domingo, 23 de febrero de 2020

Hoy me he venido arriba, me he envalentonado y he ido a investigar más casas. Mi urbanización comprende 7 casas adosadas que están en fila. La número 1 hace esquina y al bordearla se llega a las puertas de atrás de cada casa. Mi casa es la nº 7, pero no hace esquina, continúa con otras casas que ya no son de mi comunidad. Tampoco tiene puerta de atrás, ni piscina y es la más pequeña.
Hace días que no veo ni rastro de ninguno de mis vecinos. El último al que vi fue Fran y se estaba yendo.

A primera hora de la mañana me aventuré a saltar la tapia que unía la casa de Fran con la del siguiente vecino. Todo lo que consiguiera me vendría bien. Estuvo interesante.
Obviamente yo no tenía llave de esa casa, pero decidí ir a echar un vistazo, quizás tuvieran herramientas por el patio. Y las tenían. Me adueñé de una radial, alicates, cuerdas y algunos destornilladores. Cuando quise mirar un poco más de cerca la casa me di cuenta que la puerta tenía una entrada para perros. Una americanada que me iba a venir de perlas. La puertecita estaba clausurada desde dentro, pero con un par de martillazos la abrí y entré en la casa. Me sentía toda una ladrona, allanamiento de morada en toda regla.
Me llevé la poca comida no perecedera que encontré. Nada de agua a la vista. Seguí investigando la casa, guardando en mi mochila las cosas útiles que iba encontrando. El premio gordo estaba en una habitación de la planta superior donde había varias vitrinas. En su interior estaban una escopeta de un solo tiro, una escopeta corredera y una pistola de 9mm.
-Cazador… me vas a salvar la vida.
La escopeta de cañón largo estaba agujereada, eso significaba que no me serviría para nada. Pero las otras dos armas estaban en perfecto estado. Aún funcionaba Internet, iba a necesitar descargar unos manuales y ver vídeos sobre cómo utilizar esas dos monerías.
No era ninguna experta, pero sabía perfectamente que para poder disparar necesitaba munición. Además munición específica de cada una de ellas. A partir de ese momento puse la casa patas arriba. Busqué en el salón, el despacho, la cocina. Hasta en los cuartos de baño. Nada, en ningún sitio.
La suerte se apiadó de mi cuando, a punto de desistir, eché un vistazo en las mesitas de noche. Ahí estaban. Guardé toda la munición que encontré y me dispuse a salir de la casa.
Era solamente la una del mediodía cuando volví a salir por la puerta del perro. Le había cogido el gusto a lo de investigar y pensé ¿Por qué no? Podía echar un vistazo en la siguiente casa y volver a mi hogar antes de que anocheciera. Craso error.
Subí a la siguiente tapia con mi escalera y me senté antes de bajar. El sol era delicioso y apetecía estar fuera de casa. Ese momento de relajación pudo costarme la vida. Una mano agarró mi pantalón y tiró de mí hacia abajo. Por suerte, la tapia era alta y la mano agarró la tela de mi pantalón solo con la punta de los dedos, por lo que con el tirón se soltó fácilmente.
Era un Zfir, y por mi torpeza había estado a punto de destrozarme. Tanto preparar comida y planes B, para relajarme al sol al alcance de un levantado. Soy gilipollas.
El Zfir era mi vecino. Tenía pinta de que había enfermado, se había quedado en casa y había muerto. Y resucitado. Ahí había estado vagando hasta ahora, que lo que hacía era dar saltitos para intentar cogerme. Aunque llevaba armas, no olvidemos que yo no sabía utilizarlas y podía ser que me explotara las manos antes de explotarle la cara al Zfir.

Decidí volver a casa sigilosamente. Salté las tapias de vuelta que se interponían entre el Zfir y mi casa. Pensativa, me encerré. No quería sol, ni salir, ni investigar. Mi estupidez casi me cuesta la vida. Sólo me apetece meterme en la cama y dormir, a ver si se me pasa la gilipollez.

-MANUALES DE ARMAS.