los árboles en dirección al huerto donde sabía que estaba Paula, pero no había rastro de ella. Sólo vi a Perita, cerca de la caseta de herramientas, que venia corriendo y ladrando, con el lomo erizado. 
Una de las veces que miré hacia atrás mientras corría vi a Paula saliendo de detrás de un árbol y tirando al Zfir al suelo. Una vez abatido, le apuñaló en la cabeza una vez. Otra. Otra. Otra. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me dejé caer. Otra vez estaba en el suelo. 

-Oye, ¿estás bien? ¿Te ha herido? -Preguntó Paula agachándose cuando llegó a mi altura corriendo.
Negué con la cabeza mientras abrazaba a Perita, que se había acercado también más tranquila.
-Quedaos aquí, ahora vuelvo.
-No te vayas.
-Perita está contigo. Yo voy a tardar poco.
Paula se alejó y observe de lejos como arrastraba el cuerpo del Zfir hacia los árboles. Ella y su obsesión por alejar los cadáveres. No mintió. Tardó sólo diez minutos en volver.
-¿Entramos? -Preguntó al llegar a mi lado.
Asentí y al ponerme en pie flaqueé con la pierna lastimada. La adrenalina se había ido y el dolor había llegado a su punto álgido.
-Pero, ¿estás herida?
-No. Bueno, sí. Pero esto me lo he hecho yo.
Me miró con cara de duda, pero no era el momento de dar explicaciones. Metió su hombro bajo el mío para ayudarme a entrar en casa y me sentó en el sofá.
-Enséñamelo.
Como respuesta me quité la bota y subí el bajo del pantalón. El hematoma era de un tamaño considerable.
-¿Estará roto?
-Yo aseguraría que no, pero apedreé su mano con mucha fuerza y debajo estaba mi pierna.
-Tienes que guardar reposo para que eso mejore, ¿no?
-Sí. Ve a mi mochila y coge un Paracetamol. Oye,-Paula se giró en la puerta- ¿cómo sabías que tenías que ayudarme?
-Te escuché gritar mientras le aplastabas la mano.
Y yo ni siquiera sabía que había gritado.

Paula preparó algo de cena mientras yo le contaba con detalle lo que había pasado con el Zfir. Me relajé. Me había vuelto a relajar, como en la tapia de mi vecino. Parecía que había ocurrido hacia tres años y fue sólo hace unas semanas. Había tardado poco en volver a fallar. ¿A quién se le ocurre andar desarmada cuando la gente estaba muriendo y convirtiéndose en zombies asesinos? A mí. Sólo a mí.
Seguía con mi recital de autocastigo cuando Paula sacó de un bolsillo su navaja de mariposa, ya limpia.
-Toma. Es muy especial para mí. Mucho. Te la voy a regalar, por que tu también eres muy especial para mí. Pero este regalo conlleva una condición que debes cumplir.
-¿Qué? ¿Cómo? Eh... ¿Cuál?
-Debes llevarla siempre, siempre, encima. Hasta durmiendo. Siempre.

Cogí la navaja como si cogiera un tesoro. La última vez que la tuve en las manos no me había parado a leer la frase grabada en la hoja. "Mantente fuerte. L."
Comencé  a sentir cómo me palpitaba el pecho mientras jugaba con la navaja en mis manos. Mis mejillas se estaban ruborizando y no sabía por qué. Ahora me daba vergüenza mirar a Paula, iba a pensar que yo era idiota o algo así. Guardé la navaja en mi bolsillo y levante la mirada. Encontré a Paula aguantando una carcajada, con una sonrisa divertida.

Genial. Pues al final no he podido evitar que piense que soy idiota.


miércoles, 8 de abril de 2020

Lo consiguió, no se cómo cojones lo hizo pero lo consiguió.
Después de pasar ayer todo el día metida en el pajar del tractor, a media tarde Paula vino a avisarme para que fuera a ver sus avances. Había hecho un carro. Muy rudimentario, pero se mantenía en pie y andaba. Yo aún no había terminado con el riego mediante cañas, pero me quedaba muy poco. Igual que el carro, estaba quedando muy rudimentario. Daba igual, no había más opciones, no tenemos acceso a más recursos ni más conocimientos de los que ya poseemos. A veces me siento como si viviera en la edad de piedra.

