jueves, 26 de marzo de 2020

Estuvimos durante varias horas observando el lugar en el que nos encontrábamos. Había una casa principal, la que estaba delante de nuestro coche. Desde fuera parecía tranquila, durante todo el día no llegamos a observar ningún movimiento a través de las ventanas. Además, si hubiera un Zfir dentro habría venido en nuestra busca a toda costa.
Al lado había una casa mucho más pequeña y una especie de almacén o casa de herramientas. Era una finca.
Por la tarde decidimos rodear todos los edificios para ver su tamaño y los alrededores, necesitábamos estirar las piernas. Alrededor de los edificios todo era tierra yerma, exceptuando unos árboles dispersos. Cuando vio toda la tierra disponible, Perita comenzó a correr y a correr como si fuera la primera vez. Después de tanto tiempo recluida, se notaba que estaba disfrutando de cada salto y era una maravilla verla así. El tiempo se paró, por un momento desaparecieron los Zfir y el firiovirus. Perita nos contagió de esa felicidad que estaba sintiendo al soltar toda la tensión y todo el miedo con su ejercicio físico.
Pero debíamos intentar no llamar la atención, porque el mundo seguía siendo una porquería.
-Perita – susurré en dirección a la corredora de maratón- Perita, ven aquí.

Cuando conseguí hacerme con ella, nos acercamos a los edificios para investigar más de cerca. Decidimos que nuestro refugio sería la casa más grande. Las ventanas de los balcones no estaban enrejadas, lo que nos daba una forma de entrar. Incluso tenía garaje para esconder nuestro coche, pero antes debíamos cerciorarnos de que en su interior todo estaba correcto.
-¿Crees que deberíamos entrar? – preguntó Paula.
-Se nos va a hacer de noche a la mitad. Creo que deberíamos asegurar la casa con la luz del sol. No seré yo quien se quede ahí de noche sin haber registrado cada rincón.
-Entonces, ¿noche de coche?
-Yo, por lo menos, sí.
-Pues venga, vamos al hostal Mazda.

Comimos una lata de albóndigas a medias y una zanahoria cada una. Al poco rato, Paula cayó rendida. Parecía que nadie podía quitarle el sueño a esta chica. Por mi parte, tuve los ojos abiertos hasta bien entrada la madrugada. Tiempo atrás me habría aterrorizado estar en el campo en mitad de la noche, con los animales salvajes, las personas que pudieran andar en la oscuridad queriendo asesinarme. Pero ahora son otras criaturas las que me dan miedo.
-Paula.
Silencio.
-Paula -volví a llamarla mientras le daba un codazo.
-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?
-No puedo dormirme.
-Ah. Uf. ¿Qué ocurre?
-Me da miedo que el Zfir que vimos cuando salíamos con el coche nos persiga y traiga un ejército hasta nosotras.
-Vamos a estar poco tiempo aquí, pero te necesito descansada y atenta para salir cuanto antes y que estemos a salvo.
-Lo intentaré. ¿Me arropas con la manta?
-Sí claro. Intenta dormirte.

A las nueve los rayos de Sol que daban pleno sobre el coche, comimos un par de zanahorias y nos dirigimos a la casa en cuestión. Tras debatirlo decidimos que sería más factible forzar la puerta, por si necesitábamos una huida rápida. En quince minutos Paula había solucionado el tema de la puerta. Me miró y me hizo señas. Al abrir cada una nos echamos a un lado.
Silencio.
Asomamos la cabeza.
Ningún movimiento dentro.
Comenzamos a revisar la planta inferior de la casa arrugado la nariz, el olor a cerrado lo inundaba todo. Encontramos una puerta que daba al garaje antes de llegar a un salón que daba un patio. Suspiré con nostalgia. Un baño, la cocina y una despensa. Esos había que revisarlos a fondo más tarde. En la planta superior había dos dormitorios, otro cuarto de baño y un vestidor. A nuestro paso veíamos a trasluz levantarse el polvo. No había ninguna señal de vida reciente, hacía tiempo que no pasaba nadie por allí. Quizás los dueños finalmente enfermaron antes de volver a disfrutar de la primavera en su segunda vivienda.
En uno de los dormitorios encontré un bate de béisbol de madera. Lo cogí con la intención de quedármelo. Ahora las dos llevábamos un arma de distancias cortas. No sé si sería muy útil, pero me sentía más segura. Buscamos alguna forma de asegurar las ventanas y la puerta durante la noche. No nos sería difícil, las ventanas tenían unas celosías de madera maciza y la puerta contaba con buenos cerrojos. Lo siguiente fue guardar el coche y asegurar también el garaje.

No conformes con tenrr un edificio seguro en el que guarnecernos, decidimos que asegurar toda la finca sería nuestra mejor opción.
Por la tarde echamos un vistazo en la casa lateral. Era una casa antigua, sin nada de valor ni nada que pudiera sernos útil. Parecía que allí hubiera vivido alguna persona mayor, acostumbradas a casas de la vieja usanza, dejando el chalet la juventud de la familia. Salimos de allí como alma que lleva el diablo y volvimos a la casa grande. Necesitábamos descansar, sentirnos seguras.
Para terminar el día, nos jugamos quién dormiría en cada habitación. Miré a los ojos a Paula. Iba a ser un duelo reñido.

-Piedra... Papel... ¡Tijera!
-Oh, ¡mierda! Soy una gafe -dije regordeándome en mi mala suerte. Paula me había aplastado con un papel. Con un papel. Increíble.
-Venga, si vas a caer rendida sea como sea tu cama.
-Eso es verdad.

Y fue verdad. No duré despierta ni dos minutos. Lo mejor fue volver a dormir sin luz. He amanecido a las doce de la mañana y totalmente nueva.
Justo lo que necesitaba.