martes, 31 de marzo de 2020

Seguíamos viajando, parando sólo para dormir y satisfacer necesidades. Íbamos viajando a un ritmo muy lento debido a la calidad de los caminos por los que transitábamos y a las vueltas que teníamos que dar para evitar las poblaciones. En un par de ocasiones tuvimos que cruzar carreteras nacionales. Era una estampa horrible. Todos esos coches abandonados, toda esa gente que ya no está dentro de ellos. Cuando creces en un mundo modernizado, repleto de máquinas y tecnología, la quietud te hace sentir extraña.
En el interior de un bonito todoterreno vimos a un Zfir que, al vernos cruzar la carretera, nos miró enseñando los dientes y entrecerrando los ojos. Acto seguido comenzó a aporrear incansablemente el cristal con sus propios puños. Nos tocaba acelerar de nuevo. 



Esta mañana llegamos a un pantano y pensamos que podía ser un buen lugar para establecernos. Sólo quedaba encontrar un techo bajo el que vivir. Cruzamos el pantano y seguimos conduciendo por los caminos, buscando algún edificio en el que establecernos. Cada vez nos alejábamos más del agua y no nos pareció buena idea, así que cambiamos el camino de tierra por el que transitábamos con uno asfaltado buscando volver al pantano. Fue entonces cuando nos encontramos de frente con una valla. Paula y yo nos miramos curiosas.
-Bordéala -dije, nerviosa, mientras ella ponía el coche en movimiento.
A punto estuve de salirme  por la ventanilla intentando ver bien lo que había allí dentro. Se distinguían los tejados de un par de construcciones pero estaban muy tapadas por los árboles que había junto a la carretera. Podía ser perfecto.
Unos cientos de metros más adelante, la valla se curvaba hacia el campo. Seguimos su recorrido y nos encontramos dos edificios fuera del recinto.

-No podemos seguir bordeando la valla con el coche – dijo Paula- No cabe entre esos árboles.
-Podemos dejarlo cerca de esos dos edificios. Si nos quedamos aquí, quizás incluso podamos usar alguno de garaje.
Bajamos del coche y seguimos bordeando el recinto a pie. La parte trasera tenía una arboleda muy frondosa. Me gustaba aquel sitio. Los tejados que habíamos visto sólo eran una parte de lo que había. Primero apareció un edificio alargado, como unas cuadras. Después llegamos a una especie de palacete campestre, ubicado en la parte más alejada de la carretera. No habíamos notado su presencia desde el coche. Pensé que este podía ser nuestro lugar.

En el extremo opuesto al coche había una casa muy antigua y justo detrás la carretera por la que habíamos llegado. Volvimos al coche en silencio, observando, pero creo que Paula estaba igual de ilusionada que yo con nuestro descubrimiento.
-¿Cómo lo ves? -Pregunté al llegar al coche. No pude contener la emoción en mi voz.
-Bien, pero, creo que toca noche de coche, ¿no?
-Sí pero aparte, ¿no te gusta?
-Sí mucho -dijo soltando una carcajada - pero no quiero ilusionarme hasta que veamos cómo de seguro es y qué hay ahí dentro.
-Vale, vale. Intentaré hacerlo yo también.
Comenzamos a comer mientras caía la tarde.
-Pero está muy chulo eh. ¿No crees que podríamos plantar un huerto?
Intentó mirarme seria, pero no pudo evitar otra carcajada.
-Mañana lo vemos, ¿vale?
-Vale... - Contesté con fastidio.