Cuando terminó su parte, Paula se fue con Perita a casa a descansar mientras yo terminaba mi invento. Por la mañana íbamos a ir a por agua e iba a ser una tarea dura, más nos valía coger fuerzas. Parecía que el carro iba a pesar bastante.
Por mi parte, yo debía terminar cuanto antes. En un par de horas caería la noche y hasta que no estuviera listo no podíamos comenzar a plantar, ni continuar con el resto de nuestras tareas.
Prácticamente era de noche cuando terminé de recoger las herramientas, una pena, casi no pude contemplar el resultado final por la falta de luz. Entré en casa viniendo de una oscuridad para adentrarme en otra. Paula había dejado cerradas todas las ventanas, supongo que vio que iba a terminar tarde y sólo si ella cerraba las ventanas, yo podría ver. ¿Por qué digo esto? Una de nuestras normas era que no se encendía ninguna luz dentro de casa, a no ser que estuvieran todas las celosías y puertas cerradas. Es increíble la distancia a la que se puede ver una luz en la noche, incluso una luz del tamaño de un cigarro encendido. 
Cerré la puerta y encendí la linterna. Todo estaba sospechosamente en silencio... No era normal estando mi perra y otra persona en la casa. Avancé con la luz de la linterna, hasta llegar al salón. En un sofá, bajo varias cabezas de ciervos, estaba Paula tumbada, profundamente dormida, y Perita durmiendo entre sus piernas. 
Cuando notó la luz, Perita levantó la cabeza mirándome con un gesto más bien molesto por haberla despertado. Lo que me faltaba, mi perra recriminándome que la despierte después de un largo día sueño y juego.
Me acerqué para asegurarme de que Paula estaba bien. Su respiración era acompasada con un ritmo tranquilo. Estaba completamente dormida. Sabía que si la dejaba dormir ahí, hoy estaría tan contracturada que no podría moverse, así que por mucho que me doliera, tenía que mandarla a la cama.
-Paula…- Susurré tocándole un hombro – Paula, vamos a la cama.
Abrió los ojos como pudo.
-¿Dónde estoy?
-En nuestra nueva casa, ¿vamos a la cama?
Me miró, como si no supiera muy bien quién era yo ni cuál era esa nueva casa. Desde el día que nos conocimos era la primera vez que no parecía un titán, sino más bien alguien frágil. También la situación era complicada, es entendible que no pareciera invencible despertándose en mitad de un sueño profundo. Todos tenemos momentos íntimos en los que no somos un muro de hormigón.
-Vamos, sí, vamos.
Se levantó medio dormida y le acompañé al dormitorio. Era muy tierno sentir a esa chica tan segura de sí misma que acababa de desmontar medio tractor, tan vulnerable. Se tumbó en la cama y le arropé con una manta. 
-Oye, -dijo entre sueños. Realmente llegué a dudar que se hubiera despertado completamente- ¿duermes conmigo, Lucía?
No, no se había despertado, ni tampoco yo sabía quién era Lucía. Lo que si sabía era que Paula había hecho mucho por mí y no me costaba nada dormir con ella. Como respuesta levanté la manta y ella se hizo a un lado.

Fue una noche extraña, me sentí realmente confortable, pero estaba nerviosa. Supongo que llevaba mucho tiempo sin sentir contacto humano, sin sentirme tan arropada por alguien.
Con los primeros rayos de sol me desperté. Soy realmente sensible a la luz cuando duermo. Mi mejor amigo siempre fue un antifaz hasta que llegó el fin del mundo. Me levanté sin hacer ruido, ya que Paula seguía dormida, y preparé algo para desayunar. Nos esperaba un día duro. 
-Buenos días Paula.
-¿Uhm?
-¿Desayunamos?
-¿Qué hora es? ¿Por qué tú estas despierta y yo no?
Solté una carcajada.
-Me vas a quitar el puesto de koala oficial del grupo. Supongo que estabas muy cansada. ¿Cómo te encuentras?
-Como nueva.
-¡Perfecto! – Contesté levantándome de la cama- Vamos a por agua entonces.

