lunes, 20 de abril de 2020

-¿Estas de coña?
-¡No! Yo...- Me senté en el sofá a su lado, abatida -. ¿Y si puedo ayudar en algo?
-Es una grabación, Alba. No sabemos cuánto tiempo lleva emitiéndose. No sabemos si siguen estando abastecidos. Ni siquiera sabemos si queda alguien vivo detrás de esa grabación. Hace tres meses que comenzó la epidemia del firiovirus. Piénsalo. ¿Qué probabilidades hay?
-¿Y si contactamos con ellos?
-Desde aquí es imposible, por eso nos ha costado tanto acceder al mensaje. Han conseguido que llegue a más distancia por ser una grabación, pero para establecer contacto deberíamos estar más cerca.
-Yo sé que puede parecer una locura, pero se me necesita ahí fuera. Ahora soy uno de esos expertos de los que hablábamos ayer. ¿Qué parte de responsabilidad tendré si el mundo se va completamente a la mierda y yo no quise poner mis conocimientos a disposición de la solución?
-¿Y qué parte de responsabilidad tendrías si nos ocurre algo, si nos matan por el camino y nunca llegamos? Ni solución, ni vida con culpabilidad. Sólo unas muertes más.
-Eso es una visión un poco egoísta, ¿no crees?
-¿Sabes qué? -Se levantó para salir de la habitación-. Que vale. Que te vayas.
-¿Cómo?
Me había caído un jarro de agua fría.
-Que hagas lo que quieras. Por mi puedes pirarte hoy mismo. ¡Vamos! ¡Vete!
-¿Me dejas sola?
-No. Me dejas sola tú a mí. Que tú seas una niñata caprichosa no va ha hacer que yo abandone todo lo que hemos conseguido para cruzar medio país en busca de mi muerte. Estás muy equivocada. Si quieres irte, coge tus mierdas y corre en  busca de tu aventura suicida. Yo ya he perdido bastante como para perder también lo que me queda de vida.
Se dio la vuelta y se fue, no tengo muy claro dónde.

No sé cuanto tiempo estuve sentada en el sofá sin poder pensar.Sentía como si el interior de mi cabeza fuera un bloque de hormigón que no dejara circular ningún pensamiento. En algún momento conseguí levantarme. Comencé a andar por la casa un poco mareada. Una de las veces que pasé junto a la puerta de nuestro dormitorio me paré allí ¿cinco minutos? ¿Diez? ¿Cuarenta?
Recordé la primera noche que pasamos aquí. Estaba llena de ilusión imaginándome el huerto y soñando con el faro. Hacía sólo 20 días de nuestra llegada, pero parecía toda una vida. Recordé también aquella noche en la que, entre sueños, Paula me había pedido que durmiera con ella. Y el nombre de Lucía, claro. Recordé lo nerviosa que estaba, y lo feliz. El calor que desprendía su cuerpo junto al mío. ¿Sería el último contacto cercano que tendría con otra persona?
Sin darme cuenta había continuado con mi vagar. Me senté en los escalones de la entrada principal, observando los brotes de ese huerto que tanto nos había costado poner a punto. El sistema de riego. El carro para traer agua. Tanto esfuerzo acomodando nuestra nueva vivienda a nuestras necesidades... ¿Me estaría equivocando?
A la hora de siempre subí a la torre. Mi faro. ¿Alguna vez tuve un faro? ¿Una luz en la oscuridad que me ayudaría a no hundirme?
Allí me encontré con la radio. La maldita radio. Yo sabía que Paula tenía razón. Que era un mensaje grabado y no sabíamos ni cuándo se emitió, ni si las personas que lo grabaron siguen vivas. Pero, ¿cómo podría perdonarme que el mundo siga muriendo bajo el firiovirus, sabiendo que yo pude hacer algo?

La noche comenzó a cernirse sobre mí a través de las cuatro cristaleras. Recordé que no había comido, pero tampoco me apetecía. La tensión de la situación había destrozado mis nervios, así que mi siguiente destino fue la cama. La de Paula. Estaba preocupada por ella, ya había oscurecido y la noche era peligrosa.

Aún no he podido dormir y la cama de Paula sigue vacía. ¿Dónde estará?