viernes, 6 de marzo de 2020

-¿Te cruzaste con alguno ahí fuera?
-¿Algún Zfir? - contestó a mi pregunta mientras cambiábamos el sitio en la máquina de pesas que cogí prestada de casa de mi vecino Fran.
-Sí.
-Sí, claro.
-¿Cómo fue?
Suspiró.
-Aterrador. Mi barrio es… Era muy transitado, está al lado del centro. Lo conoces, ¿verdad? – Asentí – Siempre podías ver gente por la calle, me gustaba ese bullicio. El chico que vivía justo en la puerta de al lado era un tanto especial. Friki quizás. Hablé un par de veces con él, le gustaban las películas de ciencia ficción, verlas a todo volumen. Creo que trabajaba desde casa, no salía mucho y tampoco tenía muchas visitas, pero le gustaba mucho ver a la gente desde el balcón. Con el firiovirus, sus horas de espectador aumentaron. Supongo que se obsesionó. Pasaba todo el día en el balcón apuntando cosas en una libreta. Yo no salía, no me sentía con fuerzas para ver más muerte, lo veía todo desde detrás de la ventana, se empezaba a notar que los Zfir eran inteligentes y, aunque a veces quisiera inmolarme, yo no soy ninguna kamikaze. No terminaba de convencerme que nos descubrieran por su culpa.

Vaya, si que debió de afectarle la llegada del firiovirus.
-¿Os descubrieron?
-Qué va. Su estado de vigilancia duró poco más de cinco días. Creo que fue perdiendo la cabeza poco a poco, porque de observar pasó a la acción. Una tardé sonó el timbre en mi casa. Yo ya estaba sola y no esperaba a nadie. Era él, claro, además estaba como disfrazado y llevaba una katana en la espalda y un par de cuchillos de cocina en el cinturón. Estaba un tanto ridículo. Me dijo que tenía que irse a luchar contra la plaga, que me dejaba el testigo para seguir con su investigación. Eso mientras me daba la libreta. Estaba flipando, Alba, flipando. El tipo se dio la vuelta con sus pintas y nunca más supe de él. Esa noche leí su diario, tenía un montón de hipótesis sin contrastar. Podían ser reales o falsas, pero la diferencia podía costarme la vida.

Un error, cualquier error, puede costarnos la vida en este momento. Mi cabeza viajó al momento en el que un error pudo matarme y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
-¿Crees que murió?
-Puede ser. Quién sabe. Quizás terminó encontrando el quid de la cuestión y se está alzando como el rey de los Zfir, con su ropa de camuflaje, su cara pintada y sus cuchillos de cocina.
-¿Tienes el diario aquí?
-Si claro. Ahora te lo doy para que le eches un vistazo. Continúo. Tenía una cantidad de comida normal, así que en una semana estaba bajo mínimos. Había un montón de tiendas en mi barrio, tenía que haber comida. Cogí lo poco que me quedaba y alguna cosa que pudiera serme útil ahí fuera y me largué en busca de algo para comer. Todas las tiendas estaban saqueadas, Alba, todas. Pasé el día recorriendo mi barrio y la zona del centro. A media tarde me encontré con un Zfir. Estaba golpeando la puerta de una librería insistentemente, probablemente había alguien dentro. Lanzaba gruñidos cortos, al aire. Estuve observándolo, escondida detrás de unos contenedores de basura. Unos quince minutos después, llego otro Zfir. Venía renqueando, no sólo con la descordinación típica de ellos, sino como si no pudiera usar la mitad de su cuerpo. Llegó directo a la puerta y se puso al golpearla. Ahora, ambos gruñían de la misma forma que lo hacía el primero. No tardó mucho tiempo en llega otra pareja de Zfir, directos a golpear la puerta. Se comunicaban, estaba claro. Decidí irme lo más discretamente posible, yo no podía hacer nada por quién estuviera allí dentro, tenían que salvarse solos.
-También tienen memoria. Si saben por donde te has ido… te buscarán hasta que den contigo.
-Lo sé.
-¿No se cansan? – Cuando terminé la pregunta, me di cuenta de que mi tono había sonado más abatido de lo que pensaba.
-No lo parece. ¿Te ha perseguido algún Zfir?
-El que viste, vivía dos casas más abajo. He estado entrando en las casas de mis vecinos para fortalecer mis reservas.
-Robarles.
-Cogerlas prestadas. Total, parece que este enfermó y se quedó en casa. Allí murió y se levantó. Me pilló intentando saltar la tapia de su patio, el hijo de puta vio por donde me fui y tardó unos días en llegar hasta mi puerta, dentro de mi mismo patio. Recordaba por dónde me había ido. ¿Te apetece que comamos fuera y me sigues contando?
Asintió con la cabeza y preparamos algo de comida. Ya se nos había hecho tarde y el sol estaba decayendo. Me había quedado embelesada en su relato.