Mover el carro no era precisamente fácil, pero era aceptable entre dos personas. Llevamos a Perita suelta para que disfrutara del campo, siempre teniéndola controlada. Tardamos una media hora en llegar al río. Una vez allí, nos sentamos en la orilla a descansar y metimos los pies dentro para refrescarnos. No hacía un calor extremo, pero el sol y el esfuerzo invitaban a sentir el agua fresca. Llenamos dos garrafas y dos bidones que encontramos en la finca de un agua que esperaba más sucia. El constante flujo del río hacía que el agua corriera medianamente limpia.
El camino de vuelta fue demoledor. Tardamos una hora en recorrer la distancia que hicimos en diez minutos andando de hace unos días. Cuando conseguimos dejar el agua en la casa de herramientas nos sentamos en el suelo resoplando.
-Filtramos el agua mañana, ¿no?
-Claramente – respondí intentando recuperar el aliento. –Estoy deseando tirarme en el sofá.
-Pues tendrás que compartirlo amiga.
Nos echamos a reír.

Hemos pasado la tarde en el sofá mientras empezaban a salirnos las primeras agujetas tras el esfuerzo. Creo que debemos hacer algo más de ejercicio físico. Mañana se lo propondré a Paula. 

Súbitamente, he recordado lo que ocurrió anoche. Paula no ha mencionado nada en todo el día, ¿será porque lo vio completamente normal, porque no se acordaba o porque le daba vergüenza?
Quizás podría incomodarse si yo le sacaba el tema. Era una persona muy empática, pero tan no cariñosa como para hacer la cucharita conmigo así por las buenas. Estoy segura de que realmente pensaba que era otra persona. Lucía.
En otro momento quizás.

lunes, 6 de abril de 2020

Hemos seguido trabajando duro durante estos dos días. La limitación de los espacios del huerto con estacas se quedó terminada esta mañana y el arado hoy a mediodía. Ha sido una tarea dura y acabamos destrozadas. Por su parte, Perita ha estado atada a un árbol con una cuerda de quince metros. Con movilidad, pero sin escapismos. Su fuga nos vino muy bien pero no necesitamos más sustos de ese estilo.

El resto del día hemos estado inventando. Pasamos la mañana ideando un sistema de riego para poder mantener el huerto. No va a ser sencillo, creo que con cañas podríamos solucionarlo aunque voy a necesitar una buena forma de unirlas. He hecho un pequeño croquis para ir dándole forma.
También estamos trabajando en alguna idea para poder traer grandes cantidades de agua del manantial sin tener que utilizar el coche. Cada gota de gasolina cuenta. 
Para nuestro cometido nesitaremos un carro, a la vieja usanza. Buscamos por los edificios de la finca algún elemento que nos hiciera salir exitosas y tuvimos suerte. En el taller de herramientas encontré algo que me iba a dar la solución para las cañas: una pistola de silicona. Obviamente sabía que no disponemos de electricidad, pero sí que había otra forma de poder utilizarla: fuego. Aplicar calor a las barras de silicona.

Estaba segura de que podríamos construir el sistema de riego, pero seguíamos necesitando una forma de transportar el agua.
-Vamos al pajar - dijo Paula comenzando a andar - allí había un tractor. Si las ruedas aún tienen aire, podremos cogerlas y hacer una especie de carro. 
-Espera voy a coger la caja de herramientas.
-Vale. Me adelanto, ahora te veo.

Cuando llegué, Paula se había subido las mangas dejando sus brazos tatuados a la vista y estaba debajo del tractor. Cogí unos ladrillos que había en una esquina y los puse formando un bloque para aguantar el peso en caso de que fuera necesario. Después me quedé allí junto al tractor, con toda mi curiosidad esperando un veredicto.
-Oye Alba, – Paula se asomó desde debajo del tractor- con que dejes las herramientas cerca me vale. ¿Qué te parece si vas a buscar cañas mientras?
Me sentí igual de inteligente que un besugo.
-Sí. Sí, claro. Uhm, me llevaré a Perita. Esto... Si no necesitas nada más... Yo... Me voy yendo, sí. 

A veces me veo desde fuera y pienso que los demás deben creer que soy estúpida. Ya sabía que no teníamos prisa, pero tampoco era para quedarme allí plantada. O quizás Paula se había sentido intimidada por tenerme allí mirando. Quizás pensaba que la estaba supervisando o algo así. Me fui dándome una palmada mental en la frente y pensando que, si la estupidez humana no iba a sobrevivir en este mundo, yo estaba abocada a una muerte temprana. 

