lunes, 4 de mayo de 2020

-Lo siento.

Anoche me quedé dormida en el sofá abrazada a Perita. No sé dónde pasó la noche Paula, si dentro de la casa o fuera. Yo sabía que no me iba a abandonar, pero si suponía que necesitaba su tiempo. El tema de la tal Lucía parecía más profundo de lo que yo hubiera podido pensar y lo había traído de vuelta. Parece que con mucho dolor.
Paula volvería. No sabía cuando pero volvería.
Cuando me desperté la mesa volvía a estar en su sitio y Paula estaba sentada junto a mí, con los codos apoyados en las rodillas, mirándome desde la misma silla que había pasado la noche por los suelos.

-Hola, ¿cómo estás?
-Lo siento mucho -repitió.
-No pasa nada, has cumplido tu penitencia recogiendo. -Sonreí abriendo los brazos, abarcando el desastre recompuesto.
Paula sonrió mirando hacia abajo.
-Te debo una explicación.
-Sólo si tú quieres darla.
-Anda déjame un hueco ahí contigo.
Me aparté para dejarle sitio en el sofá. Nos sentamos cada una en una punta subiendo las piernas. Perita estaba en medio. El sofá era lo suficientemente grande para acomodarnos las tres sin molestarnos.

-Desde muy temprano supe que la vida en el pueblo no era para mí -comenzó.- Me fui de allí a los 16 años buscando, sobre todo, libertad. En los pueblos no gustan las personas diferentes, ¿sabes? Menos aún en los pequeños. Mis padres veían que mi relación con los vecinos iba empeorando conforme yo iba creciendo. En ambos sentidos claro, así que no pusieron muchas pegas cuando les dije que quería estudiar fuera. La única condición era que estudiase algo de provecho y eso descartaba cualquier cosa relacionada con mi mayor pasión: el cine. A los pocos meses estaba en Madrid, con una matrícula en un ciclo formativo de contabilidad y una habitación en un piso del barrio del Pilar.
-Si que te fuiste lejos de tu pueblo.
-Todo lo que pude. Mientras estudiaba, estuve trabajando en el bar de unos conocidos de mis padres. A las pocas semanas me dieron el puesto de encargada. Ya ves, resultó que tenía una habilidad especial para la hostelería. Visto lo visto, decidí explotar lo único que parecía que se me daba bien y, tras acabar como pude con la contabilidad, comencé a formarme en hostelería para abrir horizontes. Encontré trabajo en una discoteca venida a menos, pero el mundo de la noche es pequeño, ¿sabes? Y en poco tiempo, los dueños de las mejores discotecas comenzaron a oír hablar de esa niña que irradiaba magia detrás de la barra.
Me dio la sensación de que Paula se estaba viniendo un poco arriba.
-¿Tan buena eras? -pregunté con algunas reservas.
-Eso habría que preguntárselo a ellos. Supongo que en algún momento fueron a verme trabajar, pensando que no sería para tanto. Te digo esto porque de repente un día comenzaron a llamarme para trabajar en las mejores discotecas de Madrid. Estuve un tiempo en Opio. Después estuve un par de años en Urban Place. Podía irme a la que quisiera. Incluso en la última época me fui a trabajar a Medias Loli, por probar. Me parecía un lugar curioso.
-Y, ¿con todos esos tatuajes trabajabas en las mejores discotecas de Madrid?
Paula soltó una carcajada.
-En esa época tenía menos, pero sí. Me los tapaba y listo. Iba a trabajar con manga larga.
Cierto. A veces me sorprende mi poca perspicacia.
-¿Más preguntas? -Inquirió divertida.
-No, no. Continúa.
-Vale. Después de casi diez años en la capital, decidí volver. Echaba de menos a mi familia. Quería estar un poco más cerca de ellos así que me instalé en Córdoba y, con el dinero que había ahorrado, abrí mi propio pub.
-¿Tenías un pub en Córdoba? ¿Cuál?
-Se llamaba Laúdano, pero todo el mundo lo llamaba "El Iluminao" por las luces que puse fuera.
-¿Qué dices? ¿"El Iluminao" era tuyo? -Me quedé perpleja. Era uno de los sitios más selectos de Córdoba.
-Veo que lo conocías.
-¿Y quién no? Pero era demasiado caro para mí.
-Bueno... Se pagaba por los servicios que se ofertaban. Allí se iba a tomar un cóctel de primera categoría, por ejemplo dentro de una piscina con un aforo muy limitado, para evitar aglomeraciones. Eso vale lo que vale.
-Sí, sí. Sólo que yo nunca fui.
-Lo sé -sonrió-, si hubieras ido aún te recordaría.

