sábado, 4 de abril de 2020

Me desperté de madrugada. Paula y Perita dormían a pierna suelta pero yo, entre sueños, acababa de recordar que no habíamos asegurado el edificio con grandes medidas. No era el momento de solventarlo: estaba oscuro, no conocía la casa. Además, con tanto cuadro lo más probable es que acabara llevándome un susto de la hostia. Pero sabía que no iba a poder dormirme de nuevo. Estos fallos eran los que no debíamos cometer. No creía que hubiera ningún Zfir cerca, pero quizás sí personas. A veces no puedes saber qué es peor.
Qué curiosa es la vida. Hace unos meses teníamos aspiraciones. Dejar huella en la vida, en la sociedad, en la ciencia. Ahora nuestra aspiración es la vida misma. Sólo eso. Vivimos con el único objetivo de volver a despertar la siguiente mañana. Sigo pensando que soy afortunada. Mi objetivo es seguir viva, pero también seguir cuidado de Perita, seguir teniendo a Paula a mi lado. Puedo tener una conversación con una persona coherente, tenerlo más fácil para no perder la cabeza. Puedo seguir recibiendo y dando cariño.
¿Cuántos habría ahí fuera solos?

El tenue amanecer se coló por las rendijas de las celosías de madera. Paula seguía durmiendo, así que levanté de mi cama sin hacer ruido y salí por la puerta de la habitación. Perita levantó la cabeza para mirarme, pero en su colchón estaba mejor que investigando, por lo tanto prefirió quedarse.
Recorrí los pasillos de la casa hasta las escaleras que subían a la torre. Era una escalera cuadrada que subí con lentitud. Al final de los escalones había una habitación también cuadrada, una especie de despacho. En el lado derecho de la habitación había un sofá de piel enorme y en el lado izquierdo se ubicaba una mesa de despacho enorme y brillante, junto con una silla antigua y majestuosa. Tras la silla había una pintura de un par de metros de Franco junto con una bandera de España con la figura del águila imperial.  Por el resto de paredes había más animales disecados y un mapa completo de España que medía varios metros. Todo en aquella habitación tenía un aire majestuoso y rancio, como a señorío antiguo. Me hubiera gustado saber la historia de ese lugar.

Abrí varios cajones y muebles para ver si hubiera algo de interés, pero no encontré nada excepto una radio antigua. Yo no tenía los conocimientos para hacerla funcionar, pero quizás Paula supiera algo. Si no, nos tocaría improvisar.
Cuando terminé de revisarlo todo, busqué la forma de pasar a la estancia superior. Desde el exterior había visto una estancia con una cristalera redonda enorme, por lo tanto debía haber alguna forma de subir.
No tardé mucho en encontrarla. Camuflada en el techo había una escalera de tirador, así que en oocosvsegundos estaba arriba. La parte superior era, simplemente, espectacular. Los rayos de sol entraban por el oeste, pero se obtenía una panorámica impresionante de las vistas alrededor de la finca, ya que había un ventanal igual en cada pared. Era un paraíso.

-Bonitas vistas.
Salí de mi éxtasis y me giré bañada por el sol.
-Esto es una pasada. Me encanta.
-Te has ido de exploración muy temprano.
-No podía dormir... Necesito que aseguremos bien la casa.
-Me encargo de ello ahora. Esta tarde podemos ver cómo comenzar el huerto.
-Yo me encargo de la seguridad. ¿Sabes de radios?
-Poco.
-He encontrado una, pero no tengo ni idea de cómo hacer que funcione.
-Puedo intentarlo. A ver, enséñame dónde está.
Bajamos y dejé a Paula haciéndose con la radio, tenía pinta de que el combate iba a ser largo. Busqué, acompañada de Perita, algo de madera y herramientas para bloquear todas las puertas, excepto la trasera. En ella puse un cerrojo sencillo de metal, el mismo que había en las celosías de las ventanas. La rutina de antes de dormir iba a ser larga, pero merecería la pena que el interior estuviera bañado por la luz que entraba por todas aquellas ventanas. Llevé algo de comida a Paula sobre mediodía pero no me quedé, no quería entretenerla. Ya comería cuando tuviera tiempo para hacer una pausa.

La operación "Bloqueo de puertas" me llevó toda la tarde, el huerto tendría que esperar hasta mañana. No era un aplazamiento grave, teníamos mucho tiempo, todo el del mundo. A media tarde, cuando la casa estaba completamente asegurada, subí con Paula.
-¿Conseguiste algo?
-Sólo estática, pero al menos funciona. ¿Y tú?
-Creo que esta noche podré dormir tranquila.
-Perfecto. Creo que deberíamos pasar algunas horas durante el día aquí, por si pudiéramos captar algo.
-Vale, me gusta este sitio.
Me sentía bien. Me sentía a gusto allí.