Cuando llegué junto con Perita al pequeño cañaveral, mi autohumillación ya estaba en niveles mínimos y me concentré en buscar las cañas adecuadas para mi proyecto. El trabajo me absorbió de tal forma que de repente casi era de noche. Fui a la casa pero Paula no estaba allí. ¿Se habría molestado?
Dejé a Perita dentro y fui al pajar. Paula estaba guardando las herramientas.
-Hola. ¿Qué tal vas?
-Bien, he desmontado las ruedas con el eje. Ahora sólo queda saber cómo usarlos. ¿Muchas cañas?
-Sí. Bueno. 
Paula me miró con curiosidad hasta que me atreví a verbalizar mis pensamientos.
-¿Te molestaste antes?
-¿Debí haberlo hecho?
-Cuando me dijiste que me fuera.
-Ah, no, no. –Se acercó negando con la cabeza - Sólo tengo muchas ganas de comenzar con el huerto. Pensaba que tú también querrías solucionar esto cuanto antes. Puedes quedarte mirándome trabajar sin problemas. O dormir mientras tanto si quieres. A mi no me molesta.
Sonreí.
-Gracias... ¿Vamos a cenar?

sábado, 4 de abril de 2020

Me desperté de madrugada. Paula y Perita dormían a pierna suelta pero yo, entre sueños, acababa de recordar que no habíamos asegurado el edificio con grandes medidas. No era el momento de solventarlo: estaba oscuro, no conocía la casa. Además, con tanto cuadro lo más probable es que acabara llevándome un susto de la hostia. Pero sabía que no iba a poder dormirme de nuevo. Estos fallos eran los que no debíamos cometer. No creía que hubiera ningún Zfir cerca, pero quizás sí personas. A veces no puedes saber qué es peor.
Qué curiosa es la vida. Hace unos meses teníamos aspiraciones. Dejar huella en la vida, en la sociedad, en la ciencia. Ahora nuestra aspiración es la vida misma. Sólo eso. Vivimos con el único objetivo de volver a despertar la siguiente mañana. Sigo pensando que soy afortunada. Mi objetivo es seguir viva, pero también seguir cuidado de Perita, seguir teniendo a Paula a mi lado. Puedo tener una conversación con una persona coherente, tenerlo más fácil para no perder la cabeza. Puedo seguir recibiendo y dando cariño.
¿Cuántos habría ahí fuera solos?

El tenue amanecer se coló por las rendijas de las celosías de madera. Paula seguía durmiendo, así que levanté de mi cama sin hacer ruido y salí por la puerta de la habitación. Perita levantó la cabeza para mirarme, pero en su colchón estaba mejor que investigando, por lo tanto prefirió quedarse.
Recorrí los pasillos de la casa hasta las escaleras que subían a la torre. Era una escalera cuadrada que subí con lentitud. Al final de los escalones había una habitación también cuadrada, una especie de despacho. En el lado derecho de la habitación había un sofá de piel enorme y en el lado izquierdo se ubicaba una mesa de despacho enorme y brillante, junto con una silla antigua y majestuosa. Tras la silla había una pintura de un par de metros de Franco junto con una bandera de España con la figura del águila imperial.  Por el resto de paredes había más animales disecados y un mapa completo de España que medía varios metros. Todo en aquella habitación tenía un aire majestuoso y rancio, como a señorío antiguo. Me hubiera gustado saber la historia de ese lugar.

Abrí varios cajones y muebles para ver si hubiera algo de interés, pero no encontré nada excepto una radio antigua. Yo no tenía los conocimientos para hacerla funcionar, pero quizás Paula supiera algo. Si no, nos tocaría improvisar.
Cuando terminé de revisarlo todo, busqué la forma de pasar a la estancia superior. Desde el exterior había visto una estancia con una cristalera redonda enorme, por lo tanto debía haber alguna forma de subir.
No tardé mucho en encontrarla. Camuflada en el techo había una escalera de tirador, así que en oocosvsegundos estaba arriba. La parte superior era, simplemente, espectacular. Los rayos de sol entraban por el oeste, pero se obtenía una panorámica impresionante de las vistas alrededor de la finca, ya que había un ventanal igual en cada pared. Era un paraíso.

-Bonitas vistas.
Salí de mi éxtasis y me giré bañada por el sol.
-Esto es una pasada. Me encanta.
-Te has ido de exploración muy temprano.
-No podía dormir... Necesito que aseguremos bien la casa.
-Me encargo de ello ahora. Esta tarde podemos ver cómo comenzar el huerto.
-Yo me encargo de la seguridad. ¿Sabes de radios?
-Poco.
-He encontrado una, pero no tengo ni idea de cómo hacer que funcione.
-Puedo intentarlo. A ver, enséñame dónde está.
Bajamos y dejé a Paula haciéndose con la radio, tenía pinta de que el combate iba a ser largo. Busqué, acompañada de Perita, algo de madera y herramientas para bloquear todas las puertas, excepto la trasera. En ella puse un cerrojo sencillo de metal, el mismo que había en las celosías de las ventanas. La rutina de antes de dormir iba a ser larga, pero merecería la pena que el interior estuviera bañado por la luz que entraba por todas aquellas ventanas. Llevé algo de comida a Paula sobre mediodía pero no me quedé, no quería entretenerla. Ya comería cuando tuviera tiempo para hacer una pausa.

