domingo, 19 de abril de 2020

Nuestra rutina volvía a la normalidad. Las provisiones de comida mermaban rápido a pesar del racionamiento. Por suerte, nuestras semillas crecen a un ritmo espectacular. Es difícil tener hambre y no comer los primeros brotes, pero en este caso la paciencia es una virtud. Por suerte no escaseaba el agua, mucho menos después de las lluvias de la última semana.

Tras la comida de mediodía subimos a la torre, que sigue siendo mi lugar favorito. Al poco de subir pude ver a lo lejos, en la parte más alta de uno de los cerros que nos rodeaban, un ciervo en todo su esplendor. Nunca había visto uno real. En casa de mi padre había un puzzle de un ciervo altivo en un día tormentoso. A mi me encantaba. El que ahora tenía delante era real, con su cornamenta y toda su fortaleza.

-¿Qué esperabas de la vida, Paula?– Seguí mirando a través de la cristalera, esperando su respuesta-. Antes. Antes de que todo esto ocurriera.
-Esperaba ser feliz y tener suficiente dinero para conseguirlo. Me hubiera gustado formar una familia. Tener un hijo o un par de ellos. Nada del otro mundo, ¿sabes?
-Ya. –Abandoné la ventana para mirarla a ella-. ¿Y ahora? ¿Qué esperas de la vida ahora?
-¿Ahora? Sólo quiero que la comida dure suficiente. Que mañana tenga suficiente ánimo para seguir riendo. Que la semana que viene siga viva. Y que tú también sigas viva.
-¿No te olvidas de alguien?
-No, porque Perita es inmortal. -Se echó a reír.
El crepitar de la estética de la radio al compás de los diales acompañó el silencio posterior y nuestros pensamientos. También la huida del sol tras los cerros que nos rodeaban. La oscuridad se acercaba. Recordé todo el miedo, la tensión. Cuando estaba en casa teniendo una vida normal, con mi trabajo, mis mascotas, realmente no creía que alguna vez pudiera verme en una situación así.

-¿Sabes? Llevo mucho tiempo pensando en todo esto. La vida de antes... Tan sencilla. No te paras a pensar en lo que significa abrir un grifo y que, inmediatamente, salga agua ya lista para beber. Lo difícil que sería obtener la bandeja de carne que nos dan preparada en el supermercado.
-¿Y el aceite? ¿Sabes lo que nos va a costar conseguir aceite? – Su indignación era patente en sus palabras-. Y ni por asomo sería como el que compramos en el supermercado.
-Es volver a construir una civilización. Necesitaríamos a un experto en cada materia para intentar hacer algo parecido a lo que la vida era antes. Incluso así sería complicado que nuestra generación pudiera volver al mismo punto.
-Y aún así, Alba, ¿y si no quedará ningún informático? ¿O ningún…?
-“…OSOTROS O INTENTEN ACUDIR A NUE…”

Miramos la radio como su hubiéramos visto un fantasma. La sangre había abandonado el rostro de Paula y me aventuraría a decir que el mío también.
-¡Joder! He perdido la frecuencia al seguir girando el dial.
-Vale, espera Paula. Lo has desviado muy poco, vuelve lentamente.
Era casi imperceptible el movimiento de la mano de Paula intentando encontrar la voz. Esta vez la habíamos oído alta y clara, las dos. Era nuestro primer contacto con otra persona desde que comenzamos a formar equipo. No sabía si estaba emocionada, asustada, contenta… No lo sabía. Ni siquiera ahora lo sé.
Paula siguió intentándolo. Fuera cada vez estaba más oscuro y la noche se nos echaba encima ahí arriba. Comenzaba a dar miedo. De repente, apareció.
-“…AL SANITARIO O CIENTÍFICO PARA CONTINUAR NUESTRA INVESTIGACIÓN. ESTAMOS EN EL HOSPITAL DOCE DE OCTUBRE DE MADRID. ES UN LUGAR SEGURO Y CON SUMINISTROS. SI TIENEN ESTE TIPO DE FORMACIÓN PÓNGANSE EN CONTACTO CON NOSOTROS O INTENTEN ACUDIR A NUESTRAS INSTALACIONES. AQUÍ UN GRUPO DE SUPERVIVIENTES QUE INTENTAN SOBREVIVIR Y DOBLEGAR LA PANDEMIA DEL FIRIOVIRUS. ESTAMOS BUSCANDO PERSONAL SANITARIO O CIENTÍFICO PARA CONTINUAR…”

El mensaje se repetía una y otra vez. Ya era prácticamente de noche. Paula y yo nos miramos en silencio.
-¿Bajamos?
-Sí – respondí.
Apagamos la radio y bajamos a tientas, en silencio. Teníamos mucho que pensar.