sábado, 29 de febrero de 2020

Cuando abrí los ojos por la mañana, lo primero que hice fue marcar el número de teléfono de mi padre e intentar llamarlo. Hasta que no apareció la chica de ayer no me había dado cuenta de lo sola que me sentía. De cuánto echaba de menos a mi gente. Tampoco sé nada de Nando desde hace dos semanas, cuando hablamos por teléfono. Habíamos quedado en seguir hablando, pero un par de días después de encerrarme en casa dejé de saber nada de él. Con mis cacaos mentales de supervivencia ni siquiera me había acordado del que había sido algo parecido a mi novio.
El teléfono de mi padre no daba llamada. Otra vez que no iba a hablar con él, como cada vez que lo había intentado en las últimas dos semanas. Intenté llamar a Nando. Apagado.
Suspiré. Esta es mi nueva vida.
Cuando reuní fuerzas, me incorporé en la cama y miré por la ventana.
Mi invitada seguía ahí. Estaba mirando mis plantas. Seguí observándola un rato, ¿intentaría robarme? La verdad es que el día anterior no había hecho ningún movimiento raro, además Perita estaba muy tranquila. Sólo cuando llegó la chica, olisqueó un poco tras la puerta y volvió a tumbarse en el sofá. Yo diría que es una buena señal.

Al cabo de un rato en el que ella observaba mi patio y yo la observaba a ella, se sentó, sacó algo de comida de su mochila y comenzó a comer. Era el momento. Me vestí y bajé al salón, escopeta en mano.
-Hola. A ver... Necesito saber si llevas algún tipo de arma.
Cuando vio la escopeta abrió los ojos de una forma desmesurada. Lentamente, sacó de su bolsillo una navaja de mariposa. Tenía una hoja de unos quince centímetros en la que había algo grabado.
-Déjala en la ventana. Bien. ¿Alguna otra?
-No.
-Vale, ahora necesito que te quites la ropa.
-¿Perdona?
-Lo siento. Tengo que asegurarme. Puedes dejarte la ropa interior. Si no te convence mi hospitalidad, puedes saltar la verja e irte. Lo entenderé.
Mostrarme tan dura era una prueba bastante difícil para mí, pero ahora todo era diferente. La chica comenzó a desnudarse. 
-Cuando te vayas quitando la ropa, da la vuelta a los bolsillos y agítala, por favor.
Lo hizo minuciosamente. Llevaba cosas bastante útiles en los bolsillos, pero nada de armas. Tenía un cuerpo atlético pero no trabajado, con la musculatura que da una buena genética. Eso sí, tenía gran parte de su cuerpo tatuado.
-Gracias. Vístete y vacía tu mochila ahí, sobre la mesa que hay bajo la ventana, por favor.
Así lo hizo. Una manta, algo de comida, agua, un martillo y algo de ropa de recambio.
-Deja el martillo en la ventana y aléjate por favor.
Obedeció dócilmente. Cogí tanto el martillo como la navaja y los dejé encima del mueble de la televisión.
-Ahora sí, buenos días. ¿Un café?
-¿Piensas dejarme aquí y que hablemos siempre a través de una ventana?
-Ha sido jodido buscar formas de sobrevivir. Te vas a quedar ahí hasta que sepa que no eres un peligro.
-No estoy infectada.
-Vale. Voy a desayunar. ¿Quieres el café o no?
Asintió con la cabeza. Me dirigí a la cocina sin cerrar la ventana.
-Me llamo Paula.
-Yo Alba. Bienvenida a mi humilde morada.

Desayunamos y almorzamos juntas, siempre separadas por la ventana. Aceptó de buen grado su cuarentena, lo que fue una oportunidad perfecta para conocernos mejor.
-Bueno, cuéntame Paula, ¿quién eres? ¿De dónde vienes?
-Vengo de la zona antigua, San Lorenzo. Trabajo, bueno, trabajaba allí en mi mismo barrio, en un bar de cócteles. Decidí quedarme en casa, como tú. Pero la comida se acabó. Me tiré a la calle en busca de algo para comer, ahí fue cuando me di cuenta de que el mundo había cambiado. Hablaron por televisión del Ejército, del toque de queda, de que nos protegerían. Pero ya no queda nada.
-Pero hace poco que el presidente dio el comunicado oficial...
-Ya no hay Gobierno, los militares que prometieron protegernos nos roban y nos asesinan, eso si no nos violan antes. Cuando salí en busca de comida encontré lo peor de la gente. Por casualidad llegué a una zona de abastecimiento y robé algunas provisiones. Tres raciones de comida del Ejército, ya ves, para poder sobrevivir hasta que pudiera solucionar mi situación. Llevaba días sin probar bocado.
Los últimos rayos de sol de la tarde iluminaron la ira que invadió su rostro. Las condiciones que había vivido no tenían nada que ver con las que había vivido yo.
-Me descubrieron -prosiguió- me dispararon y me dieron caza. Una bala me rozó. Corrí y corrí como pude. He conseguido darles esquinazo. Hasta ahora.
-¿Y el resto de heridas?
-He tenido que esconderme en sitios complicados.
-¿Necesitas algo más para curarte?
-Estoy bien.
Asentí.
-Aquí estás a salvo. Intenta descansar. Puedes usar el desagüe como baño estos días. Cualquier cosa que necesites, sólo tienes que tocar la ventana.

Intente dejar que descansara, hasta la noche estuve dentro, pendiente de la ventana. A Perita no le gustaba estar encerrada, pero era algo puntual. Vi que Paula se tumbó, pero cada vez que escuchaba un ruido se levantaba sobresaltada. La metralla que la vida deja en nosotros, sobre todo en tiempo tan complicados como estos.
Yo estaba destrozada con todo el estrés de tener una huésped desconocida en el patio, así que decidí irme a la cama pronto. Antes de irme a dormir le ofrecí algo de comida y pregunté si necesitaba algo.
Mañana será su último día de cuarentena. Es colaboradora, y con ese martillo y esa navaja podía haberme dado muchos problemas.
Creo que merece una oportunidad.