La operación "Bloqueo de puertas" me llevó toda la tarde, el huerto tendría que esperar hasta mañana. No era un aplazamiento grave, teníamos mucho tiempo, todo el del mundo. A media tarde, cuando la casa estaba completamente asegurada, subí con Paula.
-¿Conseguiste algo?
-Sólo estática, pero al menos funciona. ¿Y tú?
-Creo que esta noche podré dormir tranquila.
-Perfecto. Creo que deberíamos pasar algunas horas durante el día aquí, por si pudiéramos captar algo.
-Vale, me gusta este sitio.
Me sentía bien. Me sentía a gusto allí.

Dormí profundamente hasta bien entrada la mañana. Cuando me desperté Paula y Perita ya no estaban en la cama. Las busqué por la casa sin resultado. Debían estar fuera así que salí de la casa. El día estaba nublado y hacía frío, pero Paula ya había reunido herramientas para organizar nuestro huerto. Sonreí.
-Hola. Hoy la tempranera has sido tú. - Saludé acercándome.
-No, no. Lo que pasa es que te has despertado muy tarde. Son las doce.
-Lo sé, lo sé. Necesitaba descansar.
-Tranquila. - Cogió una pala. -¿Comenzamos?

Una iba arando y otra dando forma a las estacas de madera que se clavarían en el suelo. A los pocos minutos perdí de vista a Perita, que se había alejado olfateando algunas plantas y árboles. Mientras trabajábamos, íbamos debatiendo qué plantar y dónde. Concluimos en plantar lechugas, cebollas, pimientos, tomates y calabacines. No sé si podríamos cosecharlo todo, pero lo intentaríamos. Creo que a Paula también le estaba gustando esto de la jardinería, aunque quizás fuera un tema de conseguir comida. A saber. Lo importante para mi era que me apoyaba en esto.
Habían pasado algunas horas cuando me di cuenta de que Perita no había vuelto. Comencé a preocuparme. Noté como Paula, a mi lado, se ponía tensa. Silbé, asegurándome de que se me escuchaba a varios kilómetros a la redonda. Me daban igual los Zfir y los demás humanos. Sólo quería que Perita volviera. La familia era la familia. Le di un lapso de quince minutos para que volviera, pero fue en vano. Perita no aparecía.
-Voy a buscarla –dije mirando a Paula. No pude evitar que la desesperación se reflejara en mi rostro y en mi voz.
-Vamos juntas, tranquila. Seguro que está bien. - Hizo una pausa.- La última vez que la vi estaba en aquella zona, creo que pudo irse en aquella dirección.
Asentí y comenzamos a andar hacia allí. Cuando llegamos a la valla, vimos a Perita a lo lejos venir hacia nosotras a toda velocidad. Del temblor que se instaló en mis piernas, tuve que dejarme caer al suelo y sentarme. No sé qué habría hecho si le hubiera pasado algo. No lo sé.

Cuando llegó a nuestra altura, la cogí del pellejo del cuello y el miedo habló por mí.
-No vas a volver a estar suelta me oyes, se te acabó la libertad. ¡Se te acabó!
-Vale tranquila. Suéltala –dijo Paula con voz suave- creo que se está asustando un poco.
Solté a Perita y comencé a llorar.
-Está empapada.
Ni siquiera escuché a Paula.
-Alba, Perita está empapada.
-¿Y qué?
-Que no ha llovido.
Clic. Dejé de llorar y miré a Paula. Me levanté como un resorte.
-Venía de aquella zona –dije como poseída por la sorpresa- si andamos en aquella dirección, ella nos llevará.
Me gire hacia Perita y me agaché, acariciándola.
-Perdóname pequeña, sólo estaba asustada… ¿Nos llevarías hacía el sitio del agua?

