domingo, 29 de marzo de 2020

Nos levantamos con el amanecer. Cuando aún no había salido el sol ya habíamos cargado el coche y preparado a mano todo lo que íbamos a necesitar. Estábamos listas para salir.

En menos de quince minutos vimos las primeras casas del barrio que íbamos a bordear. Pisé el acelerador a fondo para perderme de vista lo más rápido posible. Quizás tuviera suerte y ningún ser me viera pasar por allí.
Cinco minutos después estábamos en la gasolinera. El sol comenzaba a calentar y el cuerpo lo agradecía. Ninguna de las dos nos sentíamos a salvo, así que íbamos a intentar que todo fuera lo más rápido y metódico posible.

-¿Cómo lo ves? – pregunté a Paula mirando a mi alrededor.
-Es una gasolinera antigua... Debería haber bombas manuales en los surtidores.
Comenzamos a buscar las bombas. En el lateral de un surtidor, encontré una puerta pequeña con unas instrucciones en inglés, pero tenían una cerradura especial. Nada de ganzúas. Paula decidió que iba a abrirla igualmente y comenzó a forzarla con las tijeras telescópicas. Pero estaba resultando casi imposible acceder a la maldita bomba.
La impotencia comenzó a apoderarse de mí. Era el primer plan que llevábamos a cabo y antes de empezar ya salía mal. Forcé mi cabeza a pensar, pensar, pensar. Paula seguía forcejeando. De repente una idea tomo forma en mi cabeza. Fui corriendo a coger una pequeña caja autoclé que siempre he llevado conmigo en el coche. Puse la llave que más se me parecía en la carraca y aparté a Paula. Bingo. Se abrió.
-Voy a ver si consigo algo de la tienda. ¿Podrás con el bombeo tú sola?
-Sí, sí. Venga vete.

Me acerqué a la tienda, golpeé el cristal con los nudillos y observé el interior. No parecía que hubiera ningún movimiento. Perfecto. Cogí impulso, destrocé el cristal de la puerta con el bate y entré. Aún quedaba algo de comida en los estantes. Sinceramente, creo que cuando la mala suerte equilibre esta racha que estoy teniendo, voy a acabar comida por un Zfir. Guardé todo lo que pude coger en una bolsa de la misma gasolinera y lo llevé corriendo al coche. Paula seguía bombeando.
-Te tomo el relevo. Sube tú a vigilar.

Sin mediar más palabra dejó lo que estaba haciendo y subió por las escaleras laterales al techo de la cubierta de la gasolinera. Mientras, yo comencé a subir y bajar esa maldita manivela. Subir y bajar. Subir y bajar. Estuve bombeando unos eternos quince minutos hasta que Paula volvió para relevarme, pero parecieron dos horas. Cuando comenzó a bombear, subí yo a la cubierta. Al ponerme de pie ahí arriba me mareé y lo último que necesitábamos era un accidente. Puse una rodilla en el suelo y miré a mi alrededor hasta llegar a la carretera por la que habíamos llegado. A los pocos minutos visualicé algo de movimiento, pero no tenía claro qué podía ser, varios árboles me tapaban la visión. Seguí con la vista fija en aquel punto hasta que vi aparecer el primer Zfir, que iba seguido de varios más. Me arrastré hacia las escaleras.
-¡Paula!- grité desde arriba- ¿Qué te queda?
-¡Acabando!
-Tenemos que irnos. ¡Ya! – grité mientras bajaba las escaleras.

Cambié el bate por la escopeta y miré en la dirección que había visto venir a los Zfir. Su grupo estaba a punto de llegar a la curva desde la que nos verían. Paula terminó con el depósito y se subió corriendo al coche. Salí de allí como alma que lleva el diablo, viendo por el retrovisor a los Zfir que venían en nuestra busca. Incluso me pareció ver que aceleraban el paso cuando nos vieron huir.
En un minuto llegamos a la armería. Paula abrió la puerta enseguida, entramos y cerraramos de nuevo. Había de todo. Comenzamos a meter armas y munición en nuestras mochilas.
-Vaya monada - dije cogiendo una ballesta.
-Pero, ¿tú vas a saber usar eso?
-Pues si no sé, aprendo.
Guarde en mi bolsa la ballesta y varios packs de flechas. Cuando estábamos dentro, los Zfir comenzaron a rodearnos. El asunto se estaba poniendo feo para nosotras. Desde una ventana vi que Perita estaba tumbada en el maletero del coche, supongo que pasando desapercibida. Perra lista. Los Zfir aporreaban con sus puños la puerta haciendo un ruido demencial. Me iba a estallar la cabeza.

-Alba, escóndete donde no te vean. Voy a salir por esta ventana y los voy a atraer hacia mí. En cuanto se hayan alejado unos metros, sal corriendo y súbete en el coche. Y por favor, rapidito en mi busca.
-No puedes hacer eso.
-Sí. No voy a cargar con nada y soy más rápida que ellos. Pero no tardes en venir a buscarme.
Paula se encaramó al alfeizar de una ventana elevada, en el lateral de la tienda.
-Ah, una cosa, - dijo girándose hacia mí- cuando vengas a por mi baja la ventana de atrás para que pueda saltar dentro del coche. Si no, no podré entrar. -Terminó forzando una sonrisa.
Asentí. No pude contestarle. Ni siquiera reírme. Era una locura. Antes de que pudiera reaccionar, ella ya había saltado. Escuché sus pisadas corriendo por el asfalto. Comencé a contar diez segundos y miré por la puerta de la tienda. Los Zfir se estaban alejando. Ahora o nunca. Abrí la puerta y corrí hacia el coche con las dos bolsas cargadas. Cuando cubría el trayecto entre la tienda y el coche, los Zfir que se habían quedado más rezagados comenzaron a andar en mi dirección con no muy buenas intenciones. No había marcha atrás. Me monté en el coche, los esquivé y aceleré en busca de Paula. Se encontraba a unos cientos de metros de mí corriendo como si fuera Usain Bolt. Al final, cuando corremos por nuestra vida incluso podemos volar, ¿no? Pisé a fondo. Los Zfir que iba adelantando arañaban mi coche mientras, Perita en el maletero, les ladraba para que se alejaran. Aún no era momento de bajar la ventanilla. Aún no. Seguí acercándome hasta Paula. Había dejado los Zfir unos metros atrasados, así que, esta vez sí, bajé la ventanilla.
Paula se concentró para no fallar y saltó, agarrándose al hueco del cristal. Con un último impulso saltó dentro. Se recompuso como pudo mientras yo subía la ventanilla y me ponía a 120 kilómetros por hora dejando atrás a la pandilla de Zfir.
En ese momento no sabía ni por donde me venían las hostias. 
-¡Joder Paula! ¿Cómo me haces esto? Me cago en la puta. -Creo que me encontraba al borde del infarto.
-¿Crees que teníamos muchas más opciones?
-¿Y si te pasa algo? Joder nos dejas tiradas en este mundo de mierda.
-Vale calma. Estamos bien. La próxima ya lo veremos, ¿vale?

Seguimos en silencio conduciendo lo más rápido que podíamos, intentando andar precavidas para evitar zonas que hubieran estado pobladas. Los caminos de tierra no nos daban grandes posibilidades de aumentar en velocidad, pero sí pensábamos que eran más seguros.
Hicimos noche junto al río Guadalmellato para abastecernos bien de agua antes de seguir. Tantas emociones te acaban secando la boca.

Después de comer algo para desayunar, estamos preparadas para seguir nuestro viaje, no podemos rezagarnos, tengo la sensación de que siempre habrá alguien que venga tras nuestra pista.