-Encontré una tienda, en una calle minúscula sin salida, en el centro. Estaba abierta, pero no saqueada, al menos no por gente de fuera. Parece ser que los dueños se lo llevaron todo, excepto un par de latas de berberechos y pulpo que se habían caído bajo una estantería. Me resguardé allí durante dos días. Había una pequeña trampilla bajo el mostrador de la caja registradora, tapada con una alfombra que daba a un cuartucho con cuatro camas y un baño minúsculo. Era una ratonera, pero me daba la sensación que era la vivienda de los antiguos dueños. La tercera tarde, cerca del anochecer, escuché un motor que se acercaba. Me fui corriendo a mi cuartucho. Si lo descubrían, me descubrirían a mí, no tenía muchas más opciones. Cuando cerraba la trampilla acomodando la alfombra, pude ver que un URO se paraba en la puerta de la tienda. ¿Sabes lo que son?
-¿Toros extintos?
Soltó una carcajada. La verdad que yo no le veía la gracia.
-Son los vehículos militares que usamos aquí. Eran del ejército, iban con el uniforme. Dudé un momento si esconderme o salir a que me llevaran a un sitio seguro. Cuando abrieron la tienda de una patada cerré los últimos milímetros de trampilla y fui corriendo a esconderme bajo una cama. Llámalo intuición femenina. Supliqué y supliqué a todos los entes superiores que, por favor, no descubrieran la trampilla. Pude oírlos hablar desde mi escondite, pero no entendí casi nada. Sólo que vaya mierda que no había comida y que esperaban que los Zfir se carguen a todos los que se fueron, porque si volvían los matarían. Supuse que se refería a la movilización hacia Madrid de la que todo el mundo había estado hablando. Tardaron una media hora en destrozar la tienda y se fueron. Esa noche decidí salir en busca de comida y un refugio de verdad. Quizás mi vecino el friki tuviera razón, quizás de noche los Zfir se orientaran peor. Y obviamente los humanos veíamos mucho peor de noche.
-Madre mía Paula, qué pelotas tienes.
-Supervivencia. Esa noche fue cuando encontré la base de los insurrectos. Llegué a ellos por el ruido que estaban armando. Al parecer habían encontrado alcohol... Eso iba a ser una manifestación de Zfirs en poco rato. Desde lejos eché un vistazo. Tenían a dos chicos con fusiles vigilando las provisiones. Sólo dos para 8 palets de raciones del ejército. Encima los chavales estaban encabronados, todos sus compañeros poniéndose tibios y ellos allí pringando. Eso significa menos ganas de trabajar. Me la jugué. Me arrastré por la parte de atrás, apuñalé a uno de los vigilantes y cogí tres raciones, las que me cabían en la mochila. Estaba casi hecho, pero me incorporé para correr demasiado pronto y el otro vigilante me vio. Comenzó a dispararme. La suerte, su poca experiencia y la noche hicieron que yo siga aquí. Herida pero viva. Ahí comenzó mi huida. Corrí hacia El Brillante, donde por proporción iba a haber menos gente, eso significaba menos Zfir. Cuando había subido varias calles me crucé con un Zfir que estaba por ahí deambulando. Me vio. Su cara se llenó de ira y comenzó a andar, torpemente, hacia mí mientras gruñía. Continué corriendo. A la vez escuchaba de lejos los motores de los militares, ya organizados, que iban a comenzar mi búsqueda. Supongo que habrían encontrado el cuerpo y habían visto en que dirección había huido. Cuando perdí al Zfir de vista, me escondí bajo un coche. No podía más. Tal y como me has dicho, el Zfir recordaba por donde me había perdido de vista y venía en mi búsqueda. Desde mi escondite lo veía acercarse en mi dirección.
-Como lo de Barcelona.
-Exacto. La suerte volvió a sonreírme. De repente apareció al principio de la calle un URO y mis propios enemigos se cargaron a mi amenaza directa. Cuando se perdieron seguí huyendo. Escondiéndome bajo coches, en portales, tiendas. Por casualidad llegué hasta tu puerta. Lo siguiente ya lo sabes.

El silencio se instaló entre nosotras. La noche había caído y con ella había venido el frío.
-Vamos anda – le dije a Paula mientras me levantaba – necesitamos descansar. Mañana tengo un plan de día entretenido. Cuando nos despertemos te lo cuento. Nos fuimos a la cama pero tardé mucho en dormirme, la historia de Paula no dejaba de rondarme la cabeza.
Debió ser duro. Muy duro.