El giro de los acontecimientos me animó de sobremanera. Teníamos un pantano cerca, pero para cuando encontramos nuestro nuevo hogar, nos habíamos alejado muchos kilómetros y cada vez que necesitáramos agua íbamos a tener que ir en coche. Pero parecía que Perita había encontrado agua más cerca. 
Había tardado unos diez minutos corriendo en llegar de nuevo a nosotras, contando con el tiempo que habría estado remoloneando y distrayéndose en el trayecto, debía haber agua a algo menos de diez minutos andando. Dejamos que ella nos guiara, ya conocía el camino.

Dicho y hecho, cuando llevábamos cerca de diez minutos andando, Perita comenzó a saltar y echó a correr unos metros. Ahí estaba. Había una salida de manantial, construida y pintada en blanco, de la que brotaba un chorro de agua. No demasiado abundante, pero era constante. Donde caía, se había formado un charco en el que, seguramente, había estado Perita jugando. No llevábamos nada para rellenar, pero el descubrimiento había sido una gran noticia. Teníamos agua cerca, podríamos regar el huerto y no nos faltaría a nosotras agua para beber. Era un descubrimiento excepcional. Sin Perita ni siquiera hubiéramos llegado hasta allí.

Hemos vuelto a la finca a paso ligero, el cielo nublado nos ha dado menos tiempo de luz solar y para cuando caiga la noche preferimos estar a salvo. Hemos recogido el material que estábamos usando en el huerto y hemos decidido descansar. Lo retomaremos mañana.
Ya está todo cerrado, ahora sólo quiero estar un rato tranquila con Paula y dando mimos a Perita después del susto de esta tarde. Esto es una familia y debemos cuidar las una de las otras.

jueves, 2 de abril de 2020

Estábamos de buen humor. Quizás este era el lugar que podría darnos un poco de tranquilidad.
Por la mañana nos dirigimos al edificio principal y rodeamos la estructura para hacernos una idea de cómo era aquel lugar. El edificio era enorme, prácticamente un palacio. En la parte superior había una suerte de cúpula que se me asemejaba a un faro.
Siempre tuve especial debilidad por los faros. En una vida sumida en las tinieblas, los faros son la única guía a la que abrazarse. Era la señal que me faltaba para no querer moverme de allí. Podía haber una legión de Zfir intentando echar la puerta abajo para asesinarnos, que lucharía contra ellos para convertir aquel palacio con faro en mi hogar. O quizás no. Por suerte, el recinto seguía sumido en silencio, así que no iba a ser el momento de enfrentarme sola a un ejército de zombies resucitados.
-¿Qué te parece?
Vaya, no me había acordado de que tenía una compañera de aventuras. Me había olvidado de ella con mi ejercito imaginario. La miré volviendo de mi batalla.
-Perfecto. Me parece perfecto. ¿Seguimos?

La construcción era alargada, partida en medio por una especie de porche con columnas que daba a la parte trasera. A Perita le encantó el porche de mármol. Se la veía relajada así que la dejamos olfateando aquella parte. La finca debió pertenecer a alguien bastante importante.
Juntas volvimos a la puerta principal. No se escuchaba ningún ruido. Al intentar abrir la puerta, ésta cedió sin ningún esfuerzo. Del interior salía, de forma atenuada, un olor putrefacto que me resultó familiar: comida podrida y cadáver. Comenzamos una búsqueda por la casa. Había algunas mochilas en la entrada y comida sobre las encimeras de la cocina, parte de ella podrida. Había un par de baños antiguos y un salón enorme lleno de adornos de caza y cabezas de animales disecadas. Ciervos y toros sobre todo. La cocina daba al porche de mármol, en el que vimos a Perita a través de las ventanas. Se había tumbado y estaba disfrutando de los rayos del Sol. Afortunada. Esperaba poder estar pronto como ella, igual de relajada.

El resto de la casa eran dormitorios, bastantes dormitorios. A quién viviera allí le gustaba recibir visitas. Los pasillos que los unían estaban llenos de crucifijos y cuadros de mártires y santos. Daba un poco de yuyu. El lugar estaba poco iluminado y el conjunto era bastante lúgubre, incluso tétrico. Pero podía convertirse en un hogar.

