miércoles, 1 de abril de 2020

Dormimos entre los dos edificios que queríamos usar como garaje. Esos iban a ser los primeros edificios en los que íbamos a entrar. Armas en mano y mochila al hombro nos acercamos hacia la puerta del primero. Tenía el techo metálico, las paredes desconchadas y la puerta se abría con un cerrojo simple. Paula y yo nos miramos cómplices y entramos.
Lo primero que nos inundó fue el olor. Un olor dulzón y agradable. El lugar estaba casi vacío. Al fondo se podía ver, con la poca luz que entraban por las aberturas laterales, un par de alpacas de paja que desprendían ese maravilloso olor. En medio, había un tractor antiguo, cubierto de telarañas. No andaría, pero podía ser útil. Caminamos por el interior de la nave agrícola, sintiendo sobre nosotras la cantidad de años que llevaba sin usarse para su función.

Salimos de allí y nos dirigimos a la casa que se situaba al otro lado del coche. Era una casa antigua que llevaba sin usarse,  también, muchos años. Seguramente esta finca perteneció a una persona adinerada y aquí vivía el servicio que estaba a cargo de las labores de mantenimiento y hogar. Según tengo entendido era típico contratar, para las fincas de los terratenientes adinerados, a un matrimonio para que él se encargara de las labores del campo y ella de las labores del hogar. Esos matrimonios solían vivir en los terrenos de la finca pero alejados del dueño.
Probablemente nos encontrábamos ante la vivienda de uno de esos matrimonios. La cerradura era antigua, pero pudimos abrirla con la punta de las tijeras de podar. La puerta chirrió al abrirse. Era una casa antigua con muebles pasados de moda,. Había una chimenea, sillas de madera, una mesa con un brasero de picón. Los dormitorios estaban equipados con camas y tocadores antiguos. A los pies de la cama había un arcón, dentro encontramos un ajuar completo con las iniciales ML bordadas entrelazadas. Acaricié ese bordado suavemente con mis dedos. ¿Qué habría sido de ellos? ¿Habrían tenido hijos?
-¿Otra vez nostálgica?
Paula me sacó en mi fantasía.
-Sí. Bueno. Es todo raro, ¿sabes?
-Date un poco más de tiempo. Yo la casa la veo bien, no creo que podamos sacar nada de aquí, pero que esté tan tranquila puede ser buena señal. Creo que quizás podremos quedarnos.
-Yo sé que podremos quedarnos. – Mi tono sobrado de confianza le hizo reír.
-Vamos a mirar dentro de la finca.

Continuamos acercándonos al corazón de la finca. Cuando vio el espacio abierto comenzó a investigarlo mientras nosotras seguíamos con nuestro plan. El primer edificio que encontramos era alargado. En su momento debió ser una cuadra. Tenía esas puertas típicas con doble abertura para que los animales sacaran la cabeza. Fuera había un rectángulo de tierra diferente al resto. Probablemente era dónde trabajaban con los caballos. Obviamente las cuadras estaban vacías. Perita entró a investigar con nosotras, olfateándolo todo, ¿quedaría aún el rastro de los animales que había habido allí?
Salimos de las cuadras y echamos un vistazo al resto de la finca. Había un edificio pequeño, como un pequeño taller de herramientas hacia el lado izquierdo, y el edificio principal hacia el lado derecho.
-¿Vamos al pequeño y nos dejamos todo barrido antes del grande? –Pregunté señalando hacia la izquierda.
-Vale, ¿crees que aquí podríamos poner un huerto? – Señaló la tierra que íbamos pisando.
-Yo creo que sí…
-A mi me parece buena idea. ¿Qué te gustaría plantar?
Ya estábamos cerca de la caseta. Nos dimos cuenta de que la puerta de entrada estaba entrecerrada y paramos en seco. Nos miramos y miramos hacia la puerta, intentando agudizar el oído. Nos acercamos despacio, silenciosamente. Nada. Un paso más, otro.
Un gruñido ahogado. Tan bajo que creí imaginármelo. Miré a Paula con una expresión de duda exagerada, a ver si me entendía. Asintió. Le pregunté con un gesto si entrábamos. Volvió a asentir indicándome que iría ella primero. Tijera en ristre se acercó a la puerta. Se puso de espaldas a ella e intento ver por la rendija que quedaba abierta. Volvió a escucharse el mismo sonido, pero no vimos ningún movimiento. Paula abrió la puerta diez centímetros más para poder ver el interior.
-Vale tranquila –dijo mientras se giraba hacia mi y relajaba el cuerpo.- Hay un Zfir, pero no va a hacernos nada.
Qué mal pintaba eso.

Entró y yo la seguí. Lo que vi allí dentro fue un espectáculo dantesco. De una de las vigas centrales bajaba una cuerda, cuyo extremo terminaba alrededor del cuello de un Zfir. De esa garganta apretada venían esos gruñiditos guturales sin fuerza. Cuando nos vio levantó las manos en nuestra dirección lleno de frustración, lo que le hizo pendulear en el aire. Andamos alrededor suya a unos metros de distancia.
-Debió enfermar e intentar ahorcarse -sentenció Paula mientras andábamos.
-Pues no le salió muy bien. ¿Quién sería?
-Algún pobre infeliz que conocía este lugar y se vino sin saber que estaba infectado.
-Supongo que cuando fue consciente de que estaba enfermo intentó no convertirse en un puto zombie.
-Pues vamos a ayudarle a terminar con esto. Voy a ponerme detrás suya. Distráelo y estate preparada por si acaso.

Aferré mi bate con fuerza. Vi un movimiento rápido de Paula y de repente, por la frente del Zfir, aparecieron las puntas de sus tijeras. Las sacó con un sonido acuoso y cortó la cuerda. No sé que me ocurrió, pero cuando el cuerpo inerte cayó en el suelo, comencé a batear su la cabeza y no sabía parar. No supe parar hasta que no quedó nada.
Solté el bate jadeando y de repente noté las manos de Paula sobre mi hombro.
-Vamos a sacarlo de aquí. Ve a por el coche y yo lo saco a la carretera.
-No vamos a meter eso en mi coche.
-No podemos dejarle cerca Alba, podrían descubrirnos. Vamos a envolverlo en ese plástico de ahí, que no te manche a tu novio.
Solté un bufido y fui a por el coche.

Dejamos a nuestro amigo Zfir a varios kilómetros de la finca. El sol comenzaba a perderse en el horizonte y nosotras no habíamos terminado nuestro reconocimiento.
-¿Noche de coche?
-Noche de coche. -Respondí.
Y dejamos el coche aparcado en el mismo sitio en el que estaba.