viernes, 28 de febrero de 2020

Hoy es un día especial, por lo menos antes lo era. Parece que el clima quiera ayudar a que siga siéndolo.
A primera hora, apareció un vehículo militar por mi calle. Esa calle por la que no pasa nadie, que ni siquiera está asfaltada. Iban dos soldados armados en la parte trasera, más el conductor. Tenían cara de pocos amigos, mirando alrededor, intentando que no se les escapara nada. Los vi desde la ventana de arriba, la de mi habitación, paso mucho rato al día allí, es el punto desde donde puedo ver toda la calle. Cuando pasaron los soldados, me quedé medio agazapada para que no se percataran de mi presencia. Supongo que seguirán formando parte de ese ejército que vela por nosotros. Pero sólo supongo.

Pasé la mañana cuidando un poco mis plantas, abonándolas, regándolas. Tengo algunas en el patio y otras, de interior, en el despacho dónde estudio, en la planta de arriba. Allí entra un sol de puta madre. Vivir en Andalucía es una maravilla, muchos nos consideran los paletos de España, pero cuando vienen no se quieren ir. Casi no tengo plantas de decoración, la mayoría son de consumo. Si alguien me preguntara si podría vivir de mis plantas, la respuesta es un NO rotundo. Pero es verdad que de vez en cuando me gusta comer algo de lo que tengo plantado.

Después de comer lo que me tocaba, volví a subir a mi ventana. A veces me veo a mí misma como la vieja del visillo. Quién volviera a los días de los memes. Estuve leyendo un rato El arte de la guerra. Me encanta el punto de vista de este señor, no sólo para la guerra, sino para la vida. Quizás sea porque la vida también es una guerra.
Seguía inmersa en Sun Tzu a media tarde cuando escuché alguien corriendo por la calle. Al ser tierra y estar todo en silencio, se escuchaba desde lejos. La vieja del visillo volvía al ataque. Por la esquina de la primera casa apareció una chica, efectivamente corriendo, pero cojeando. Parecía que también estaba sangrando.
-¿Pero qué cojones...?
Todo se está yendo a la mierda pero yo sigo siendo enfermera. No podía dejar a esa chica por ahí corriendo y herida. Pero, ¿de qué huía?
A tomar por culo.
Bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta del patio. Le faltaban diez metros para llegar a la altura de mi casa.
-¡Tú! ¡Por aquí! Ven, ¡ya!
Se le abrieron los ojos como platos y se desvió para entrar. Cuando ya estaba dentro, volví a bloquear la puerta y la miré. Me estaba mirando cómo preguntándose quién era yo, de dónde había salido y por qué le había abierto la puerta. Eché una mirada de arriba a abajo y vi que tenía varias heridas. Entonces fue cuando me di cuenta de lo gilipollas que había sido. Sin mediar palabra, salí corriendo como alma que lleva el diablo, me metí en casa y bloqueé la puerta tras de mí.
-Por favor, ábreme. Me persiguen, por favor. -Suplicó detrás de la puerta.
Abrí la ventana para hablar con ella.
-Si alguien te esta persiguiendo, quédate callada y sentadita ahí en el sofá. Cuando pase el peligro hablamos.
Fui a buscar gasas y clorhexidina, y se las dejé en la ventana. Tenía que se curarse las heridas.

Subí a mi ventana vigía de nuevo. Desde ahí escuchaba que la chica seguía callada en el patio. ¿Estaría contagiada? ¿Me habría contagiado?
Durante el resto de la tarde y el principio de la noche, el tráfico de vehículos se intensificó en mi calle y las calles colindantes. Se han seguido escuchando vehículos hasta bien entrada la madrugada. A cosa de las 11 de la noche, le dejé en la ventana a mi huésped algo de comida y una botella de agua. Purificada del grifo, por supuesto. Además, le dejé una manta y una nota indicándole que durmiera tranquila que hablábamos por la mañana.
Por lo que vi en el documental y sabiendo que tiene heridas abiertas, voy a dejarla en cuarentena un par de días en el patio. Después ya veremos, habrá que ver si es buen huésped y qué intenciones tiene.
Hace una hora que no se oye ningún vehículo cerca. Quizás sea un buen momento para intentar dormir.