El olor se hizo insoportable cuando llegamos a una puerta que era diferente a las demás, como si amparara el dormitorio presidencial. Abrimos la puerta con la nariz cubierta con el cuello de nuestras camisetas. Sobre una cama señorial se ubicaba el cadáver de una mujer recubierto de moscas y en proceso de descomposición. Vaya putada, la mejor cama. Era enorme, seguramente medía cerca de los dos metros y en medio se encontraba el cadáver. Íbamos a tener trabajo con nuestra nueva amiga.
-¿Qué hacemos con ella? –Pregunté mirando a Paula.
-Vamos a intentar meterla en algún sitio y llevarla lejos de aquí.
-Al coche no, ¿eh?
-Vale. Entonces tendrás que cargar a cuestas con ella un par de kilómetros. – Me miró sonriendo. Seguro que se estaba imaginando la escena.
-Joder, vamos a apestar el coche.
-Nadie dijo que el fin del mundo fuera fácil.

Cogimos unas sábanas antiguas de uno de los dormitorios, envolvimos toda la comida putrefacta que había en la cocina y la dejamos junto a la entrada. Ya que estábamos, nos desharíamos también de la basura. Con otra sábana envolvimos el cuerpo de aquella mujer. Pensaba que vomitaría, pero no. Miré a Paula y sonreí. Al final iba a llevar razón.
Después de la sábana, la envolvimos con la cortina de una ducha, por si goteaba. No quería que manchara mi coche de fluidos raros. Pensé en si debería proponer llevarla donde dejamos al Zfir. Quizás eran familia, puede que matrimonio. Seguramente él se suicidó intentando ayudar a su mujer, pero ella también enfermó. Quizás tuvo que pasar su enfermedad sola hasta que al final murió en aquella cama. Pero encontrar al Zfir de ayer iba a ser complicado. Sentía no poder unirlos por la eternidad.

Antes de irnos, subimos a revisar que no hubiera nada raro en la torre de mi faro. Nada. Así que mañana la investigaré con más calma.
Cargamos todo en el coche y lo dejamos a cuatro kilómetros del que sería nuestro futuro hogar.

Cuando volvimos estábamos destrozadas, pero felices. Hemos elegido nuestro dormitorio. La habitación señorial ha quedado descartada por su anterior inquilina, así que vamos a dormir las tres en un dormitorio constituido por cuatro camas y un gran ventanal. Hasta Perita tiene su propia cama.

Quizás las cosas comiencen a ir bien. Quizás.

miércoles, 1 de abril de 2020

Dormimos entre los dos edificios que queríamos usar como garaje. Esos iban a ser los primeros edificios en los que íbamos a entrar. Armas en mano y mochila al hombro nos acercamos hacia la puerta del primero. Tenía el techo metálico, las paredes desconchadas y la puerta se abría con un cerrojo simple. Paula y yo nos miramos cómplices y entramos.
Lo primero que nos inundó fue el olor. Un olor dulzón y agradable. El lugar estaba casi vacío. Al fondo se podía ver, con la poca luz que entraban por las aberturas laterales, un par de alpacas de paja que desprendían ese maravilloso olor. En medio, había un tractor antiguo, cubierto de telarañas. No andaría, pero podía ser útil. Caminamos por el interior de la nave agrícola, sintiendo sobre nosotras la cantidad de años que llevaba sin usarse para su función.

Salimos de allí y nos dirigimos a la casa que se situaba al otro lado del coche. Era una casa antigua que llevaba sin usarse,  también, muchos años. Seguramente esta finca perteneció a una persona adinerada y aquí vivía el servicio que estaba a cargo de las labores de mantenimiento y hogar. Según tengo entendido era típico contratar, para las fincas de los terratenientes adinerados, a un matrimonio para que él se encargara de las labores del campo y ella de las labores del hogar. Esos matrimonios solían vivir en los terrenos de la finca pero alejados del dueño.
Probablemente nos encontrábamos ante la vivienda de uno de esos matrimonios. La cerradura era antigua, pero pudimos abrirla con la punta de las tijeras de podar. La puerta chirrió al abrirse. Era una casa antigua con muebles pasados de moda,. Había una chimenea, sillas de madera, una mesa con un brasero de picón. Los dormitorios estaban equipados con camas y tocadores antiguos. A los pies de la cama había un arcón, dentro encontramos un ajuar completo con las iniciales ML bordadas entrelazadas. Acaricié ese bordado suavemente con mis dedos. ¿Qué habría sido de ellos? ¿Habrían tenido hijos?
-¿Otra vez nostálgica?
Paula me sacó en mi fantasía.
-Sí. Bueno. Es todo raro, ¿sabes?
-Date un poco más de tiempo. Yo la casa la veo bien, no creo que podamos sacar nada de aquí, pero que esté tan tranquila puede ser buena señal. Creo que quizás podremos quedarnos.
-Yo sé que podremos quedarnos. – Mi tono sobrado de confianza le hizo reír.
-Vamos a mirar dentro de la finca.

