jueves, 2 de abril de 2020

Estábamos de buen humor. Quizás este era el lugar que podría darnos un poco de tranquilidad.
Por la mañana nos dirigimos al edificio principal y rodeamos la estructura para hacernos una idea de cómo era aquel lugar. El edificio era enorme, prácticamente un palacio. En la parte superior había una suerte de cúpula que se me asemejaba a un faro.
Siempre tuve especial debilidad por los faros. En una vida sumida en las tinieblas, los faros son la única guía a la que abrazarse. Era la señal que me faltaba para no querer moverme de allí. Podía haber una legión de Zfir intentando echar la puerta abajo para asesinarnos, que lucharía contra ellos para convertir aquel palacio con faro en mi hogar. O quizás no. Por suerte, el recinto seguía sumido en silencio, así que no iba a ser el momento de enfrentarme sola a un ejército de zombies resucitados.
-¿Qué te parece?
Vaya, no me había acordado de que tenía una compañera de aventuras. Me había olvidado de ella con mi ejercito imaginario. La miré volviendo de mi batalla.
-Perfecto. Me parece perfecto. ¿Seguimos?

La construcción era alargada, partida en medio por una especie de porche con columnas que daba a la parte trasera. A Perita le encantó el porche de mármol. Se la veía relajada así que la dejamos olfateando aquella parte. La finca debió pertenecer a alguien bastante importante.
Juntas volvimos a la puerta principal. No se escuchaba ningún ruido. Al intentar abrir la puerta, ésta cedió sin ningún esfuerzo. Del interior salía, de forma atenuada, un olor putrefacto que me resultó familiar: comida podrida y cadáver. Comenzamos una búsqueda por la casa. Había algunas mochilas en la entrada y comida sobre las encimeras de la cocina, parte de ella podrida. Había un par de baños antiguos y un salón enorme lleno de adornos de caza y cabezas de animales disecadas. Ciervos y toros sobre todo. La cocina daba al porche de mármol, en el que vimos a Perita a través de las ventanas. Se había tumbado y estaba disfrutando de los rayos del Sol. Afortunada. Esperaba poder estar pronto como ella, igual de relajada.

El resto de la casa eran dormitorios, bastantes dormitorios. A quién viviera allí le gustaba recibir visitas. Los pasillos que los unían estaban llenos de crucifijos y cuadros de mártires y santos. Daba un poco de yuyu. El lugar estaba poco iluminado y el conjunto era bastante lúgubre, incluso tétrico. Pero podía convertirse en un hogar.

El olor se hizo insoportable cuando llegamos a una puerta que era diferente a las demás, como si amparara el dormitorio presidencial. Abrimos la puerta con la nariz cubierta con el cuello de nuestras camisetas. Sobre una cama señorial se ubicaba el cadáver de una mujer recubierto de moscas y en proceso de descomposición. Vaya putada, la mejor cama. Era enorme, seguramente medía cerca de los dos metros y en medio se encontraba el cadáver. Íbamos a tener trabajo con nuestra nueva amiga.
-¿Qué hacemos con ella? –Pregunté mirando a Paula.
-Vamos a intentar meterla en algún sitio y llevarla lejos de aquí.
-Al coche no, ¿eh?
-Vale. Entonces tendrás que cargar a cuestas con ella un par de kilómetros. – Me miró sonriendo. Seguro que se estaba imaginando la escena.
-Joder, vamos a apestar el coche.
-Nadie dijo que el fin del mundo fuera fácil.

Cogimos unas sábanas antiguas de uno de los dormitorios, envolvimos toda la comida putrefacta que había en la cocina y la dejamos junto a la entrada. Ya que estábamos, nos desharíamos también de la basura. Con otra sábana envolvimos el cuerpo de aquella mujer. Pensaba que vomitaría, pero no. Miré a Paula y sonreí. Al final iba a llevar razón.
Después de la sábana, la envolvimos con la cortina de una ducha, por si goteaba. No quería que manchara mi coche de fluidos raros. Pensé en si debería proponer llevarla donde dejamos al Zfir. Quizás eran familia, puede que matrimonio. Seguramente él se suicidó intentando ayudar a su mujer, pero ella también enfermó. Quizás tuvo que pasar su enfermedad sola hasta que al final murió en aquella cama. Pero encontrar al Zfir de ayer iba a ser complicado. Sentía no poder unirlos por la eternidad.

Antes de irnos, subimos a revisar que no hubiera nada raro en la torre de mi faro. Nada. Así que mañana la investigaré con más calma.
Cargamos todo en el coche y lo dejamos a cuatro kilómetros del que sería nuestro futuro hogar.

Cuando volvimos estábamos destrozadas, pero felices. Hemos elegido nuestro dormitorio. La habitación señorial ha quedado descartada por su anterior inquilina, así que vamos a dormir las tres en un dormitorio constituido por cuatro camas y un gran ventanal. Hasta Perita tiene su propia cama.

Quizás las cosas comiencen a ir bien. Quizás.