Dormí profundamente hasta bien entrada la mañana. Cuando me desperté Paula y Perita ya no estaban en la cama. Las busqué por la casa sin resultado. Debían estar fuera así que salí de la casa. El día estaba nublado y hacía frío, pero Paula ya había reunido herramientas para organizar nuestro huerto. Sonreí.
-Hola. Hoy la tempranera has sido tú. - Saludé acercándome.
-No, no. Lo que pasa es que te has despertado muy tarde. Son las doce.
-Lo sé, lo sé. Necesitaba descansar.
-Tranquila. - Cogió una pala. -¿Comenzamos?

Una iba arando y otra dando forma a las estacas de madera que se clavarían en el suelo. A los pocos minutos perdí de vista a Perita, que se había alejado olfateando algunas plantas y árboles. Mientras trabajábamos, íbamos debatiendo qué plantar y dónde. Concluimos en plantar lechugas, cebollas, pimientos, tomates y calabacines. No sé si podríamos cosecharlo todo, pero lo intentaríamos. Creo que a Paula también le estaba gustando esto de la jardinería, aunque quizás fuera un tema de conseguir comida. A saber. Lo importante para mi era que me apoyaba en esto.
Habían pasado algunas horas cuando me di cuenta de que Perita no había vuelto. Comencé a preocuparme. Noté como Paula, a mi lado, se ponía tensa. Silbé, asegurándome de que se me escuchaba a varios kilómetros a la redonda. Me daban igual los Zfir y los demás humanos. Sólo quería que Perita volviera. La familia era la familia. Le di un lapso de quince minutos para que volviera, pero fue en vano. Perita no aparecía.
-Voy a buscarla –dije mirando a Paula. No pude evitar que la desesperación se reflejara en mi rostro y en mi voz.
-Vamos juntas, tranquila. Seguro que está bien. - Hizo una pausa.- La última vez que la vi estaba en aquella zona, creo que pudo irse en aquella dirección.
Asentí y comenzamos a andar hacia allí. Cuando llegamos a la valla, vimos a Perita a lo lejos venir hacia nosotras a toda velocidad. Del temblor que se instaló en mis piernas, tuve que dejarme caer al suelo y sentarme. No sé qué habría hecho si le hubiera pasado algo. No lo sé.

Cuando llegó a nuestra altura, la cogí del pellejo del cuello y el miedo habló por mí.
-No vas a volver a estar suelta me oyes, se te acabó la libertad. ¡Se te acabó!
-Vale tranquila. Suéltala –dijo Paula con voz suave- creo que se está asustando un poco.
Solté a Perita y comencé a llorar.
-Está empapada.
Ni siquiera escuché a Paula.
-Alba, Perita está empapada.
-¿Y qué?
-Que no ha llovido.
Clic. Dejé de llorar y miré a Paula. Me levanté como un resorte.
-Venía de aquella zona –dije como poseída por la sorpresa- si andamos en aquella dirección, ella nos llevará.
Me gire hacia Perita y me agaché, acariciándola.
-Perdóname pequeña, sólo estaba asustada… ¿Nos llevarías hacía el sitio del agua?

El giro de los acontecimientos me animó de sobremanera. Teníamos un pantano cerca, pero para cuando encontramos nuestro nuevo hogar, nos habíamos alejado muchos kilómetros y cada vez que necesitáramos agua íbamos a tener que ir en coche. Pero parecía que Perita había encontrado agua más cerca. 
Había tardado unos diez minutos corriendo en llegar de nuevo a nosotras, contando con el tiempo que habría estado remoloneando y distrayéndose en el trayecto, debía haber agua a algo menos de diez minutos andando. Dejamos que ella nos guiara, ya conocía el camino.

Dicho y hecho, cuando llevábamos cerca de diez minutos andando, Perita comenzó a saltar y echó a correr unos metros. Ahí estaba. Había una salida de manantial, construida y pintada en blanco, de la que brotaba un chorro de agua. No demasiado abundante, pero era constante. Donde caía, se había formado un charco en el que, seguramente, había estado Perita jugando. No llevábamos nada para rellenar, pero el descubrimiento había sido una gran noticia. Teníamos agua cerca, podríamos regar el huerto y no nos faltaría a nosotras agua para beber. Era un descubrimiento excepcional. Sin Perita ni siquiera hubiéramos llegado hasta allí.

Hemos vuelto a la finca a paso ligero, el cielo nublado nos ha dado menos tiempo de luz solar y para cuando caiga la noche preferimos estar a salvo. Hemos recogido el material que estábamos usando en el huerto y hemos decidido descansar. Lo retomaremos mañana.
Ya está todo cerrado, ahora sólo quiero estar un rato tranquila con Paula y dando mimos a Perita después del susto de esta tarde. Esto es una familia y debemos cuidar las una de las otras.