Continuamos acercándonos al corazón de la finca. Cuando vio el espacio abierto comenzó a investigarlo mientras nosotras seguíamos con nuestro plan. El primer edificio que encontramos era alargado. En su momento debió ser una cuadra. Tenía esas puertas típicas con doble abertura para que los animales sacaran la cabeza. Fuera había un rectángulo de tierra diferente al resto. Probablemente era dónde trabajaban con los caballos. Obviamente las cuadras estaban vacías. Perita entró a investigar con nosotras, olfateándolo todo, ¿quedaría aún el rastro de los animales que había habido allí?
Salimos de las cuadras y echamos un vistazo al resto de la finca. Había un edificio pequeño, como un pequeño taller de herramientas hacia el lado izquierdo, y el edificio principal hacia el lado derecho.
-¿Vamos al pequeño y nos dejamos todo barrido antes del grande? –Pregunté señalando hacia la izquierda.
-Vale, ¿crees que aquí podríamos poner un huerto? – Señaló la tierra que íbamos pisando.
-Yo creo que sí…
-A mi me parece buena idea. ¿Qué te gustaría plantar?
Ya estábamos cerca de la caseta. Nos dimos cuenta de que la puerta de entrada estaba entrecerrada y paramos en seco. Nos miramos y miramos hacia la puerta, intentando agudizar el oído. Nos acercamos despacio, silenciosamente. Nada. Un paso más, otro.
Un gruñido ahogado. Tan bajo que creí imaginármelo. Miré a Paula con una expresión de duda exagerada, a ver si me entendía. Asintió. Le pregunté con un gesto si entrábamos. Volvió a asentir indicándome que iría ella primero. Tijera en ristre se acercó a la puerta. Se puso de espaldas a ella e intento ver por la rendija que quedaba abierta. Volvió a escucharse el mismo sonido, pero no vimos ningún movimiento. Paula abrió la puerta diez centímetros más para poder ver el interior.
-Vale tranquila –dijo mientras se giraba hacia mi y relajaba el cuerpo.- Hay un Zfir, pero no va a hacernos nada.
Qué mal pintaba eso.

Entró y yo la seguí. Lo que vi allí dentro fue un espectáculo dantesco. De una de las vigas centrales bajaba una cuerda, cuyo extremo terminaba alrededor del cuello de un Zfir. De esa garganta apretada venían esos gruñiditos guturales sin fuerza. Cuando nos vio levantó las manos en nuestra dirección lleno de frustración, lo que le hizo pendulear en el aire. Andamos alrededor suya a unos metros de distancia.
-Debió enfermar e intentar ahorcarse -sentenció Paula mientras andábamos.
-Pues no le salió muy bien. ¿Quién sería?
-Algún pobre infeliz que conocía este lugar y se vino sin saber que estaba infectado.
-Supongo que cuando fue consciente de que estaba enfermo intentó no convertirse en un puto zombie.
-Pues vamos a ayudarle a terminar con esto. Voy a ponerme detrás suya. Distráelo y estate preparada por si acaso.

Aferré mi bate con fuerza. Vi un movimiento rápido de Paula y de repente, por la frente del Zfir, aparecieron las puntas de sus tijeras. Las sacó con un sonido acuoso y cortó la cuerda. No sé que me ocurrió, pero cuando el cuerpo inerte cayó en el suelo, comencé a batear su la cabeza y no sabía parar. No supe parar hasta que no quedó nada.
Solté el bate jadeando y de repente noté las manos de Paula sobre mi hombro.
-Vamos a sacarlo de aquí. Ve a por el coche y yo lo saco a la carretera.
-No vamos a meter eso en mi coche.
-No podemos dejarle cerca Alba, podrían descubrirnos. Vamos a envolverlo en ese plástico de ahí, que no te manche a tu novio.
Solté un bufido y fui a por el coche.

Dejamos a nuestro amigo Zfir a varios kilómetros de la finca. El sol comenzaba a perderse en el horizonte y nosotras no habíamos terminado nuestro reconocimiento.
-¿Noche de coche?
-Noche de coche. -Respondí.
Y dejamos el coche aparcado en el mismo sitio en el que estaba.