Otra vez trajo el rubor a mi cara. No sé cómo de habilidosa era detrás de la barra, pero haciendo que me sonrojara era bastante buena. Aunque quizás fuera parte de esa maestría de cara al público. Quién sabe.
-Por suerte fue bastante bien desde el principio. Córdoba es un lugar con mucho turismo y mis contactos en Madrid me ayudaron mucho. Los días iban pasando. Yo nunca abandoné mi puesto en primera fila, aunque era agotador dedicarme al pub como empresa durante las horas en las que no estaba tras la barra. Un jueves noche, como otro cualquiera apareció ella. Nunca sabré como explicarlo para ajustarme a su realidad.
-Inténtalo. -Creí que iba a reventar de curiosidad.
Paula me miró fijamente, pero no me estaba viendo a mí.
-Todo en ella era raza y fuerza. Cada gesto, cada sonrisa, cada mirada estaba cargada de luz. Una luz cálida y radiante que dejaba boquiabierto a cualquiera que tuviera enfrente. Una vez la tenías delante sólo querías arrodillarte para admirarla. Era magnífica, y en mi local se la iba a tratar como tal.
-Parece una diosa.
-Lo era -sonrió-. Se acercó a la barra y largué al chico de aquella zona. Esa clienta tendría total exclusividad conmigo. Me preguntó "¿Qué puedes ofrecerme?" "Lo que quieras" le contesté. Pasamos toda la noche allí, hablando, cada una en un lado de la barra. Me sentí tan a gusto que podía haber estado en cualquier otro lugar. Al final era cierto aquello que dicen de que lo importante es la compañía. Se llamaba Lucía y era escritora, al parecer de cierto renombre. Cuando me di cuenta eran las seis de la mañana y yo ya estaba completamente loca por ella. Nada especial. Estaba segura de que eran muchos a los que esa mujer había enloquecido, pero yo no pensaba dejarla escapar. No conseguí su teléfono, - hizo una pausa para sonreír- pero conseguí que nos viéramos al día siguiente para tomar un café.
-Entonces... Te gustan las chicas.
-Es obvio, ¿no?
-Sí... Ahora sí. Dime, ¿qué pasó?
Paula me miró, como intentando adivinar mis pensamientos. A los pocos minutos continuó con su historia.
-Debía volverse el domingo para Madrid, pero nunca se fue. Se quedó conmigo. Eso fue en Septiembre. Yo cada día la adoraba como la obra de arte que era. Ella llenaba mi vida, incluso hasta unos rincones que ni siquiera sabía que estaban vacíos. Tenía sus defectos claro, y mucho carácter. Muchísimo. Pero todo eso quedaba eclipsado por su luz. Antes de lo que me hubiera gustado llegó el firiovirus.
-¿Se contagió?
-No. La gente comenzó a ponerse un poco nerviosa, ya lo sabes. -Asentí-. Un día fue al supermercado y unos hijos de puta le dieron una paliza para robarle la compra. No voy a quitarle parte de culpa, seguramente se habría quedado en una amenaza si ella no se hubiera resistido como una fiera.
-Es que la compra era suya, normal que se resistiera.
- Sí, pero el mundo estaba cambiando. Llegó a casa como pudo y fuimos al hospital. Ir a un hospital en la antesala de la explosión de una pandemia, ya ves.
-¿Estaba muy mal?
Me miró con una sonrisa triste.
-Hecha polvo.
Suspiré y le acaricié el brazo, intentando transmitirle ánimo y fuerza. El firiovirus se lo llevó todo, lo jodió todo. Al final, nunca sabes las guerras que ha librado la persona que tienes en frente. Mucho menos tras la llegada del firiovirus.

-Se quedó ingresada para hacerle unas pruebas. Desde el primer momento estuve allí con ella. A los pocos días ocurrió lo inevitable, se contagió de firiovirus. Quisieron echarme pero conseguí aislarme en la misma habitación. Así pasamos la última semana de su vida, aisladas mientras yo veía como se apagaba poco a poco sin que pudiera hacer nada para que se quedara conmigo. Obviamente no lo superó, pero tampoco volvió. Simplemente se fue. Entré al hospital con ella y volví a casa sola. Los perdí a todos, Alba. Mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, Lucía. Fueron desapareciendo poco a poco, pero yo sigo aquí, preguntándome por las noche por qué soy yo la que sigue aquí. Quizás algún día tenga la respuesta.
Realmente, sí que sabía de lo que me estaba hablando.
-Estoy segura de que Lucía sigue aquí - apoyé mi mano en su pecho mientras me miraba con ojos brillantes por las lágrimas retenidas-, y aquí -dije poniendo en su frente mi dedo índice.
Las lagrimas resbalaron por sus mejillas y realmente me partió el corazón verla así. Dejé que llorara manteniéndome en silencio. Era parte de su duelo.

-No sabes cuánto la echo de menos, ni lo sola que me siento desde que se fue. Estaba demasiado ocupada con mi supervivencia como para haberme dado cuenta.
-No puedo ni imaginarlo Paula. Pero mira, si quieres podemos hacer una cosa. - Me miró curiosa-.  Puedo intentar ser menos arisca. Ahora, eso sí - dije acurrucándome junto a ella- agradecería que no se repitiera lo de anoche. Me da miedo que pueda ocurrirte algo y ni siquiera sepa dónde estás.
-Está bien. -Pasó un brazo sobre mis hombros-. Lo intentaré.


Nos quedamos allí, en el sofá, con Perita. Las tres. Dejando que los recuerdos se apoderaran de nosotras. Más tarde dejaron paso a Morfeo que nos llevó, lentamente, al mundo de los sueños.